"Pequeño olvido el de Héctor Abad Faciolince"

"Pequeño olvido el de Héctor Abad Faciolince"

Una opinión a propósito del rifirrafe que en días pasados tuvo el escritor con Gustavo Petro

Por: Jaime Vargas Ramírez
febrero 27, 2018
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Foto: Daniela Abad Lombana / Wikicommons

Populismo es una palabra que en la actualidad se emplea de forma peyorativa, para descalificar o insultar a un oponente político. En Colombia se puso de moda en esta campaña a la presidencia y, en general, se está utilizando contra Gustavo Petro desde diversas orillas. Cada cual tiene su versión de la popular palabra; unos quieren indicar demagogia, otros lo asemejan a irresponsabilidad en las propuestas y, en cierta forma, el término está remplazando viejos insultos y descalificaciones utilizados en la historia política en Colombia, como comunista, izquierdista, marxista. Incluso sirve para generalizar o englobar tanto el castrochavismo como el socialismo del siglo 21. En general, los medios de comunicación, políticos y empresarios, asocian la palabra con algo negativo.

Pero la ambigüedad del término es tal, que líderes latinoamericanos como como Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina, Lázaro Cárdenas en México o Juan Jacobo Árbenz en Guatemala, han sido catalogados de populistas. Y más recientemente, los gobernantes de izquierda democrática como Evo Morales, Chávez, Correa, los Kirchner, Lula, también se ganaron el mote en cuestión.

En Roma, en el período de la República, algunos líderes que se opusieron a la tradicional aristocracia y que pugnaban por mejor distribución de la tierra y por una mayor participación democrática, fueron tildados de populistas y combatidos por los optimates, representantes de la nobleza. En la Rusia de las décadas de 1860 y 1870 se conoció el movimiento de los Naródniki, populistas, quienes pregonaban un socialismo agrario sin la dirección de los obreros.

 Incluso en esa categoría caben hoy líderes de la derecha como Trump en Estados Unidos, y Marine Le Pen en Francia. En Colombia, la élite que ha detentado el poder desde la independencia, estigmatizó con tal remoquete a Gaitán y a Rojas Pinilla.

Quizás, por todo lo anterior, Héctor Abad no pudo contestarle a Gustavo Petro la pregunta que este le hizo cuando el escritor lo acusó de populista. Como todos recuerdan hace unos días Héctor Abad trinó: "Recuerdo cuando mi amigo Carlos Gaviria me contaba, con ira, de cómo Petro cambiaba las actas del Polo por la noche, para poner lo que no se había resuelto. Un tramposo".

Petro respondió: “jamás maneje actas del Polo. Solo fui presidente de ese partido tres meses mucho antes del ingreso de Carlos Gaviria, jamás fui su secretario, así que está muy mal informado. Ni una sola acta durante mis siete años de militancia en ese partido pasó por mis manos”. Pues bien, cada uno recibe apoyos; Petro de sus seguidores y Abad de algunos periodistas.

Abad vuelve y carga: "Siempre he dicho que usted fue un valiente senador. Lo he escrito, está en Semana. Y sus denuncias contra el paramilitarismo fueron valerosas. Eso no lo hace un buen gobernante ni le quita nada a su populismo". Petro responde: “sin ningún ánimo de herirlo y solo por pedagogía con la sociedad colombiana, nos diga porqué considera que mis posiciones son populistas y en qué consiste el populismo para usted”.

Hasta el momento no hay respuesta del afamado escritor ni rectificación alguna. Lo único que quedó claro de ese enfrentamiento por las redes sociales es que Abad fue desmentido por el secretario del Polo de esa época Carlos Bula, por los micrófonos de la W Radio.

Pues bien, lo que olvida Héctor Abad es que su papá fue tratado inmisericordemente por sus enemigos políticos que veían en sus propuestas de medicina social a un izquierdista, un comunista, que antes de ser asesinado, fue ultrajado, agraviado, calumniado.

Narra Héctor Abad en su libro El olvido que seremos, dedicado a la memoria de su padre, el odio que despertaban las revolucionarias ideas y propuestas del médico en favor de los más pobres, en la alta sociedad antioqueña, en compañeros de trabajo, en políticos y sacerdotes católicos de la época. Cuenta, por ejemplo, que “un político muy importante, Gonzalo Restrepo Jaramillo, había dicho en el club Unión —el más exclusivo de Medellín— que Abad Gómez era el marxista mejor estructurado de la ciudad, y un peligroso izquierdista al que había que cortarle las alas para que no volara”.

“De los muchos ataques que recibió, mi mamá recuerda muy bien el de uno de sus colegas, un prestigioso profesor de la misma Universidad y director de la cátedra de cirugía cardiovascular, el tuerto Jaramillo. Una vez, estando mi papá y mi mamá presentes, el tuerto dijo muy enfático en una reunión: “Yo no respiraré tranquilo hasta no ver colgado a Héctor de un árbol de la Universidad de Antioquia”. “También algunos curas tenían obsesión de atacarlo permanentemente. Había uno en particular, el presbítero Fernando Gómez Mejía, que lo odiaba con toda el alma, con una fidelidad y constancia en el odio que ya se las quisiera el amor. Había convertido su odio a mi papá en una pasión irrefrenable”.

¿Cuál fue el pecado de Héctor Abad Gómez? Pues colocarse al lado de los más débiles, pregonar “una higiene alcanzable con educación y obras públicas”, decir que “dar agua potable y leche limpia salvaba más vidas que la medicina curativa individual, que era la única que querían practicar la mayoría de sus colegas”, sostener que la “epidemiología ha salvado más vidas que todas las terapéuticas”. Ese fue el “delito” cometido por el médico Abad, asumir la defensa de antioqueños marginados a través de la compasión y de la ciencia y, al final de su vida, comprometerse de lleno con los derechos humanos. Nada distinto a lo que les ha sucedido a muchos que han enfrentado un sistema injusto, detentado por una minoría excluyente, corrupta, reaccionaria y brutal, que ha secuestrado por más de doscientos años la República de Colombia. Pequeño olvido el de Héctor Abad Faciolince.

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