Periodismo fusilero contra la protesta social

Periodismo fusilero contra la protesta social

Divide y vencerás es una de las estrategias de los medios para romper las estructuras del tejido social, y evitar la razón colectiva y la pretensión de la reivindicación social

Por: Carlos Ramos Maldonado
mayo 25, 2021
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Periodismo fusilero contra la protesta social
Foto: Pixabay

Los medios tradicionales y monopólicos deliberadamente no son acuciosos en develar las causas estructurales que originan la protesta social ni acuden a las voces comunes e inconformes de “abajo” sus testimoniar razones históricas; pero sí escudriñan hasta la saciedad con microrrelatos las acciones y consecuencias coyunturales y negativas de las movilizaciones sociales, tomando como fuentes legítimas a los afectados en cada caso, a la oficialidad y a dirigentes técnicos profesionales y gremiales que con sus indicadores indescifrables embolatan y amedrentan a la población y la colocan en contra de quienes tienen la valentía de quejarse.

Colombia está viviendo la situación más crítica de todos los tiempos después de la fundación de la República (que los beneficiados por el poder vigente ahora llaman “inviable” sin reforma tributaria a su antojo, camino a la “hecatombe”), pues se juntaron como alineación cósmica insoportables la pandemia, por el lado glocal, más el ya perverso conflicto armado, la gradual y descarada corrupción del estabishment, el saqueo desproporcionado del tesoro público y de la riqueza natural, la marginalidad degradada, el crecimiento de la pobreza y la consecuente explosión social, todo como cocktail bitter sin barman malabárico; sin embargo, en la necesaria cacería de brujas los responsables son los ninis “desadaptados” y “vándalos”, los trabajadores independientes e informales y sindicalistas “perniciosos”, las mujeres “ociosas”, la gente sin “identidad definida”, los profesores “doctrinarios”, los líderes sociales “subversivos”, los miembros silenciosos de la clase media “encubridora”, aunque prejuicial y temerosa, y ahora la academia “crítica”[1].

Este es el debate que se vive en los hogares, en los encuentros callejeros y transporte público con tapaboca pero sin censura, en el ecosistema digital, en el aula escolar alternado o virtual, en el foro universitario, en las manifestaciones culturales, en las juntas de gremios económicos, en los púlpitos de todas las religiones, en las labores cotidianas obreras o comerciales, en los sitios turísticos, en la función pública, en la gestión profesional, etcétera, en fin, en cualquier lugar común donde se acuda al sagrado derecho humano de la libertad de pensamiento y expresión, principio fundamental jamás discutido por persona alguna lógica, justa y transparente.

Por supuesto, el lugar donde mejor se cocina el debate público sobre la realidad circunstancial del país es en los medios de comunicación, con los ingredientes y adobo requeridos a interés del chef-ejecutivo y a gusto consciente o distraído del comensal.

Los mass-media, en esencia teleológica, son el espíritu de la nación recogiendo el sentimiento y sabor patrio: como el ajiaco santafereño, la bandeja paisa, el cabrito bajero, el mote´e queso, el cholao, la lechona, el friche, la pepitoria; en síntesis, ese diverso plato nacional que todos buscamos en cada región a la hora de sentarse a la mesa, y que en teoría comunicacional llaman “agenda setting” (Aruguete, 2009), donde se acopia “la voz del pueblo”, como podría decirse en los tiempos de las virtudes señoriales para la vida habitual del realismo macondiano.

Pero el escenario mediático en Colombia es otro, porque las auténticas intenciones umbrías de la gran prensa, de las que no se salva casi ninguna, es existir al servicio de una élite dominante en lo económico o político, o en contubernio (que escoge a su capricho los temas a publicar); y su línea editorial porta el estandarte de la aguja hipodérmica (Lasswell, 1927) para que con la manipulación ideologizada de la información noticiosa se consiga construir entre los receptores (muchos de ellos alienados) una opinión pública adepta y adicta a unos planes políticos determinados, con el disfraz de que recaudan y publican la información de manera objetiva, imparcial y confrontada para el servicio del conocimiento de la gente, para que esté enterada de lo que sucede en cualquier parte, aquí, allá o acullá, ¿pero bajo cuál óptica?

Esta estrategia recuerda la del fascista lugarteniente de Adolfo Hitler, Joseph Goebbels, denominado padre del politing: “Hay que hacer creer que la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento (…) La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar (…) Una mentira repetida mil veces termina creyéndose como verdad".

