En el marco de la celebración del día del periodista, el 9 de febrero, hay que recalcar la importancia de la profesión que se remonta al año 1791 en el cual el cubano Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria funda el “Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá”.
De ese momento hasta el día de hoy, el periodismo ha mutado considerablemente, siempre claro, en pos de contar sucesos que permitan la recopilación de la historia y su posterior uso para el beneficio del país y su gente.
A lo largo del tiempo, conjuntamente con el país, crece su historia, sus progresos y sus defectos, de ambos lados tan importantes para la historia que literalmente les ha valido la vida a muchos solo por denunciar episodios y personajes oscuros, así mismo como otros diáfanos y dignos de conmemorar.
La debacle del periodismo empezó el 19 de marzo de 1998 cuando se cayó la Ley 51 1975 que exigía la tarjeta profesional para ejercer, dando como funesto resultado una puerta abierta a un nicho más abierto de presentadores, reporteros y demás mancillando el gremio tajantemente.
La tecnología avanza tan rauda que gracias a la inmediatez ya casi no hace falta ser periodista para informar o ser informado, el punto de quiebre es lo que se refiere a la ética del emisor y la honra del receptor pasando por los testigos de turno. Pero todo es tan rápido que para llenar ese vacío las nuevas generaciones de “periodistas” vienen no a ser generadores de noticias sino replicadores, y muchas veces eso que replican no es necesariamente cierto, bueno ni funcional.
A veces va tan rápido la información que por acelerar mucho termina estrellándose antes de tiempo, sin confirmarse, sin fuentes, sin datos, sin bases, las infames fake news para llenar cifras, no opiniones ni argumentos.
Para efectos del punto en cuestión, hay que ser claros en que los youtubers son harina de otro costal, ya que no son necesariamente periodistas y los periodistas no son necesariamente youtubers, no son inherentes unos a los otros.
Habiendo dicho esto, es importante rematar el punto aludiendo a que la molestia de los internautas cuando entramos a nuestras redes sociales y nos inundan de chismes que confirmados o no, simple y literalmente no nos informan, no apuntan a ninguna solución para contribuir al posconflicto, a la economía o a la problemática de inmigración venezolana en masa, básicamente a nada.
Y ciertamente, hay otra columna de mi autoría “En redes a la gente le sobra tanto veneno y le falta tanto sentido común” en la que abogaba por una mayor tolerancia al otro simplemente ignorando algún comentario, persona o noticia que le pareciera irritante, pero se ve que el veneno de las personas en redes no son la causa sino la consecuencia, y los entiendo porque por muy tolerante que uno pretenda ser y pase por alto ciertas cosas, es detestable que en el timeline a uno le embutan las fotos de los hijos de Carolina Cruz, las relaciones de Greeicy Rendón o las pataletas de Lina Tejeiro, cuyo manager parece ser bastante bueno porque hay medios que no parecen tener otra fuente de información más que ella.
La pregunta a colación viene a ser la funcionalidad que proveen estas noticias a la construcción de la opinión y el debate, la respuesta es ninguna.
Se debe disociar, eso sí, la farandula de la cultura. La palabra cultura viene del latín que significa cultivar, o sea fomentar las capacidades sociales e intelectuales a través de la lectura, el teatro, el cine y la tertulia, pero no hace falta tratar de inculcar algo sin parecer un pesado sabiondo, sería ideal, pero no.
Sin desmeritar, pero por favor, señores de los medios, o aprenden a desligar la información del chisme o véanse obligados a perder audiencia, o simplemente propongo hacer una petición masiva a Mark Zuckerberg o a Jack Dorsey, dueño de Twitter que nos permitan opciones de silenciar cierta clase de publicaciones para no tener que estar digiriendo información tóxica e irrelevante. Lo único que nos queda como periodistas es honrar la profesión que además de la política es la piedra angular del ciudadano de a pie, la voz de los que no tienen voz y tirarles pólvora a gallinazos no es la opción.
Felíz día del periodista.