Santiago, 24 de diciembre de 2013
Querido Horacio,
Es 1975 en la India. La primera ministra Indira Gandhi ha decretado estado de emergencia y su gobierno se ha transformado en una dictadura. La crisis toca todos los niveles sociales, pero, como siempre, los más afectados son los más pobres. El estado de emergencia trajo consigo escasez de trabajo, de vivienda, aumentó las condiciones de miseria de los ya de por sí miserables. La Señora, como era conocida Gandhi, sostenía entretanto su imagen a punta de mítines que buscaban ensalzar sus múltiples virtudes políticas. Corrían, pues, esos años más bien oscuros en la vida de los indios, cuando se juntaron en una casa de una “ciudad frente al mar”, cuatro personas: la dueña de casa, Dina Dalal, dos sastres, IshvarDarji y OmprakashDarji, tío y sobrino respectivamente y Maneck Kohlah, un joven estudiante de “refrigeración”, hijo de una amiga de juventud de Dina. La situación política y económica de la India, más que el azar, unió a estas cuatro personas.
Dina era una mujer viuda desde hacía veinte años y costurera de toda su vida. Poco antes de que se declarara el estado de emergencia, se animó a comenzar un pequeño negocio, en su casa, cosiendo prendas para una gran empresa distribuidora de ropa. Ese negocio le ayudaría a mantener la independencia que tanto había cuidado por años, y le evitaría caer, por necesidad, en la tiranía familiar de su hermano Nusswan, quien era un acomodado empresario. Para que su negocio funcionara, Dina necesitaba por lo menos dos sastres que la pudieran ayudar. Buscando sin cansancio, recorriendo lugares remotos y peligrosos de su “ciudad frente al mar”, fue como encontró a Ishvar y a su sobrino Omprakash, a quien su tío llamaba simplemente Om. No sin cierta desconfianza, cerró trato con ellos y acordaron que trabajarían todos los días desde muy temprano, hasta tarde, y que podrían guardar las máquinas en su casa.
Ishvar y Om habían llegado desde un pueblo chico y lejos de la “ciudad frente al mar”. El padre de Ishvar, DukhiMochi, había conseguido lo impensable en esa aldeíta india: que sus hijos se movieran de una casta inferior a una superior. En un acto rebelde y de superación, que le ganó la admiración de su gente y el odio de las castas superiores, Dukhi se empecinó en enviar a sus hijos Narayan e Ishvar a una ciudad cercana a la aldea para que aprendieran el oficio de sastres. El sastre, en el sistema de castas, estaba por encima del simple curtidor de cuero. Gracias a la ayuda y la bondad infinita de un sastre musulmán, Ishvar y Narayan aprendieron el oficio de sastres. Narayan regresó al pueblo, mientras Ishvar siguió en la sastrería con el musulmán bondadoso. En el pueblo, Narayan se transformó en un exitoso sastre y poco a poco su vida cambió y, como consecuencia, cambió también la de sus padres. Las castas más ricas vieron esto con preocupación. Oscuros intereses sociales y políticos se mezclaron con la creencia religiosa de que la ubicación que cada quién tenía en la pirámide social era algo sagrado. Moverse de una casta iba más allá de lo socialmente establecido: era una ofensa a lo sagrado. Un atentado contra los dioses, quienes se enojarían y desahogarían su furia en los humanos. Pero la desgracia no tardó en llegar. Narayan, rebelde como su padre, se enfrentó a un tipo cruel, de casta superior, exigiendo su derecho a votar ―pues los de castas inferiores solo iban a firmar y poner la huella, y no se les permitía marcar la papeleta―. Narayan fue cruelmente asesinado. Luego siguió toda su familia. Solo quedaron vivos Ishvar y Om, en la ruina y con la necesidad de ir a buscar empleo lejos, en una ciudad más grande.
Maneck Kohlah llegó de la montaña, a regañadientes, porque hubiese preferido mil veces quedarse en su casa, cuidando de la tienda de su padre, quien había inventado un refresco único y exitosísimo, la cola de Kohlah. La realidad es que los padres de Maneck temían por el futuro de su hijo y la única forma en que podían garantizarle que no pasaría penurias era dándole la oportunidad de estudiar una carrera técnica. Fue así como llegó a la “ciudad frente al mar”, a vivir primero en la residencia universitaria y luego con una buena amiga de juventud de su madre: la señora Dina Dalal.
En la casa de Dina, cuando por los azares de la historia todos terminaron viviendo juntos, las confianzas tardaron en llegar. Aunque Maneck hizo más rápido amistad con los sastres, a Dina le costó un poco más bajar su guardia y entender que eran buenas personas. La casa de Dina terminó transformándose en una barquita en medio de ese mar picado y caprichoso que era la India de esos años, y sus cuatro habitantes, que en un principio eran solo cuatro desconocidos, terminaron convertidos en una tripulación unida y fuerte que soportaba estoicamente, con humor y con amor los huracanes que iban y venían mientras “La Primera Ministra” improvisaba.
Me vas a preguntar, Horacio, que cómo sigue o termina la historia. Que de dónde sale esta carta. Pues el final no te lo puedo contar, porque prefiero que leas el libro de donde la saqué. Se trata de Un perfecto equilibrio, una novela publicada en 1998, cuyo autor, Rohinton Mistry, es un indio que se ganó este año mi admiración más profunda. El descubrimiento se lo debo a una recomendación que me hiciera hace años Margarita García Robayo. El libro lo compré el año pasado en la única librería donde hay milagros literarios: en San Librario Libros. Por cuestiones de tiempo, solo lo pude leer este año, hace unos pocos meses. Es mi libro del 2013. Te escribo esta carta para recomendártelo con fervor. Mistry ha escrito la historia de cuatro personas en 719 páginas, sin dejar al azar nada: con elegancia, agilidad, maestría, humor negro y no tan negro. Subrayé muchos pasajes hermosos de esta novela, pero te voy a copiar por ahora solo uno. Es lo que le dice un corrector de estilo que se encontró Maneck durante su viaje a la “ciudad frente al mar”:
«Verás, no puedes trazar una serie de líneas y compartimentos, y negarte a dar un paso más allá de ellos. A veces tienes que utilizar tus fracasos como peldaños en el camino del éxito. Hay que mantener el equilibrio entre la esperanza y la desesperación (…) al final todo es cuestión de equilibrio»
Tienes que leer esta novela, querido Horacio, es hermosa. Su historia oscila entre la tristeza y la alegría, como la vida misma.
Que sea un regalo para ti de Navidad.
¡Felices fiestas!
Y un abrazo enorme,
Laura