Lo que viene sucediendo con los perros por cuenta de la vida moderna, el negocio con ellos y la falta de conciencia del hombre sobre la naturaleza de su mejor amigo, es muy preocupante y triste.
Ayer viví lo que hacía muuuchos años no me sucedía: llorar por un perro… pero un can, que quede claro, jeje. Me refiero a Kishu, mi perra Akita americana; la que me regalé en diciembre de 2017. Resulta que en junio pasado me fui con mis hijos de vacaciones y en mi ausencia mi mascota tuvo su primer celo. Con decirles, para resumir lo que fue el asunto, que en una de mis llamadas mi esposo, muy paciente con los animales, me dijo: “hoy amaneció el primer piso de la casa como escena de CSI”. En ese momento pensé: “hay que operarla”, como lo más normal. Pero ya verán por qué este es el punto.
El perro ha acompañado al hombre en su evolución. Hay mitos de quién se acercó primero, pero se dice que la fusión se dio cuando una mujer pudo coger un cachorro de lobo, y la interacción y la ternura se comenzaron a juntar. Dicen los expertos que es magia porque entre especies diferentes la interacción es compleja. El perro llegó a ver al hombre como otro perro que se cambia de ropa, se echa perfume, se va a trabajar… pero empezó a entender al hombre y se quedó con él a cambio de la comida. Por su parte, el hombre identificó las cualidades del perro y comenzó a usarlo a su favor; empezó a seleccionarlo y se crearon las razas según sus necesidades: cuidar ovejas, cazar ratones y mucho más.
Empieza la vida moderna y con ella la soledad de las personas. Así, llegan los perros a suplir vacíos de hijos, tíos, pareja, abuelita pero nace un gran problema: los humanizan, los llaman sus hijos peludos, los tratan de niños y como niños, y hasta duermen en las camas con sus dueños. Esto tiene muchas discusiones, pero terminan tirándose los perros. Camilo Nossa, mi veterinario y etólogo de cabecera, es un gran crítico que lo que está sucediendo. “Se pone una raza de moda y se hacen cruces indiscriminados. A los criadores no les importa y sacan perros desequilibrados”.
Cuenta Camilo que la gente vende los cachorros de un mes, y resulta que entre el primero y el segundo mes es cuando la perra lo educa (no se casque con su hermano, déjelo comer, juegue con él). Pero al destetarlo tan chiquito, más el entorno citadino, el animalito resulta afectado. Un perro no quiere estar amarrado, ni solo, ni encerrado. Ni los vendedores de perros, ni los compradores se preocupan por la utilidad de cada raza y menos por el espacio en el que van a estar, y terminan culpando a un perro cazador por la destrucción de un apartamento de 60 metros… ¡Por favor! ¿Quién se está equivocando?
“Los perros son como son. El que es bravo es bravo, o lo que sea. Para completar, entonces hay que castrarlos para que no marquen territorio, para que no sean agresivos, porque no se quiere que tengan crías, que formen problemas”, dice Nossa enfáticamente y agrega que, por ejemplo, un perro que sale operado a la calle es tratado por los otros como un fenómeno; como un ‘yo no sé quién es usted que no tiene ni testículos ni vulva, y le pego, le armo pelea… se la monto’. “Al quitarles las glándulas, que son las que producen hormonas, hay una descompensación social importante. Así se comportan los perros”, dice el especialista.
Aquí vuelvo a mi situación con Kishu. Habíamos hablado en familia sobre el próximo celo de mi Akita. La decisión era operarla. La llevamos ayer a la clínica para que le hicieran los exámenes y esperando afuera comencé a llorar. Me parecía terrible que por nuestra comodidad Kishu no llevara una vida normal, tal como la creó Dios, la naturaleza. Sentía una terrible tristeza que no pudiera tener sus perritos, pero también que se le quiten, si parte de la vida es procrear. Toda una confusión.
“Se han dedicado tanto al ´pedigree´y la belleza,
que han variado las razas para crear un prototipo de perro,
llegando a la degeneración y el irrespeto a la naturaleza”
Los veterinarios solo ven el billete y los animalistas los humanizan. Los clubes caninos también tienen lo suyo. “Se han dedicado tanto al pedigree y la belleza, que han variado las razas para crear un prototipo de perro, llegando a la degeneración y el irrespeto a la naturaleza” dice el veterinario.
En lo particular, con el apoyo de mi familia, Kishu no será operada, será mamá una vez, asumiré cada celo como venga; que si se muerde el pañal y se lo quita, tendré listo el trapero porque así es su naturaleza y a eso me debo enfrentar si decidí tenerla. Lo mismo deben hacer los dueños de perros y no castrarlos, o si no, pues no tengan perros. Hemos llevado al perro a una situación tenaz. O a cuál hombre o mujer sinvergüenza se esteriliza o se opera por su comportamiento. Si por eso fuera…
Con Kishu, a la que le dediqué tiempo buscando su nombre japonés (conocedora de su mente), tengo una conexión muy especial; es mi perra, no mi hija peluda; duerme en su cama, no en la mía; es mi mascota y no reemplaza a ningún miembro de mi familia. Respeto a Kishu en su condición, en lo que es: una perra que hace parte de mi vida y la de los míos, y sobre la que tengo toda la responsabilidad.
¡Hasta el próximo miércoles!
Publicada originalmente el 21 de noviembre de 2018