Sin que el partido comenzara, la enfermedad de la intolerancia ya había producido estragos. Dos muertos fue el saldo que dejó la repudiable conducta entre hinchas de Millonarios y Atlético Nacional en Bogotá: dos a cero. No es la única vez que sucede y tampoco ocurre sólo con estos dos equipos. Ninguna hinchada se queda atrás. La situación se vive como una pandemia a nivel nacional. Mientras que unos fomentan violencia con insultos los otros la perpetran con acciones repudiables.
En esta ocasión, óigase bien, fueron solo dos. Afortunadamente en la semana los seguidores de Atlético nacional -los que son violentos- no han puesto su cuota, hasta donde se tiene conocimiento. Y eso, de un solo equipo. ¿Cuántas personas más tienen que fallecer?
Es la única forma de poder hablar en cuanto a marcadores se trata, o mejor en saldos, cada vez que se anuncia un partido de fútbol en Colombia. No se puede hablar de campeonatos exitosos, cuando las goleadas recaen en la vida de seres humanos; en ocasiones y muy seguramente las víctimas resultan siendo los más inocentes. Otras, los actores del festín.
Los únicos términos que sugieren los saldos negativos, para hablar en estas jornadas de futbol, son de tragedia, aunque no siempre, pero si en su mayoría a pesar de los enormes esfuerzos que las autoridades hacen para prevenir semejantes circos de violencia. Acá se deja entre ver cuánto vale la vida y cuánto vale más el furor, el fanatismo a unas camisetas y a unos colores, que al final lo que hacen es volver a los seres humanos unos desadaptados, unos irracionales e inconscientes que los mueve más el valor de un equipo que la propia vida.
“¡Hasta el final, muero contigo!”, se leen grafitis de estos patanes que tendrán más en mente un equipo que la vida de sus progenitores, o los progenitores ajenos. Y, que a causa de esa falta de educación y civilidad de verdadero hincha, pierde los estribos al causar la muerte del prójimo; de destrozar por completo familias que pierden a sus seres queridos cuando se tropiezan, sin querer, con uno de estos insensibles.
Se escuchan más emisoras -y no cualquier emisora, emisoras serias- haciendo “pollas sobre marcadores” que campañas para prevenir la violencia en las canchas. No digo que las campañas no las estén realizando. Aunque la campaña debería ser masiva. Sería más sensato, aprovechando la enorme audiencia que éstas acaparan, apostarle verdaderamente a una educación y convivencia en los estadios. A estas alturas sería merecido evaluar qué tan “profesional” puede ser la cuenta de cobro que nos pasa el futbol colombiano. El deporte es bueno, es entretención, es salud, pero hay que recordar que también es vida (en todo el sentido de la palabra).
Se escucha también decir ¡Ganamos!
¡Ganamos que!, ¡Qué ganamos! Cuando los que perdemos somos todos. Luego nos ayudamos como colombianos a crear esa famita con la que otras naciones nos ven. La de insensibles, la de violentos.
Es más emocionante y enorgullecedor ver ganar a un solo deportista que a 22 en una cancha. Porque por un lado, o los unos no hacen nada, o los otros hacen muchísimo por lo visto, según las muertes que pueden dejar las barras de estos equipos. Un solo deportista puede hacer vibrar, en un solo día y al mismo tiempo, a todo un país con la misma camiseta -y no a unos pocos vestidos con un par de harapos-.
En Colombia se le apuesta ciegamente al futbol. No sugiero que sea malo, la sugerencia es que se reflexione y se eduque. Existen muchas más posibilidades de deporte… Está el atletismo, la natación, el tenis, voleibol, taekwondo… hasta el mismo ciclismo, por ejemplo.
Y hablando en saldos deportivos verdaderamente positivos, el ciclismo ha dejado más éxitos y más enseñanzas de vida que el propio fútbol. ¡Bravo por el ciclismo Profesional Colombiano! Ojalá esa alegría del ciclismo impregne el fútbol, que ya está quedando un poco desacreditado y llevado más, a una práctica deplorable sobre la esencia del ser persona y el querer disponer de la vida de los demás.
Hay que tener cordura y contribuir a que el deporte se viva en paz. A que los hinchas -aunque en principio suene imposible- estrechen las manos. A la conciencia, a la postura de tratar de vivir como humanos, no como aficionados irracionales: sin un horizonte, sin una razón lógica por la cual ver que un colombiano más muera. Ya bastante tiene nuestro país que a menudo se sufra con el cáncer de un conflicto armado, para que ahora un deporte -quien lo creyera-, se convierta en el progenitor de tan aberrante desorden social.
Twitter: @Alonrop