Un estudio contratado en 1995 por el Ministerio de Comunicaciones al Centro Nacional de Consultoría sobre la función social de los medios de comunicación en Colombia indica que los mass media en general, que imponen una agenda informativa muy oficialista y convencional sin verídica contrastación ni respeto a la objetividad, no responden a las efectivas necesidades insatisfechas de sus audiencias y están más al servicio de las demandas del mercado global, de sus dueños y de sus anunciantes (Rey y Restrepo, 1995).

Para soportar estas inferencias, se relacionan a continuación indicadores sobre características particulares de los medios monopólicos de Colombia:

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Una publicación hecha por Allan Bolívar (2015) en el portal desdeabajo.info analiza la apropiación de los medios de comunicación en Colombia, los cuales concentran el 78% de las audiencias en todos los formatos, y con esto, imponen “una forma unívoca de interpretar, contar e imaginar la realidad histórica y social que legítima su hegemonía, el sistema político y económico imperante”.

El panorama muestra un alto porcentaje de medios tradicionales influyentes con cobertura en todo el país e información centralizada a merced de pocos propietarios militantes de un modelo de sociedad injusto (que los mantienen precisamente para incidir en las decisiones del poder) y que al mismo tiempo disfrutan de más del 50% de las tortas publicitarias privadas y oficiales, más específicamente en el caso de la radio comercial donde, asimismo, las cinco cadenas de cubrimiento nacional acaparan la gran recepción de los canales electromagnéticos, en una nación donde el 87% escucha radio, el sistema de mayor penetración e incidencia en una opinión pública de poca diversidad y pluralidad, fenómeno apenas comparado y en competencia hoy día con el alto predominio de las redes sociales, estas, por lo demás, cargadas de contrariedades.

Para el periodista Omar Rincón (2018)[2], el poder de los medios:

...está en que militan y operan para el relato de hegemonía política que les conviene; operan sobre la opinión pública blindando unos y atacando otros modos de hacer política, inventando grietas, polarizaciones, crisis. Su poder de lobby e incidencia política y económica está en que trabajan en la producción de visibilidades, percepciones, representaciones y emociones públicas. Así su incidencia afecta directamente los ambientes simbólicos, los climas sociales, el control y la vigilancia de la vida privada de los ciudadanos; habla de unas agendas informativas bastante excluyentes (p. 140)

Y cuando se toca el tema del conflicto armado o de “mingas” y movilizaciones sociales, los grandes medios, como aparato de propaganda oficial, inundan el texto periodístico de conceptos maniqueos y palabras con mutaciones léxico/semánticas para percepciones desmedidas orientadas a demonizar y criminalizar las acciones anti establecimiento, a veces desesperadas con epítetos contra sus accionantes tales como “terroristas”, “delincuentes”, ”vándalos”, “desadaptados”, “sediciosos”, “insurrectos”, matices macartizantes que manejan y replican emociones y deseos utilizados políticamente para generar atmósferas de amenaza contra la “tranquilidad pública” a interés del emisor determinador, ni siquiera del periodista que, a veces, se autocensura para sostener el empleo o la pauta, pero que, en consecuencia, todos pretenden habituar la acción represora del Estado como garante del sosiego social.

O sea, los medios aplican un negacionismo cómplice sobre la realidad que habita, por ejemplo, en la extensa zona rural, en el monte y las montañas dispersas y casi despobladas pero en constante trance por la apropiación escritural para ponerla al servicio de terratenientes, del narcotráfico y la minería ilegal, despojando mediante una injusticia orgánica a los inexpertos e inocentes propietarios ancestrales: campesinos pobres y comunidades indígenas o afrodescendientes. Y cuando ya hay la necesidad imperante de informar (ya que no siempre se puede tapar el sol con la mano), pues se narra todo como hechos aislados para no alborotar las inquietudes citadinas, donde reside mucha gente incauta que sin el chance de reflexionar debe acostumbrase a ver esos ambientes trágicos como normales, como parte del decorado y espectáculo nacional, incentivando la cultura de la indiferencia.

Igual, para ellos, lo que ocurre en las ciudades son fruto de la degradación social y de las motivaciones promovidas por anarquistas enemigos del orden o por opositores que sonsacan la gente a la calle, a pervertir la serenidad pública y perturbar a la “gente de bien” y al buen gobierno, logrando el poder mediático crear enemistades en el mismo pueblo.

