Para algunas personas el período de Semana Santa implica días de turismo, para otras de compromisos y rituales espirituales y religiosos; en algunos casos esa espiritualidad implica reposo y oportunidad de reflexión sobre la vida personal y colectiva. Las ciudades, especialmente las capitales no son tan propicias para meditar, pues están usualmente desbordadas de activismos y bullicios; sin embargo, en esta temporada bajan sus ritmos, porque hay migración provisional del urbanitas hacia otras latitudes, más litorales, andinas, rurales, globales y festivas.
Que la aceleración baje en algunas de nuestras principales ciudades colombianas entraña un cambio de entorno, de ambiente, en los diversos parajes locales; hay más silencio, se escucha menos el ruido de los vehículos de combustión fósil, se puede caminar las calles con mayor amplitud y los parques se regalan incluso para la reflexión casi solitaria, las aves y los animales del medio local se dejan oír con mayor claridad; todo esto pareciera un milagro que dona la Semana Santa para quienes nos quedamos, para quienes no nos vamos del vecindario, porque sabemos que hay una oportunidad única para vivir la ciudad de otra manera.
Al circular por las calles y andenes citadinos con un poco de mayor tranquilidad es imposible no sentir que podríamos vivir de otra manera en estas urbes que rutinariamente se sienten tan caóticas, desordenadas, agresivas y desesperanzadas. ¿Cómo estamos viviendo en la Colombia urbana?, ¿podríamos detener la mancha gris que coloniza todo lo verde de nuestros espacios?, ¿podríamos reverdecer las ciudades en un sentido espiritual y de hábitat? ¿podríamos superar el individualismo que está acabando las comunidades de pertenencia y recuperar de nuevas formas el sentido de barrio y las comunidades de arraigo? ¿podríamos superar la manera violenta y consumista de habitar, para generar nuevos acuerdos de convivencia?, ¿podríamos ser más solidarios para afrontar el cotidiano citadino y ayudar, por ejemplo, a las personas en situación de calle que no tienen sustento, abrigo, techo?, ¿podríamos emanciparnos del mal vivir al que nos hemos acostumbrado?
Asuntos críticos y otros asociados a la forma excluyente y expropiadora de la vida que se ha fosilizado en los modos de vida urbanos, es posible removerlos en una perspectiva de comunalidad
Todos esos asuntos críticos y otros asociados a la forma excluyente y expropiadora de la vida que se ha fosilizado en los modos de vida urbanos, es posible removerlos en una perspectiva de comunalidad y de autodeterminación de nuevo tipo, pero tendríamos que sentir y pensar de otra manera la existencia; se pueden construir muchas obras civiles, edificaciones públicas, casas suntuosas y propiedades exclusivas, mediadas por la influencia de la inteligencia artificial, las tecnologías de punta, las financiaciones más impresionantes y los aportes expertos de las ciencias liberales; sin embargo, el asunto es que está fallando la dirección de nuestros pensamientos colectivos, nuestros discernimientos éticos sobre el modo de vida en la ciudad y eso redunda en grandes desencuentros y conflictos a los que nos hemos acostumbrado. Sintetizo, mientras camino por una avenida principal que estaría muy sola si no fuera por la presencia de muchos habitantes de calle que deambulan como yo, ellos con gran angustia buscando el sustento: nuestras ciudades se han hecho invivibles porque nos hemos dejado colonizar por el brillo de las cosas, las obras y las propiedades y hemos hecho de ellas una confrontación agresiva entre los habitantes, por lugares de distinción y por el apropiamiento de bienes particulares, cuando lo que podría permitirnos vivir mejor serían, las relaciones recíprocas y los acervos comunes. Pensémoslo…
