Es el reclamo que una amiga mía le hace a su esposo cada que entra al baño a “hacer del cuerpo”, como muy especialmente nos recuerda Andrés López en Pelota de letras. Y es que justo la llamé cuando estaba en la discusión y me convertí en el muro de ese lamento cotidiano. Lo interesante es que uno nunca se detiene a pensar qué tan importante es el baño, el lugar, para cada ser humano -qué significa dentro de su rutina-, y me encontré con cosas muy simpáticas y respetables, claro.
El baño es ese lugar donde las funciones básicas que desempeñamos nos hacen más humanos, donde se conjugan los temas de convivencia (no dejar pelos en el jabón ni en el sifón, echar agua, etc.). Como me dijo otra amiga: “Es el sitio para confrontar sin temor frente al espejo y de espaldas al qué dirán de las imperfecciones, sorpresas y aspectos no agradables de nuestra humanidad, llámense canas, arrugas, llanticas, celulitis, flacidez, granitos, pelos fuera de sitio, etc., etc., etc. Es el refugio ideal de la limpieza, la higiene, la necesidad y la ¡satisfacción! Es el lugar perfecto para hacer y recibir llamadas clandestinas, secretas o confidenciales sin despertar sospechas”.
No voy a entrar en el detalle del placer que ese sagrado lugar representa para un púber, pero sí en las experiencias más entretenidas de quienes indagué. Para ellos, el baño se divide en tres sitios fundamentales: La taza, la ducha y el lavamanos.
“El trono”
Para la mayoría, el baño es un lugar de aseo; para una gran parte es un sitio donde se piensa, se escribe, se chatea, y se toman decisiones; pero para un grupo especial es el templo donde nos sentirnos amos y señores del producido diario de nuestra corporalidad, con los humores, vapores, sólidos y líquidos que nuestra naturaleza supone. “Donde uno es realmente uno, donde uno es lo que es, tiene su propio trono y se siente como un rey”. Sí, así como suena. Ahí no importan las velas aromatizadas, ni los inciensos, ni los fósforos, porque todo es agradable. No importa si hay que subirle el volumen al televisor, o a la música, o a las noticias, o cerrar la puerta tras la explosión de humanidad, porque es el sitio “para pensar, para estar a solas o quizás a veces para estar en paz, sin interrupciones”.
Hay muchas formas de decir que se va al baño: Voy a hacer chis, voy a hacer pis, voy a hacer del dos (que me parece horrible), voy a hacer algo que nadie más puede hacer por mi, voy a visitar a Blanquita o voy a la sala de lectura, y ahí está el tema de mi amiga: ¡No entiendo cómo mi esposo puede pujar y leer al mismo tiempo! La verdad, de imaginármelo me dio mucha risa y por eso con discreción les pregunté sus costumbres a unos amigos:
“Desde la adolescencia entro al baño con un libro, un lapicero y una taza de café negro. Me demoro un buen rato, y más si el libro está bueno. Y lo que no suelo hacer es cerrar con llave la puerta. Apenas la junto. Por mí, haría mi casa sin puertas por dentro. De modo que el baño es un sitio muy apreciado”
“En mi casa saben que me demoro una hora en el baño y que no quiero interrupciones. No contesto el teléfono, ni menos respondo preguntas. Es mi espacio y quiero que me lo respeten”.
“Ir al baño es un ritual: Voy a la misma hora, leo, chateo, tuiteo, me actualizo. Es un espacio muy mío. Ni siquiera para lo que muestran las películas porno; tirar en la ducha es muy incómodo. Es un sitio para uno solo. Yo cierro la puerta y lo que pasa adentro es mío”.