Aquí vale la pena recordar de manera aleatoria algunos titulares de medios monopólicos referidos a consecuencias del paro desde la óptica establishment que se han martillado reiteradamente hasta la saciedad durante las semanas pasadas, sin acudir a otra versión y otras fuentes contrarias, en particular, a testimonios de los muchachos que marchan (poco entrevistados), camioneros, gente de los barrios vulnerados, que sí saben sobre las causas del paro y las movilizaciones:

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Entonces, aquí se nota el uso sistemático e insistente de titulares con palabras nucleares[3] hechiceras nada asertivas y proactivas que pudieran bajar el nivel de la emotividad e indignación social y de la protesta pública; y, al contrario, se refleja la infamación y criminalización de la movilización, justificando, incluso, la represión policiva y hasta militar a sabiendas de las disímiles causas del caos culminante[4]. Este el común denominador en estos sistemas informativos, donde el porcentaje de noticias de igual rasgo modelador en demasiado ventajoso comparado con el de versiones encontradas y proclives a la comprensión de la queja social, y a la pacificación del conflicto mediante la concertación y el diálogo. Aquí no se produce relato para la paz, sino para la represión, para aumentar la angustia ciudadana y el sometimiento al “orden establecido”.

A esta estrategia se suma la política del miedo, que es, entre otras, una razón por la que el establecimiento se mantiene vivo: generar situaciones traumáticas para ofrecer soluciones y aplicar medidas de control con el uso de la violencia, atemorizar para sacar provecho, forjar angustia para distraer, crear esas dispersiones psíquicas (el pathos de la psique, según Aristóteles, 1949) para desesperanzar e inducir a la impotencia y la pasividad social, incluso, para determinar los límites del pensamiento y la acción en tiempos y espacios dados (Foucault, 2002). El miedo racional es un mecanismo de defensa procedente de interacciones sociales que inclina al individuo o al grupo a atacar o a esconderse, convirtiéndose en conductas de indolencia o de pérdida de voluntad, de sumisión frente al peligro o al dominio (Gray, 1971), reacción que afecta la convivencia y disgrega, por un lado, y, por el otro, masifica[5], y esta última maniobra es la que pretende quien tiene el poder para avasallar bajo el sofisma de la seguridad y la estabilidad mesiánicas.

(Dilts, 2003) se refiere a la influencia que el lenguaje tiene “sobre nuestra programación mental y demás funciones de nuestro sistema nervioso” (p. 28). En este sentido, la palabra tiene poder “tanto para reflejar como para moldear las expresiones mentales” y se “convierte en herramienta poderosa… para intervenir, al nivel más profundo, los patrones mentales... tanto conscientes como inconscientes"  (p. 30) de acuerdo a cómo se relacionan en el contexto socio-cultural.

La idea es desconectar la relación existente entre la palabra (rhema, le llamaban los griegos antiguos) y la experiencia mental (pensamiento y comprensión: logos, decía Aristóteles, la manifestación de la razón). Por lo tanto, para los determinadores y gestores del conflicto, mediante el discurso periodístico hay que intoxicar el cerebro del receptor y de la audiencia con imaginarios negativos contra las buenas y sanas relaciones sociales: “Divide et vincet”, decía el emperador romano Julio César (y también Napoleón y Maquiavelo) para, en el caso que ocupa el presente trabajo, romper las estructuras del tejido social y evitar la razón colectiva y la pretensión ciudadana de la reivindicación social y convivencia pacífica, es decir, desarticular el natural proceso comunicación-salud mental-paz. Aquí se recuerda que en una sociedad traumática, a través del terrorismo mediático se justifica la violencia.

Y es precisamente lo que se debe contrarrestar a través de los mecanismos de defensa que tienen los sectores explotados y excluidos de la sociedad que no encuentran igualdad de oportunidades en la expresión mediática, no pueden esperar que el llamado “cuarto poder” (según la ideología burguesa y oligárquica imperante en Colombia, totalitaria y autoritaria, que politiqueramente anexa incluso a los organismos de control al poder gubernamental, desamparando al ciudadano) resuelvan sus necesidades de ser escuchados. Sistemas alternativos pluralistas existen y bajo una agresiva alfabetización mediática para interpretar y producir mensajes masivos, haciendo uso de medios comunitarios tradicionales o virtuales (ignorando los de ellos) y de las redes sociales podrían construirse escudos para decolonizar la razón/acción, recuperar la reserva moral del país y enfrentar al hegemónico y cómplice agresor nada invisible (aunque opera como sociedad secreta) que cínicamente marcha en la retaguardia con un pelotón de fusilamiento en su frente de combate convirtiendo las manifestaciones públicas en un acto de guerra, utilizando a los soldados y policías rasos como carne de cañón o represores y culpables (ya que son estos son los juzgados en caso de violación derechos humanos, no los cerebros políticos).

No hay que desfallecer: con las movilizaciones actuales se han logrado muchas cosas que el gobierno en su “bondad” no hubiese cedido: retirar la reforma tributaria, separar dos ministros y un alto funcionario que no sirvió para la paz, y la matrícula gratuita para estudiantes universitarios (por lo menos este semestre); pero aún faltan reivindicaciones que de seguro tampoco serán gratuitas, pero sí motivos de negociación: el régimen pensional y de salud, retrotraer la reforma 2019, por ejemplo.

