El PAÍS EN CHOQUE DE EMOCIONES
‘Colombia es pasión’. Este es el eslogan con el que por años se nos ha vendido como país en el exterior. Y qué duda cabe que lo somos.
La pasión en la cultura latina, es el nombre de las emociones que despertamos hacía los otros. Unos de los mayores filósofos racionalistas, Descartes, nos legó un tratado, Las pasiones del alma, que hoy pocos leen, y pocos menos recuerdan. En los últimos lustros, Martha Nussbaum se ha ocupado de las emociones en no pocos de sus libros. En cualquier caso, las pasiones, o mejor, las emociones, han vuelto a despertar interés en la educación, la política y la cultura, desde que, a finales del siglo anterior, Daniel Goleman escribiera su renombrado libro La inteligencia emocional.
Pero el asunto no es nada nuevo. Textos literarios clásicos y dramáticos, desde la antigüedad hasta la era moderna nos recuerdan lo humanas que son y lo presentes que están en el gobierno de sí mismos y de nuestras sociedades.
El problema es que hoy se han venido utilizando a gran escala lo que se conoce como pasiones o emociones tristes, para despertar los peores demonios y las furias que llevamos dentro.
Y Colombia no es propiamente un ejemplo de contención y manejo de las mejores emociones. Décadas de violencias, de conflictos y querellas mal administradas y gestionadas, nos han llevado en determinados momentos ha bordear el abismo o a lanzarnos en él.
Habituados a mandar y ningunear a vastos sectores de la sociedad, quienes nos han gobernado claman por recordarnos que, si no son ellos los que deben seguir gobernando, la muerte, el incendio, la ofensa y la calumnia serán lícitas.
Voces de variados sectores machacan desde hace algunos años que el país está polarizado para referirse a la profunda división que presenciamos, pero minimizan que eso se debe a profundas desigualdades que ellos mismos han propiciado y quieren seguir defendiendo.
No han escatimado por eso acudir a promover el odio contra los que suponen son sus enemigos declarados.
Herederos de los llamados odios entre conservadores y liberales, ahora los renuevan como odios entre líderes de la ultraderecha y del establecimiento contra los líderes que suponen de extrema izquierda, pero que en verdad son llanamente de la izquierda democrática, o incluso del llamado centro, pero que no les simpatizan para nada.
Esa estrategia de odio, pese a sus peligros evidentes de generar más violencia política, les ha dado resultado.
Hay dos ejemplos de éxito: el plebiscito del 2 de octubre de 2016 y la victoria de Duque en la campaña presidencial de 2018.
Pero también se registran numerosos ejemplos cotidianos que dan cuenta del fenómeno: el apelativo de indios de cierta élite racista de Cali que en las protestas del año 2021 no dudaron en acudir a hacer eco de la famosa frase despreciativa “indio tenías que ser”.
Por el lado de la izquierda extrema que actúa como rémora de Petro, la respuesta no se queda atrás para ofender a los que tienen posiciones de derecha tildándolos de uribestias, pretendiendo ser además cómicos con el asunto.
Y ahora también, conocida de días atrás la formula vicepresidencial de Petro, en cabeza de Francia Márquez, hay quienes han dado rienda suelta con su racismo a flor de piel, calificándola de cocinera… expresiones evidentes de que muchos han decidido darle vacaciones al diablo sacándolo de sus cuerpos y de la boca para afrentar con su clasismo, su racismo y resentimiento a sus contrarios.
Una vez más, pues, la campaña electoral presente está atravesada por estrategias de odio, con la cual pretenden darle la misma medicina de años anteriores a toda la sociedad colombiana, medicina que de manera lamentable e infame ya muchos han ingerido de manera entusiasta y paranoica.
Afortunadamente también se ve ahora un sentimiento de alegría y esperanza que algunos líderes políticos de manera irresponsable y mentirosa pretenden mostrar como ofensa y humillación, cuando son ellos los que desde siempre han infligido humillaciones y burlas a vastos sectores de la sociedad.
En este choque de emociones los colombianos no pueden nuevamente equivocarse: el espíritu de venganza, de odios y resentimiento, tiene que dar paso a emociones más dulces como la benevolencia, la cordialidad, la compasión y la generosidad.
Quizá podamos estar en el umbral de pasar del país de las emociones tristes de que hablara recientemente Mauricio García (2020), al país de las emociones dulces y risueñas que reclama el momento presente.
Eso también es visible en la contienda electoral decisiva que está en curso por la presidencia del país. Por más que a Petro se le perciba como soberbio y arrogante en su personalidad, lo cierto es que en las plazas públicas y escenarios electorales se le percibe con respeto, ilusión y esperanza, así en otras franjas de la sociedad reiteren sus presuntas ínfulas autoritarias.
Esas emociones positivas se han estimulado ahora con su fórmula vicepresidencial, pues a Francia Márquez se la percibe justamente como la representante de lo que ella con habilidad ha llamado los nadies. Un mensaje poderoso que lo más probable es que congregue a millones de colombianos que sienten que allí tendrán por primera vez a uno de los suyos en el Gobierno.
Si bien estamos ávidos de emociones dulces, no hay que ignorar que dentro del campo de quienes las impulsan, hay no pocos ejemplos de líderes que se aprovechan de esa buena imagen y reputación que tienen emociones como la alegría o la compasión y la solidaridad, para persistir en agraviar y ofender a quienes califican con saña de machistas, misóginos, racistas o simplemente hostiles, porque se les cuestionan las maneras desapacibles con las que defienden el credo radical que comulgan y expanden bajo el paraguas del Pacto Histórico y las aspiración presidenciales de Gustavo Petro.
Ese es parte de un debate que en las filas de quienes propugnan una sociedad igualitaria y democrática sigue vivo, pues es evidente que lo arrastrarán las nuevas fuerzas y actores que en Colombia quieren demostrar que pueden abrir un nueva era de emociones sanas para el país.
Ojalá quienes opten por un Gobierno distinto a las élites tradicionales, cimienten emociones dulces en un suelo fértil y renovado que permita el florecimiento de nuevos actores sociales con la permanencia y perdurabilidad que el país requiere.