Cada día me gusta más el centro de la ciudad de Medellín. Caminar por él, recordar los pasillos y recovecos, volver a los sabores y revistar los viejos edificios me hace pensar en la materia de la que está hecha la memoria, por no decir, la nostalgia. Pero tampoco esa palabra me complace del todo, pues mientras más liviano sea el viaje, menos va pesando el ayer, y este tampoco es un barrio al que sea bueno pertenecer, y porque, por sobre todo, el Centro de Medellín no se da el espacio para el apego y más bien sobrepone novedades y actualizaciones.
Todos los días sobre la faceta de mi horizonte veo atardecer desde el centro, y paso las horas y hago compras y proyectos a partir de las librerías, relojerías, centros culturales y pasajes comerciales; respiro de su vitalidad y me pregunto por sus problemas. En el espacio Hablemos de Medellín de Comfenalco se suscitó a mediados de esta semana una conversación para revisar, nuevamente, qué habría por hacer en términos de delincuencia, espacio público y movilidad. Participamos muchos y el tiempo se hizo escaso. Revisamos una y otra vez el pasado glorioso, el presente confuso, la acción pública, la corresponsabilidad del sector privado, la pasión de la agenda cultural, la comprensión con los que lo necesitan… todos pusimos lo mejor pero desde la silla en la que estaba pude ver a algunos que al salir del auditorio se llevaron consigo la intuición de un deja vu, uno que se repetiría una y otra vez, una y otra vez, como esa canción que duele porque suena, pero que hay que escucharla y repetirla…
No hay duda de que es necesaria la presencia del Gobierno, en forma constante, integral, ética, abarcadora, participante y constructiva. Tenemos la certeza de que no es posible alejarse de esa zona, vital y necesaria, corazón de todos y cuando lo digo me refiero a las instituciones del sector privado que empezaron por forjar sus negocios en esas calles y que hoy su presencia no está respaldada en términos de sostenibilidad sino del interés común. Es claro que el respeto por el espacio común es una tarea en la que nos falta tantísimo, empezando por las formas de control público y sobre las formas de lo ilegal y lo ilegal que allí se citan… en fin, la tarea es enorme. Se habla de una necesaria revisión de los espacios y los usos, de un plan de desarrollo escrito por la comunidad misma, de las agendas culturales vitales, muy vitales para unos y la necesidad de que los líderes de opinión lo reconozcan… sí, sobre todo ello hay acuerdo, pero ¿qué falta? ¿Porqué se hace tan ardua la tarea y la aproximación de las soluciones? Pues, creo, que básicamente porque esas son los síntomas de un problema mucho mayor.
En la conversación la gerente del centro, Pilar Velilla dijo que este lugar de Medellín es la muestra de la sociedad y de la ciudad que hemos construido, como lo son todos los corazones de las ciudades. Si se sigue este argumento, somos autores de un espacio complejo de exclusión y olvido, pero al mismo tiempo de vitalidad y resiliencia, arte y creación. ¿Cómo podrían existir estas posturas tan opuestas en el mismo lugar? Lo hacen y una vista de ello es este lugar poderoso e inquietante, sitio de cruce de aproximadamente un millón de habitantes. Por eso en la reflexión se hacen generalizaciones normales cuando la aproximación es rápida. En la Comuna 10, La Candelaria, cada calle, de una esquina a otra, es un universo mutante que no tiene dos horas iguales, dos días iguales. Hay muerte y vida expresadas en la misma intensidad pero en dimensiones diferentes.
Víctor Gaviria, el director de cine, dijo una vez sobre el Centro,
que era ese lugar de paso, rápido y furioso,
ese lugar del que queríamos salir
Víctor Gaviria, el director de cine, dijo una vez sobre el Centro, que era ese lugar de paso, rápido y furioso, ese lugar del que queríamos salir. Unos pocos se quedaban, los demás, veloces e inclementes, azotábamos el tiempo y las aceras. Y si buscamos las razones para estar un minuto más, una hora más, un tiempo más. En tiempos en donde todo cambia, se agita, el movimiento es el mandato. A la ecuación paradójica del Centro, podríamos incluir una nueva variable: permanecer, pero hacerlo en tanto se persiste en las rutas y el caminar por ese espacio nómada frente al cual no podemos ser sólo errantes sin huella, amnésicos urbanos, caminantes inconscientes de la ciudad que clama, paseantes sedentarios, por decirlo de alguna manera.
“Habitar es estar en casa en todas partes”, dice el eslogan situacionista. El Centro como la ciudad son una constante en todos. Por ahí leí que en un relato muy antiguo del hinduismo se decía que antes los seres humanos teníamos el corazón en la mitad del pecho y lentamente lo hemos ido haciendo a un lado. Habrá que insistir en hacerlo volver a su lugar…