Son curiosos los paralelismos entre la primera parte del Gobierno de Iván Duque y la de Gustavo Petro. Primero, ambos fueron elegidos con altas votaciones y con un escaso apoyo parlamentario. Segundo, ambos tuvieron la pretensión de imponer su agenda partidista y minoritaria a una mayoría parlamentaria, sin éxito. Tercero, ambos tuvieron el casi unánime rechazo de la opinión expresada por los columnistas en los medios de comunicación y por los ciudadanos corrientes en las redes sociales. Estas últimas, para ambos, refugio sin límites de toda villanía, agresividad, falta de respeto a la dignidad presidencial, cloaca comunal. Cuarto, las elecciones regionales no les fueron favorables a sus partidarios.
La circunstancia un tanto absurda de que se realicen elecciones regionales apenas pasado un año de la elección presidencial, significa que un gobierno que apenas empieza vea en apariencia evaluada su gestión por la de unos alcaldes y gobernadores que terminan, o por la suerte de sus candidatos a esos cargos. Cuando los llamados movimientos alternativos, todos ellos opositores o independientes del Centro Democrático, el partido del presidente Duque, ganaron las elecciones en las grandes ciudades en 2019, se consideró que era una sanción al mal gobierno, a su escasez de resultados, a su falta de popularidad. Sucede lo mismo ahora cuando se repite la situación con las grandes ciudades y departamentos en manos de dirigentes extraños al gobierno Petro.
En el caso Duque, valga la pena decirlo, existió una premonición de cómo iban a ser las presidenciales siguientes, lo cual se cumplió con el triunfo de la izquierda política, que es lo que da pie para que mucha gente crea, con razón, que ahora va a suceder lo mismo, es decir, que la continuidad del proyecto del Pacto Histórico en el poder ha quedado seriamente comprometida. El mayor y más contundente argumento son los resultados de la elección de Alcalde de Bogotá, ciudad donde el presidente obtuvo más de dos millones de votos y cuyo candidato sacó menos de 600.000.
Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una son los resultados de las elecciones regionales, donde se evalúa la gestión de los mandatarios locales y gana generalmente el que encarne la oposición a ellos, y otra muy distinta suponer que en una elección uninominal donde pesa el voto de opinión, los votos son endosables. Lo que indica la elección de Bogotá es que el candidato Gustavo Bolívar no gustó, como si lo hizo Carlos Fernando Galán, que había quedado de segundo en la elección anterior, y que no hizo su campaña atacando la alcaldía de Claudia López, distanciada de Gustavo Petro.
No podría decirse que el casi millón y medio de votos que obtuvo Galán fueron contra Claudia López, como sucedió por ejemplo en Medellín y Cali, donde los ganadores fueron los feroces opositores de los alcaldes de turno. Pero tampoco que fueron contra Petro, que no era candidato. Más bien fue una selección razonada de quienes eran los mejores candidatos, juicio que dejó al del Pacto Histórico de tercero. El ABC de las campañas políticas modernas es que el candidato debe conseguir sus votos porque estos nunca son endosables.
Excluyendo el caso tan notorio de Bogotá, en el resto del país es muy difícil evaluar a quien le fue bien y a quien la fue mal en el océano de coaliciones de 35 partidos políticos
Excluyendo el caso tan notorio de Bogotá, en el resto del país es muy difícil evaluar a quien le fue bien y a quien la fue mal en el océano de coaliciones generadas por la existencia de 35 partidos políticos. Pero el hecho escueto es que no se puede asumir que los resultados son un rechazo nacional al gobierno Petro, que apenas comienza, que ha sido tan controvertido, tan imprevisible y tan inestable, pero cuyos grandes proyectos están todos en trámite en el Congreso, sin conocerse aun si van a convertirse en leyes y cuáles serán finalmente sus contenidos. Sacarlos adelante en un gran acuerdo parlamentario, que implica revisión de sus contenidos y un reajuste del gabinete, es la principal tarea del gobierno. En esa tarea los resultados de las elecciones regionales no tienen un mayor papel.
Esas elecciones lo que ratificaron fue el poder de las maquinarias políticas tradicionales, bien representadas en el Congreso y el peso del voto de opinión en las grandes ciudades. Son los factores que el Presidente debería tener en cuenta para ajustar sus propuestas de cambio, tan necesarias, a la realidad política. Lo que si es cierto es que el Pacto Histórico como organización política y los grises candidatos que escogió, no tienen mayor peso en la opinión electoral regional. Pero suponer que las elecciones regionales fueron un plebiscito contra el gobierno, que el liderazgo popular del Presidente ha terminado, que sus propuestas de cambio están sepultadas, y que se le ha expedido un certificado de defunción a su proyecto político, como lo registran con tanto entusiasmo los medios y la redes, si es pensar con el deseo.