“Te invito a hacer popó”
Averiguando sobre la invención del baño y lo que ha significado en la historia de la humanidad, se encuentran cosas realmente curiosas, unas asquerosas y otras menos sucias pero muy entretenidas. Como les parece que en algunas de las edificaciones del Imperio Romano, en la parte posterior, comenzaron a construir letrinas seguidas sobre un andén, sin paredes ni nada que invitara a la privacidad; por el contrario, uno podía decirle a una amiga o a un amigo “te invito a hacer popó y conversamos sobre el tema”. Obviamente no les decían popó a los excrementos; esa es una criollización que le doy al acto como tal, pero sí me causa mucha risa. Y no es que esté tan distante de la realidad, solo que las mujeres vamos a arreglarnos, peinarnos o a conversar, pero no alrededor de tan natural necesidad fisiológica. En los hombres es menos normal invitarse al baño, sonaría sospechoso para algunos y si venía de Calígula, en ese entonces, ni dudarlo. Claro que los orinales no son lo más discreto que digamos. Pero volviendo a los romanos, así se llegaba a acuerdos, se discutían temas y cerraban negocios. Suena entre risible y extraño, pero así era.
El baño en Nueva Zelanda
Tengo una amiga que vive en Nueva Zelanda y a quien también indagué sobre el tema. Ella prefirió contarme de qué se ha sorprendido allá con sus ojos de colombiana.
“En Colombia recogemos los papeles del baño en canasta. No en Australia o Nueva Zelanda. Es común en casas de alguna antigüedad encontrar separados el servicio del inodoro y de la ducha/tina. El papel higiénico se dispone directamente en la taza del inodoro. Estos países son los reinos de la tina. Y eso te plantea una serie de usos un poco diferentes de los que acostumbramos en Colombia: un baño de tina o bath ofrece realmente un momento para relajarse, para hacerse tratamientos de belleza, para leer, para hablar con la pareja o para gozar de un momento de intimidad especial. Nos encanta hablar en la tina, o simplemente compartir una buena restregada de espalda. Ah! Y la toallita pequeña que aquí se usa en lugar del estropajo; acostumbramos a usar una cada día. Venden muchas sales de baño y todos los productos para mantenerlo como un santuario hecho spa.
El baño y el matrimonio: La ducha, el lavamanos y el “problema de tarros”
Mientras casi todo el mundo piensa en la ducha, unos se bañan juntos, otros no, el lavamanos parte en dos la historia. Los hombres solo lo utilizan para lavarse los dientes, las manos, la cara y algunos para afeitarse, mientras que las mujeres –en el mueble que lo soporta, nos arreglamos las cejas, el pelo y nos limpiamos la cara, entre otras actividades cosméticas. Algunas tenemos el espejo con brazo, con aumento y un muuuuundo de tarros. Sí, lo que los señores reclaman: “Ustedes las mujeres tienen que solucionar el problema de tarros”. Así les llaman ellos a nuestras cremas, aceites, ceras, champús, mascarillas, esmaltes, quita esmaltes, exfoliantes, adelagazantes, reafirmantes, antienvejecimiento… ¿Lo pensó? Ellos alegan que solo tienen crema de dientes, crema para afeitar y para después de la afeitada, y tal que cual ayudita si están incursionando en las costumbres metrosexuales, pero no toooooodo lo que tenemos nosotras. ¿Está de acuerdo? Tienen razón los señores quienes también suplican que tengamos nuestra propia cuchilla de afeitar y que además la marquemos con una X, que lleguemos a acuerdos como que ellos se comprometen a levantar y limpiar el bizcocho, y nosotras a recoger los pelos y a invadir menos con nuestros “tarros”, porque de eso depende la estabilidad del matrimonio! ¿Cómo les suena?
Una amiga mía me hizo esta confesión: “Cuando quiero asegurarme de que mi esposo me escuche, ¡lo encierro en el baño! Y no lo dejo salir hasta que esté segura de que entendió lo que le dije y fui escuchada. Los hombres solo entienden lo que les conviene. Él ya lo sabe”. Lo que no logré saber, porque ningún señor me lo respondió, fue resolverle la pregunta a mi amiga: ¡Cómo hacen para pujar y leer al mismo tiempo!