Si un congresista de una corriente conservadora, progresista o liberal saluda cortésmente a su opuesto ideológico, ipso facto es acusado de traición por sus copartidarios; si dos políticos que militan en distintas orillas, deciden tomarse una foto juntos, son condenados al fuego eterno de las hogueras virtuales, y si además tienen la osadía de posar sonrientes, son sometidos al más incompasivo sicariato moral.
Ni que decir del riesgo que corren los que comparten las mismas tesis o posturas estando circunscritos en movimientos con banderas de un color distinto. ¿No es posible opinar con un criterio descontaminado de la fatal radicalización?
El nivel del debate es tan decadente que ya no solo hay que hablar de la vergüenza que genera, sino que también a veces se empieza a sentir temor por la confrontación física. La deliberación y el consenso les resultan obsoletos y arcaicos; hoy los que triunfan son los políticos que a diario salen desde el púlpito de las redes sociales a rociar gasolina para mantener flameante la llama de la confrontación.
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Solo para extrapolar un atroz acontecimiento: En 1994, en Ruanda-África Oriental, dos tribus se enfrentaban, los Hutu y los Tutsis; la mayoría hegemónica de los primeros se impuso, causando uno de los genocidios más abominables de la historia reciente, 800 mil personas fueron asesinadas en 100 días; en promedio 8 mil tutsis fueron ultimados diariamente a punta de garrote y machete a manos de los Hutu.
Las causas de la confrontación, según el escritor ruso Ryzard Kapuscinsky, fueron, entre otras, el avivamiento de la polarización y el menosprecio por los valores identitarios de los oponentes políticos. No se trata de caer en el dramatismo, pero en Colombia son cada vez menos las cosas en las que coinciden unos y otros. Las redes sociales, algunos medios, los debates, las tertulias ponen al desnudo nuestra proclividad violenta y la apatía por el diálogo.
Nos hace falta una verdadera revolución moral para entender que la valía de un ciudadano no se determina por el carné de inscripción en un partido político u otro sino por la coherencia de sus actos y su compromiso con la patria.
Perdimos la capacidad de debatir: pésimo antecedente para la humanidad
Si dos políticos que militan en distintas orillas, deciden tomarse una foto juntos, son condenados al fuego eterno de las hogueras virtuales
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