Gregorio, el amigo de Franz, se despertó y se sintió muy extraño, no sabría decirlo con sus propias palabras, pero era como si no fuera él, su cuerpo pesaba diferente, más ligero, y se alarmó cuando nota que lo primero que hace es lamer sus genitales. No puede creer lo que está haciendo, y sin embargo lo hace, y parece que no hay desagrado y repasa el hacer con una lengua larga y carrasposa que no reconoce como suya, varias veces, repasando hacia arriba y hacia abajo y actúa con tanta sapiencia que parece que lleva haciéndolo toda la vida. Alarmado, logra verse en cualquier esquina reflejado en un espejo, un cristal, es un perro, un chandoso gris plateado. No se ve con nitidez pero sí logra definir un hocico alargado y la cola recortada. Deja de lamerse y mecánicamente se rasca, atrás de la oreja, será una pinche pulga, piensa. Su hija Natalia aparece y no sabe que él es el, y le coloca una correa y lo saca a pasear. Queda quieta frente al árbol de eucalipto y le mira y le dice que haga popis. Le acaricia la cabeza y le dice que haga popis. Por supuesto que no hizo nada, ¿quién va a levantar la pata para mear o arquear el cuerpo para defecar en presencia de su propia hija? Nadie medianamente cuerdo haría eso. Ya en la casa, en el salón, aún peleando con la pulga en su oreja y con ganas de ir al baño, Gregorio oye el timbre. Es Fabián Escudero, el vecino del 502, y ve cómo su propia mujer trota a recibirlo y se dan besitos en la mejilla. Cuchichean algo, ¿está él?, pregunta, no, no ha llegado aún, dice ella, ríen como tontos, ella coloca su mano contra su pecho, agarra dulcemente la camisa y lo empuja al apartamento. Ya adentro, él la empuja a ella dentro de la habitación y Gregorio ve cómo le da una sonora palmada en la mitad de una nalga. Gregorio ladra, ¿qué más hace?, mientras se rasca con desespero la oreja.
Perra vida
¿Sí somos quienes decimos ser?