Otra que se le cae a Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. Y de para arriba, claro está, y ya veremos por qué.
Hace 73 años, en su obra La novia mecánica: folclore del hombre industrial (1951) comenzó a perfilarse como el pionero en el análisis de esa “ecología de medios” que él bautizó y que hoy se muestra como gran novedad conceptual llamándola ‘ecosistema’, cuando internet era un proyecto ultrasecreto en tiempos de la Guerra Fría y las dos superpotencias se mostraban los colmillos en patios ajenos, mientras se repartían el mercado global; y cuando los satélites artificiales comenzaban a surcar el espacio para -entre otras cosas- fotografiar la placa de un vehículo en movimiento o grabar la conversación de un espía, lo que hoy hace cualquier cámara de fotomultas o cualquier amante enfurecida.
Acuñó entonces por esas calendas su segunda frase más icónica: “El medio es el mensaje”, que apunta a que los medios de comunicación influyen en la manera como se percibe el contenido. Y es obvio: no tiene el mismo impacto una información publicada en Semana, que otra publicada en El Hocicón, el diario pobre pero honrado de Pelotillehue o en el portal Las2orillas, donde usted lee plácidamente esta monserga.
McLuhan bromeaba a menudo con la palabra mensaje, cambiándola por “mass age” (edad masiva), “mess age” (edad del desastre) y “massage” (masaje). Todas aplican para esa idea de que el impacto de los mensajes dependía en buena medida del tamaño, prestigio e influencia del medio. Hoy no importan los medios, importan las personas: influencers, instagramers, youtubers o periodistas.
Asegura un titular a ocho columnas del periódico El País - América (uno de los pocos que aún se deja leer) que vivimos la era de la desinformación y que ese es un gran desafío para la democracia que, dicho sea de paso, no es el mejor sistema de gobierno, pero sí el menos malo.
Las sociedades se polarizan, desorientan y manipulan a punta de relatos individuales que se venden como alternativos. La distorsión de la información -que no es nueva, solo que más rápida y amplia- es la causante del temor ante esta vieja realidad que son las noticias falsas transmitidas con algún fin, sobre todo político y económico. Ahora es toda una industria y como tal mueve dinero a raudales e individuos con ansias desmedidas de poder.
Pero volvamos a McLuhan. El primer aforismo que lo consagró apareció en su ensayo Understanding media: The extensions of man (1964), que pronto se convertiría en libro: la Aldea Global, que teóricos y estudiantes de Periodismo recitaron por años y aún hoy, con toda la tecnología disponible, no se cumple del todo.
Sabremos casi de inmediato qué farfullará Trump esta tarde desde su campo de golf sobre los inmigrantes; al tiempo que no tendremos todavía ni idea de lo que les ocurra hoy en la noche a los desesperados que intentan cruzar el tapón del Darién en busca del manido y mentiroso "Sueño Americano". Podemos recibir información de lo que pasa al otro lado del mundo y no tener idea de lo que ocurre en el vecindario o la vereda.
En un sentido amplio, los medios de comunicación son extensiones del ser humano, y también amputaciones, ya que la tecnología funciona, en la práctica, como una prótesis y también como una camisa de fuerza, como una barrera que no deja pensar, que quita tiempo y energía vital, en su tarea de distraer y manejar.
A propósito de las extensiones, baste recordar al sabio argentino Jorge Luis Borges: “El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Los medios tradicionales, entonces, han perdido el dominio absoluto sobre las audiencias, que ahora han cambiado de amos y señores. El poder cambió de manos. Hoy, demos por caso, tiene más influencia e impacto en Cali un sketch de El Mindo, Julio Profe o La Jesuu que el periódico El País, el de la provincia.
No es el medio, sino el individuo.
No hay marcha atrás y el señor McLuhan lo vaticinó, porque internet y las redes sociales -que son los nuevos medios masivos-, han cambiado drásticamente la forma en que consumimos información e interactuamos entre nosotros.
El canadiense puso en nuestras manos las primeras herramientas teóricas para entender la decadencia del pensamiento crítico en tiempos de la Inteligencia Artificial, porque hoy es un hecho irrefutable, o que lo diga Kamala Harris y su corte de estrellas, que ya no se necesitan medios de comunicación para propagar un mensaje, sino medios tecnológicos para compartir información; o que lo diga Elon Musk, y eso es delicado, cuando la fuente es algún estúpido que se hace rico y famoso con banalidades que se soportan en la supraestupidez en marcha de las audiencias consumistas sin criterio, carácter o pensamiento crítico.
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En el mismo periódico citado -El País de España, no El Hocicón-, se refería la decisión del gobierno sueco, de volver a utilizar libros de papel en los centros educativos, pues advirtieron (después de bajar al segundo puesto en las pruebas internacionales de comprensión lectora) que los alumnos leían más lento y comprendían menos cuando utilizaban elementos digitales.
Su Ministerio de Educación tomó rápidamente la decisión de abstraer del embeleco universal a sus estudiantes, como ya lo habían hecho los amos de Silicon Valley con sus hijos. La ministra de Educación sueca, Lotta Edholm, revocó la estrategia de aprendizaje digital al considerarla un experimento fallido; pero aquí seguimos obnubilados por las pajaritas digitales, la IA, concentrados en la virtualidad y sin atender la calidad de la educación.
Fallan las escuelas de Periodismo, los gobiernos y los conglomerados mediáticos, si creen que es creando más medios tradicionales que van a impactar las sociedades modernas, porque lejos está el día en que en esta parte del mundo se prohíban los dispositivos electrónicos, los teléfonos móviles, las tabletas y los relojes inteligentes en la educación temprana, que es donde se establecen la mayoría de prácticas sociales futuras; de modo que es mediante estos mecanismos que las nuevas generaciones atienden su constructo e interpretación de realidad y allí entra a jugar con amplias posibilidades de triunfo, el periodista bien formado, con buenos criterios y habilidades investigativas, narrativas y digitales.
La crisis de los medios solo arrastra a los mediocres. Ya el mensaje no es el medio, ahora el mensaje es el emisor y sus múltiples habilidades que, si incluyen carisma, mejor.
Según Invamer el 78 % de los colombianos no le cree a la prensa, de modo que, de la buena formación de un periodista dependerá su éxito en la tarea de comunicar con eficacia, sin necesidad de una vinculación laboral o contractual con un medio masivo tradicional, sino desde su propia producción de contenidos, que si es de calidad llevará en algún momento y por diversos caminos, a la monetización.