Pero por supuesto que Cali está de fiesta con la COP16, hay jolgorio y algarabía, hay mecato y economía, hay diversión y eventos gratuitos para todos en el Bulevar del Río. Una zona que se ha convertido en el escenario propicio de la ciudad, en el punto de encuentro, en el crucero cultural, en el lugar que ha recuperado la histórica ruta de la ciudad hacia el Pacífico y su salida al mundo.
Todo eso está muy bien, nadie puede negar que la ciudad se preparó, que la embellecieron o maquillaron (es casi lo mismo, pero diferente), que la magnitud del evento y su relevancia le significan y le significarán muchas cosas en diversos aspectos y escenarios. Pero que el periodismo asuma su cubrimiento con un tono carnavalesco y sin abordar temas fundamentales, es sí no grave, por lo menos es muy preocupante.
El antes criticado espacio que le regaló a Cali el hundimiento de la Avenida Colombia emerge como el dispuesto para expresar la caleñidad en su plenitud excepcional. Pero en medio de la barahúnda y el bullicio no se hacen análisis de situaciones complejas en términos ambientales.
Incluso, las mismas que genera la COP16 y el arribo de tanta gente (hay delegaciones durmiendo en moteles, donde por supuesto no hay closets, ni ciertas condiciones, pues a esos lugares ciertamente no se va a dormir). O la Zona Verde convertida en mercado de pulgas y hormiguero de curiosos que van solo de borondo. Hay contadas y honradas excepciones. Por ejemplo, Miguel Ángel Palta, periodista del Noticiero 90 Minutos, denunció que el proyecto El Edén que se piensa desarrollar en Pance y que incluye amenazas para líderes que se oponen al mismo por su alto impacto ambiental, tiene un stand en la zona de COP en mención. Silencio. Nadie replica. Nadie responde.
Lo mismo que Bavaria o Ecopetrol, y grandes empresas privadas y públicas cuya actividad económica impacta el medioambiente y participan de estos eventos con la intención de lavar su imagen o mostrarse ecosostenibles.
Es como si la biodiversidad fuera un tema de moda, de obligatoria participación y no una condición que debemos preservar como sociedad y colectivo. No hay contextos ni información sobre situaciones que resultan determinantes en el ámbito y que deberían abordarse en medio de la diversión. Es como si ningún periodista local hubiese leído a Horacio Verbitsky o escuchado aquello de que el periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa y que el resto es propaganda. No es aguar la fiesta, es equilibrarla. Tan equivocado está el periodismo al que solo le interesa lo negativo, como el que solo cubre lo positivo en sus contenidos.
Tuvo que venir Salud Hernández desde Bogotá a refregarnos en la cara un tema que la mayoría de medios y periodistas locales no se ha atrevido ni siquiera a mencionar porque la consigna pareciera ser no dañar la festividad de la COP16: la situación de los Farallones de Cali, un parque Nacional Natural que tiene más problemas que ventas la Zona Verde del Bulevar del Río.
Doña Salud que –como la revista para la que trabaja– no goza de buena reputación periodística, publicó en X (antes Twitter) una frase certera sobre el evento que lo resume y lo desnuda: “Da la impresión de que es un congreso de turismo para vender a Cali”. Y puede serlo también, señora. Añade la dama con ese tono franquista que la caracteriza, que en ninguna COP lo pasan tan bien como aquí, ni los tratan como turistas de primera clase y todo gratis. Y para refrendar su confesa posición de derecha –tildada por algunos de extrema–, felicita al alcalde de Cali, Alejandro Eder, al que considera el verdadero ganador de este anticipo de Feria de Cali.
Al respecto, nadie le reconoce nada a la administración del alcalde Jorge Iván Ospina que, con todo y sus yerros, con todo y los investigados actos de corrupción de su hermano, con todo y su abierta militancia politiquera, con todo y las investigaciones que le adelantan, adelantó –y la redundancia es adrede– muchas de las obras con las que hoy sacan pecho sus detractores y sacarán réditos políticos a futuro.
El túnel urbano más largo de Latinoamérica ya es chicanería caleña, con sus coloridos murales criticados por inconsultos; la Plazoleta Jairo Varela de a poco hizo olvidar el Café Los Turcos; el monumento a Cristo Rey ha hecho arrodillar a quienes se opusieron al mismo; el Parque Corazón de Pance detuvo la expansión urbanística de la zona y salvaguardó el balneario de los caleños…
Pero retomemos, no vaya a ser que caiga en el positivismo informativo que intento evidenciar sin denostación y más bien sí, con la libertad que permite y consagra la Constitución y los principios rectores del periodismo, la docencia y la decencia.
El periodista está en la obligación de ver y decir el lado malo de cada cosa, no en convertirse en otro miembro más de la oficina de prensa de la alcaldía o de la COP16. No es un funcionario más, no es un ciudadano más, no es un mero transmisor de intereses. No se debe a la neutralidad, sino a la imparcialidad. No se debe a los organizadores sino a las sus audiencias, al público ensordecido y desinformado, reinformado, contrainformado, mejor dicho, embolatado y manipulado.
Mutismo ante el número de ríos que se mueren cada año en Colombia. Silencio ante la contaminación de los mismos. El Magdalena, nuestra principal arteria fluvial, está dentro de los 20 ríos más contaminados del mundo. El Cauca ha perdido el 50% de su caudal histórico. Nada ante las inundaciones de Cali con cualquier aguacero. Y de los siete ríos de Cali entelequias, solo quimeras, pues queda poco, solo en las cuencas altas. Discreción con los cañicultores y sus concesiones de agua. Sigilo con la minería ilegal. Nada sobre las canteras que laceran nuestros cerros tutelares. En pausa la crisis de las vías secundarias y terciarias que permiten mejorar las condiciones de vida del campo para que haya ciudad.
Nadie quiere ventilar las verdades incómodas, nadie quiere tirarse el espectáculo, todos quieren aportar a este concierto de preciosidades (el de Rubén Blades fue un verdadero recital), de presentadoras que lucen sus vestidos floridos o con estampados animalistas y de presentadores que solo destacan que las caleñas son como las flores.
Cito a una estudiante cuya graciosa confesión sirve para la reflexión final en términos del periodismo que se hace hoy en la ciudad con motivo de la COP16: “Profe, yo siempre he soñado con cantar en un coro, porque allí nadie va a notar que canto mal”.
Esa al parecer es la estrategia de todos, unirse a esta coral de voces faranduleras que se detienen en lindezas y naderías, pero no en los hechos trascendentales. Bien nos dice el escritor israelí Yuval Noah Harari en muchos de sus libros (Sapiens, Homo Deus, Nexus, etc.), la mayor parte de la información no es verdad, es basura. Pues a través de la historia el poder de las narrativas ha construido realidades no siempre ponderadas. Una idea que de alguna manera también aborda el peruano Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, una sociedad donde importa más parecer que ser, más estar que participar, más oír que entender, más repetir que comprender, en suma: más improvisar que pensar.