Los pueblos ancestrales de los Andes han acuñado un vocablo para dar sentido a la práctica milenaria sobre la cual han cimentado sus distintas formas de organización colectiva. Con significado espiritual, simbólico, político y económico las mingas han permitido cohesión, identidad, sustento y pervivencia de comunidades ancestrales permanentemente azotadas por el colonialismo y racismo estructural.
En el mundo campesino se le llama convite y los pueblos negros lo nombran tonga. En cualquier caso los principios fundamentales de tal ritual son la solidaridad, el trabajo mancomunado y el cuidado mutuo para el beneficio compartido. Sin embargo, los remolinos del capitalismo dependiente, impuesto por las elites criollas, nos han impedido ver en tales herencias la posibilidad de encontrar caminos que edifiquen relatos y proyectos de país distintos a la depredación, la guerra, el extractivismo y el despojo.
En contextos urbanos la estigmatización hacia el indígena, el negro y el campesino ha sido permanente, y esto se hace más evidente cuando las carreteras del sur son tomadas y se camina hacia el poderoso centro para reclamar la materialización derechos básicos. Egregios terratenientes como José Félix Lafaurie cuestionan el papel de las propiedades colectivas étnicas en la economía de la nación, paradojas de Fedegan, sector improductivo, obsoleto y anquilosado; politiqueros de todo pelambre reciclan formatos de opinión que señalas infiltración de grupos armados ilegales, aunque en meses anteriores aseguraron que eran estos los responsables de las constantes masacres hacia las comunidades indígenas del Cauca; opinadores de media tinta se preocupan altivamente por la propagación del COVID-19 en las marchas, aunque TransMilenio opere con cupo lleno; y abogados oscuros llaman a lanzar los militares a las calles, obviamente desde un yate en Miami.
Afortunadamente, presenciamos una ruptura de imaginarios en las ciudades frente a la Colombia invisible, prueba de ello son los recibimientos masivos y calurosos que abrazaron a los mingueros en cada urbe, además de una capital que hizo fila de honor a la guardia indígena y acompañó su movilización, rodeándolos de legitimidad. Quienes apoyamos la minga en el 2008 podemos hacer el contraste sobre el sentido de justicia que hoy se le otorga. Un Uribe que hace 12 años se veía vociferante y revestido de una popularidad imbatible, se desvanece hoy ante un Duque arrogante pero vacilante y sin credibilidad.
Ese sentido de cambio y vocación plebeya no puede entenderse como un simple apoyo humanitario a la Colombia aborigen, sino en tanto necesidad de una propuesta de país que le cierre el paso a la muerte, la injusticia social, la destrucción ambiental y la corrupción, además que propugne por construir mandatos de democracia incidente, paz territorial y sustentabilidad ecológica. Nuestra ciudad requiere de mingas, convites y tongas urgentes, que desde su acepción básica problematice por los menos cuatro asuntos comunes:
- Mecanismos de participación vinculantes en torno a las decisiones políticas que afectan a la mayoría de pobladores. Bogotá sostiene esquemas de gestión administrativa y ordenamientos territoriales obsoletos e ineficientes. El debate público sobre el POT, el sistema regional y la reforma al estatuto orgánico debe integrar los actores que construimos propuestas desde hace décadas.
- La protección de los bienes naturales comunes y el equilibrio ambiental, que hoy es slogan de todo partido político, exige que se reconozca el valor de la estructura ecológica principal, las cuencas, páramos, chucuas (humedales) y se tomen decisiones que sinteticen los saberes ancestrales, populares y técnicos, más allá del básico cálculo del lucro.
- La construcción de paz territorial que permita materializar el principal y elemental derecho a la vida, saliéndole al paso a expresiones de violencia urbana. El fortalecimiento de estructuras criminales que ejercen control en los barrios empobrecidos, la habitual muerte de jóvenes, la constante inseguridad y la incertidumbre no pueden ser parte del paisaje urbano.
- El modelo económico que destroza las pequeñas y medianas empresas, concentra generosos beneficios en el sector financiero e inmobiliario y conduce al desempleo, subempleo y empleo precario a millones de ciudadanos, debe dar paso a esquemas de diversificación productiva sustentable.
Ninguna decisión sobre nosotros sin nosotros, es hora de emprender rutas que nos conduzcan al puerto del buen vivir, porque como dicen los hermanos mayores: “Estar en minga es juntarnos todos y todas, es prestar nuestras manos, nuestro corazón, nuestros sentires y saberes para tejer un camino comunitario”.