Me lo encontré en la calle, en el ruido incesante de los automóviles, cuando el silenciador de una moto se había retirado, de tal modo que el ruido era tan fuerte, sin ninguna piedad para mis oídos.
Estaba muy contento, me dijo que había llorado, cuando en la tarde del domingo, pendiente del conteo electoral, había escuchado el nombre del ganador, gracias a los millones de sufragantes, como nunca había ocurrido, quizá mayor que cuando se dio el plebiscito.
Y, muy animado me comentó que el domingo en la tarde había vertido lágrimas, pues desde hacía muchos años, el día de las elecciones había pisado el suelo de la derrota.
–Por fin, por primera vez en mi vida ciudadana he triunfado -manifestó. En su rostro radiante se hacía presente el gozo.
–Entonces, votó por el ganador . –le dije, y movió la cabeza negando y, ante mi extrañeza, comenzó la apología de su satisfacción.
–Mire, Silvio, he participado con mi voto en muchas elecciones y siempre he perdido… Unas veces porque, como dijo el padre Camilo Torres: “Él que escruta elige”. O bien, porque al raspar las papeletas de las urnas, no coinciden con mis sueños. –Y continuó con su voz brillante y, animado, manifestó.
–Soy un perdedor empedernido. En distintas elecciones me he ido, después del conteo al café, y con cara larga he visto sonrientes a los ganadores.
Poco a poco fue narrando, algo que yo no entendía, porque a pesar de que había perdido, el espíritu exaltado dejaba ver el gozo.
–Voté por Antonio Navarro Wolf –comandante Pata de Palo– que, después de la alcaldía de Cali, fue candidato a la presidencia, en 1990, pero triunfó “Colombianitos bienvenidos al futuro.” Cuando sufragué por Carlos Gaviria: un profesor universitario, abogado, magistrado que, en 2006 a 2009 fue el presidente del Polo Democrático Alternativo, a pesar de que era un aspirante ideal para darle el bote a este país, fracasé.
Años después mi voto fue por el monito Antanas Mockus, por el Partido Verde y, después de las cuatro de la tarde del día electoral, mis ilusiones se fueron a la derrota, porque las ideas pedagógicas que marcaban un norte distinto en la manera de gobernar no interesaron a los electores.
Ahora bien, en la segunda elección de Santos, me sentí glorioso por el proceso de paz, pensé que había ganado. ¡Pero qué va! Después de haber hecho posible que la paloma de la paz se hiciese presente con el ramo de olivo, Santos se patració, pues propuso el referendo por la paz y, en las mesas de votación se hizo manifiesto que la gente no quería la paz y, como conclusión, mi deseo por vivir en un país de comunidad y convivencia se fue el suelo.
Así que, después de todas esas pérdidas, queriendo que perdiera el ingeniero, patán y grosero, por él voté ¡Y por fin gané!