Perdimos todos. Los pobres porque no recibirán más subsidios ni universidad gratuita. La clase media porque a muchos les vandalizaron sus comercios y negocios, les dañaron sus sistemas de transporte y les tocará “echar pata” quien sabe cuánto tiempo. La fuerza pública porque hirieron a muchos y hasta los quemaron vivos. Los manifestantes porque la marcha ya no es de ellos sino de los grupos terroristas y las células urbanas.
Pero quienes más perdieron fueron el presidente Iván Duque por no saber “leer” a los ciudadanos y su situación en estos momentos y los ciudadanos por no haber leído juiciosos una reforma que obraba en favor de ellos. Estos últimos decidieron confiar en un par de senadores que tampoco la leyeron ni propusieron nada diferente porque tenían armada esta trifulca con nombre de marcha desde hace varios meses. Dicen que todo es parte de la “Revolución Molecular Disipada” que comenzó en el 2019 en Chile y se aprobó en el pasado Foro de São Paulo.
Como sea, perdimos todos. Y seguiremos perdiendo. ¿Por qué? Porque nos queda el desastre que hay que reorganizar en las ciudades y eso implica más dinero; porque nos queda la rabia sobre algo que nunca leímos y la sospecha de haber sido manipulados por cálculos politiqueros, y porque ahora sabemos que los congresistas que elegimos no leen ni estudian ni contraproponen nada a lo que presenta el ejecutivo (como la RT), se limitan a incendiar con sus críticas el país de manera irresponsable. Es más, si la leyeron entonces calcularon que de ninguna manera podía pasar algo así porque les quitaría sus banderas: la renta básica, universidad gratuita y servicios públicos altamente subsidiados.
Volvamos al presidente Duque: en lugar de leer bien el inconformismo por el encierro, la pérdida del empleo, disminución de ingresos, cierre de negocios y angustia general, se le ocurre una reforma. ¿Por qué ninguno de sus asesores le sugirió una catarsis creativa? Algo que convirtiera el dolor y la rabia en arte, disfrute y gozo.
Doy ejemplos: así como el alcalde de Berlín realizó varios conciertos de primavera y calmó los ánimos de sus ciudadanos agobiados por la pandemia, o la generalitat de Barcelona realizó un gran concierto de más de 5.000 personas y todos con normas de bioseguridad y en los dos casos con poca o ninguna incidencia de contagio, aquí en Colombia se pudieron adelantar eventos como Rock al Parque, Salsa al Parque, Festivales de Verano, el Mundial de Salsa, el Petronio Álvarez o la Leyenda Vallenata, festivales de arte, de danza, de música y de poesía, y eventos artísticos al aire libre con controles de bioseguridad en el ingreso, con reglas claras para los asistentes y con el disfrute de todos. Es más, con la asesoría de quienes ya lo hicieron con éxito en Europa, nada cuesta preguntar y aprender.
Hay que desfogar la rabia. Es necesario convertir el odio y el resentimiento en manifestaciones creativas. Hay que bailar sobre la angustia y cantar sobre la tristeza.
Y luego con una tropa de comunicadores de a pie recorrer cabildos, pueblos, juntas de acción comunal, asociaciones locales y gremios nacionales para escuchar qué dice la gente sobre cada punto de la reforma y aplicar sus sugerencias, mejorar el texto y hacer que se parezca siquiera un poquito a la vida real de los colombianos.
Pero… perdimos todos.