Así, entonces, se resiste, y sin llegar a la violencia[6] y ganando tiempo al tiempo lábil ante el inevitable fracaso de las élites, el año entrante se verán los frutos de la verdadera comunicación ciudadana y popular que con nuevos relatos en la construcción de un mito colectivo soñado de infalible democracia, justicia, equidad y transparencia pública, de efectiva gobernanza y poder obedencial, cumpla su sagrada misión dialéctica de informar para formar, inconformar y transformar.

[1] Las comillas aquí tienen la intención de hacer énfasis entrópico máximo en las palabras o frases para llamar la atención sobre el significado derivado y oculto de cada expresión.

[2] Tomado de Nueva Sociedad, “El poder mediático sobre el poder” (2018), referenciando el texto de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung "De la captura corporativa a la captura de las corporaciones. Apuntes de la conferencia de Buenos Aires" (2016). Disponible en https://n9.cl/ld656

[3] Morfemas, patrones lingüísticos o unidades sintácticas adjetivadas mínimas, más sus derivaciones, dispersiones o recurrencias pragmáticas o semióticas, que recogen las propiedades internas, rasgos y eventuales usos en el discurso (Molero, 2003).

[4] La ruptura del racionalismo, la exacerbación de la protesta social y la vandalización en la escalada de violencia tienen raíces diversas: 1. Promovida por infiltrados del Régimen; 2. Provocada por anarquistas resentidos; 3. Incitada por delincuencia común para saquear.

[5] Octavio Paz, Nobel de literatura, escribe en “El arco y la lira” que “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo... del miedo al cambio.”

[6] Michel Maffesoli (2004), en su concepto de tribu urbana, asegura que “Se puede tratar de ritualizar la violencia, de “homeopatizarla”, privilegiando formas de expresión lúdicas, festivas y comunitarias que afirmen el deseo de estar juntos…” en la cotidianidad para crear nuevos imaginarios colectivos, concientizar derechos y asumir formas proxémicas y reticulares de reclamos. “El tiempo de las tribus”. Disponible en https://n9.cl/lv0kc

Bibliografía:

Aristóteles. (1949). Ética a Nicómaco. Tradición de María Araujo y Julián María. Madrid. Centro de Estudios Constitucionales.

Aruguete, Natalia. (2009). Estableciendo la agenda. Los orígenes y la evolución de la teoría de la Agenda Setting. Revista Ecos de la Comunicación. Año 2 No 2 – 2009. Bs. As., Argentina. Universidad Católica de Argentina.

Bolívar, Allan. (2015). Concentrados, en pocas manos, se encuentran los medios de comunicación en Colombia. Desdeabajo.info Disponible en https://n9.cl/jp79c

Dilts, R. (2003). El poder de la palabra PNL. España: Ediciones Urano S.A.

Foucault, Michel. (2002). La arqueología del saber. Bs. As., Argentina. Siglo XXI Editores.

Gray, Jeffrey. (1971). La psicología del miedo. Toledo, España. Guadarrama.

Las2Orillas. (2015). ¿De quién son los medios de comunicación? 15/10/2015. Disponible en https://n9.cl/e4n8f

Lasswell, Harold. (1927). Técnicas de propaganda en la guerra mundial. Nueva York. Edit. Knopf.

Maffesoli, Michel. (2004). El tiempo de las tribus. Tucumán, Argentina. Siglo XXI. Disponible en https://n9.cl/lv0kc

Molero, Lourdes (2003). El Enfoque semántico-pragmático en el análisis del discurso. Visión teórica actual. Caracas, Venezuela. Ed. Fonacit.

Paz, Octavio. El arco y la lira. Disponible en https://n9.cl/m845r

Revista Semana. (2017). Los colombianos y los medios de comunicación. 24/02/2017. Disponible en https://n9.cl/4j2vs

Rey, G. y Restrepo, J. (1995). Desde las dos orillas. Bogotá, Mincomunicaciones

Rincón, Omar. (2018). El poder mediático sobre el poder, referenciando el texto de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung "De la captura corporativa a la captura de las corporaciones. Apuntes de la conferencia de Buenos Aires" (2016). Disponible en https://n9.cl/ld656

Zambrano, Willian. (2918). La radio comercial en Colombia. El nuevo panorama digital de la comunicación y del periodismo. Revista Signo y Pensamiento Vol. 37 No. 72 (2018). Disponible en https://n9.cl/0dpjd

*Docente e investigador universitario, y candidato a doctor Ciencias Humanas.

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