Se preguntarán por qué el título de esta columna es así y por qué no está de otra forma. Puede parecer algo extraño, incluso mal hecho, pero la respuesta es muy sencilla: a continuación se darán cuenta de por qué digo esto.
Primero, quiero contar mi historia y cómo terminé estudiando comunicación social y periodismo en la Universidad Central. Todo se remonta al año 2014, cuando me gradué del colegio y era la hora de salir de esa burbuja en la que todo es felicidad y solo se piensa en amigos, la hora del descanso y nada más. Después del grado y todos los formalismos de rigor, la cosa cambió, aunque personalmente ya tenía planeado dónde estudiar lo que en verdad quería (lo tenía definido desde años atrás).
Al llegar por fin ese momento de entrar a la universidad, el choque con la realidad fue bastante estrepitoso, pues prácticamente me estaban hablando en mandarín y me sentía perdido. En ese momento me di cuenta de que la cosa iba en serio y que si eso era lo que quería para mi vida me tocaba ponerle todas las ganas del mundo.
Este sentimiento se reafirmó más con el paso del semestre, pues cada vez más veía menos personas que al principio. Por causas de la vida tuve que salir de aquella universidad y en ese momento veía que todo estaba saliendo mal. Pasó un tiempo en el que creía que todo estaba perdido, pero tuve la oportunidad de volver a estudiar, ahora sí en la Universidad Central.
A partir de ahí todo cambiaría, pues desde el principio me convencí de que el periodismo es pasión, no es cosa de que uno viva de esto, sino que uno es uno con el periodismo. Además, este oficio es de leer, de estar informado, de ver lo que pasa a nuestro alrededor y de observar cómo se mueve el mundo. Y si a uno no le gusta o simplemente se cansa de ese modo de vida, siempre se está a tiempo para cambiar y no vivir agobiado con algo que no lo llena y le apasiona, como lo dice Jineth Bedoya en una entrevista.
Y no solo lo afirma Jineth, sino también un referente para nosotros como lo es Ryszard Kapuscinski. Permítanme citar estas palabras, las cuales para mí le dan más peso a lo que digo:
Esta una profesión muy exigente. Todas lo son, pero la nuestra de manera particular. El motivo es que nosotros convivimos con ella veinticuatro horas al día. No podemos cerrar nuestra oficina a las cuatro de la tarde y ocuparnos de otras actividades. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O, al menos, de hacerlo de un modo perfecto. (Los cínicos no sirven para este oficio).
En conclusión, si ven por qué este título y por qué digo que el periodismo equivale al sentimiento. Sonará feo, pero esto no es para todos y acá se sobresale siendo el mejor en lo que uno hace. Acá hay que tener temple y prácticamente ser de caucho para aguantar regaños, llamados de atención y cosas por el estilo, al final eso es lo que verdaderamente forma un periodista con carácter, seguro de sí mismo y con la condición de hacer lo que es correcto y ser la voz de los que no son escuchados.