La coyuntura política que vive Gustavo Petro con su destitución por parte de la Procuraduría enseña algunas ideas fundamentales sobre el devenir del proceso político colombiano, abocado en el primer semestre de 2014 a unas elecciones de Congreso y Presidencia en el contexto de una negociación histórica con la insurgencia armada y la posible reelección de Santos, incierta por demás. Desde el año 1991 no se presentaba un panorama tan variado y conflictivo en el que la izquierda o la oposición política pueda derrotar al partido político del presidencialismo, el cual se organiza a partir del apellido del Presidente.
En principio, la relación de fuerzas sociales y políticas advertidas en el último semestre de 2013 revela que la izquierda con todos sus matices ideológicos tiene opciones reales de intentar hacerse hegemónica con un 30% del electorado, cuando menos. Pero todo lo anterior depende de la destitución de Petro de la Alcaldía de Bogotá. Porque la capital, lo sabemos, es el centro de gravedad de la movilización social urbana y rural en Colombia, y en ese sentido de la izquierda, que es gobierno y oposición.
Recordemos que Bogotá concentró el mayor paro agrario de su historia que llevó a Santos a sacar de sus cuarteles a 50 mil militares; igualmente fue el epicentro de la movilización nacional a favor de la paz negociada con las Farc-Ep donde cifras generosas hablan de un millón de personas, y ahora se manifestó la ciudadana que convocó Petro desde la Alcaldía Mayor en pro de una “revolución democrática”.
Los tres acontecimientos referidos están conectados, han sido multitudinarios y no se presentaban sumados desde la época de Jorge Eliécer Gaitán. Nos aventuramos a contar un millón de personas con una conciencia política definida en Bogotá. Militantes políticos subalternos que superaron los más de 700 mil que eligieron a Petro como Alcalde Mayor.
Pero volviendo con la destitución, el que está en la encerrona no es propiamente el Alcalde Mayor, al cual le quedan 2 años de gobierno y algunos recursos jurídicos en juego. Es el Presidente Santos, a quien sólo le restan 7 meses de gobierno (y un proceso de paz), quien está entre la espada y la pared con la decisión administrativa de la Procuraduría contra Petro. Y lo está porque su pretensión, ya la conocemos, es reelegirse en el cargo hasta el 2018.
Es la primera vez que Santos como político se hará contar en las urnas sin deberle el favor a algún padrino. Porque en el 2010 fue a las urnas con la cauda electoral del uribismo unido, del cual después se apartó ideológicamente en virtud de que los privilegios de Santos no son los mismos de Uribe Vélez.
Por eso, para el primer semestre de 2014, Santos que nunca fue electo para ninguna corporación pública nacional, departamental o municipal y que llegó a la Presidencia por interpuesta persona en virtud de que su jefe, Uribe Vélez, no podía constitucionalmente, tiene ante sí el mayor reto político de su vida: ganar una Presidencia cuando las llamadas élites tradicionales están divididas en fracciones que parecen antagónicas: ya no hay partidos hegemónicos, hay opiniones, y ellas no bastan. Es lo que llamamos el partido político del presidencialismo.
Si Santos secunda al Procurador Ordóñez y destituye a Petro, la reelección de aquel queda potencialmente herida de muerte. Porque bien sabemos que Santos, que no es un hábil político electoral, con el caudal electoral que tiene de la Unidad Nacional no llega a ganar en la primera vuelta presidencial, donde requiere el 50% más un voto. No olvidemos que en la primera vuelta presidencial del año 2010 contando todo el poder nacional que daba ser heredero del uribismo, no pudo hacerse al poder de la Casa de Nariño y, solo pudo ganar a un débil Mockus en la segunda vuelta y cuando este enseñó sus taras.
Si Santos ha probado algo en su vida política es que los cargos de elección popular le son ajenos, si se quiere los desprecia: tal es el “talante santista”; la mecánica electoral, el contacto con la gente, el ser popular, no va con él: su ideología es de raigambre elitista, tipo club. Por el contrario, su vida política revela que para llegar a los cargos públicos en los ministerios que ocupó se ha aliado con todas las fuerzas políticas del presidencialismo, viviendo de favores o dándolos: gaviristas, pastranistas, uribistas y sus variantes.
Si Santos quiere ganar la Presidencia en el año 2014 en primera vuelta (o la segunda) necesita de los sectores sociales, subalternos y de izquierda, los cuales se apartarían ideológicamente de él si confirma la destitución de Petro de la Alcaldía de Bogotá. Porque estos mismos sectores ante el anuncio de la Procuraduría ya han mostrado, en actos y discursos, sus intereses políticos no solo contra Ordóñez, sino contra quien lo mantuvo en el cargo, Santos. No olvidemos que Ordóñez es heredero del uribismo, como Santos. Solo que aquel es fiel a su jefe, y más ortodoxo.
Así que al destituir a Petro, Santos puede estar contando sus días en la Presidencia, porque desde ya es claro que los sectores subalternos y de izquierda van por un camino distinto del de Santos y su partido de la U, divorciado este del Centro Democrático. Frente a ellos, claro que sí, se encuentra la reacción del uribismo en cabeza de Zuluaga como candidato ungido.
Si en el año 2010 Santos tenía que derrotar a un deslucido Mockus, en el 2014 Santos tendrá que derrotar a una izquierda potencialmente organizada, de un lado, y, de otro, la reacción agraria que encarna el uribismo, viudo del poder, de los contratos y de la nómina estatal. A falta de un oponente político como en el año 2010, en el 2014 tiene a dos sectores social y políticamente distintos. Santos pues no la tiene fácil, y él lo sabe. Esta decisión sobre Petro será la prueba palmaria para saber qué entiende Santos por paz y qué por democracia.
Volvamos entonces sobre lo anotado. Santos por ser un hombre de privilegios oligárquicos no es un político electoral, por lo cual no sabe cómo ganar elecciones ni menos reelegirse. Pero sus oponentes, a la izquierda y a la derecha, sí se han jugado la vida en las elecciones. Y saben cómo pueden ganarlas. Advertimos por último que el discurso electoral de Santos en el año 2010 fue pobre, en verdad, y llevado al límite, contraproducente. Por supuesto, estamos hablando de un político derrotable.
La gran ventaja de Santos en la elección presidencial que se avecina no son sus apellidos, sino el poder político y económico que da la Presidencia de Colombia. Pero ni estos ni aquellos le servirán si destituye a Petro y al acercarse con ello a la reacción agraria de Uribe Vélez, deja espacio para que las fuerzas de oposición alinderadas en el último semestre de 2013, se organicen como poder presidencial de centro-izquierda en pleno proceso de paz, y lleguen a ser hegemónicas para la segunda vuelta electoral, donde todo puede pasar. Incluso que un eximio jugador de póker, como Santos, pierda ante un hábil político electoral de izquierda.
Petro ya anunció la perspectiva de los subalternos si se unen a partir de su destitución: la “revolución democrática”. La oposición política ya tiene pues el santo y seña. La pregunta entonces es: ¿dónde está este candidato de izquierda que haga suyo el discurso y la acción de la “revolución democrática”?
*Profesor Departamento de Psicología
Grupo de investigación Presidencialismo y Participación, Universidad Nacional de Colombia