Precisamente respecto del tema de Diversidad Cultural y globalización se plantean varias cuestiones urgentes, razón por la cual desde la Red Internacional de Políticas Culturales se viene proponiendo desde hace varios años una Convención Internacional al respecto.
Una primera urgencia que esta Red plantea es que detrás de las promesas de la globalización se esconde una amenaza para la diversidad. En efecto, la globalización de la economía permite, sí, el desarrollo de intercambios internacionales y la disminución de los costos de producción, lo cual tiene un efecto positivo en la vitalidad y el diálogo de las culturas. Los productos culturales, en particular, tienen un lugar cada vez mayor en la creación de riqueza y empleos en el mundo. La ampliación de los mercados abre perspectivas de trabajo para los creadores de todo origen y el avance de las tecnologías de la información y las comunicaciones constituyen una oportunidad para todas las culturas y las lenguas, particularmente las minoritarias. Es lo que piensa un investigador como Pascal Lamy.
No obstante, el desarrollo y la liberación de los intercambios internacionales, conjuntamente con la convergencia de las tecnologías de la información y las comunicaciones, provocan la concentración de las industrias culturales y la aparición de nuevas hegemonías. Esta evolución amenaza uniformar las culturas y marginalizar a los creadores. En este contexto es necesario asegurar la preservación de la diversidad cultural, en tanto que fuente de creatividad y factor de cohesión social e identidad cultural. Las políticas de apoyo y de promoción cultural deben asegurar que todas las culturas tengan la posibilidad de hacer escuchar su voz y sus opiniones en el contexto de la globalización.
El desafío que representa la preservación y el fomento de la diversidad cultural para los Estados y los gobiernos, hace esencial que tengan capacidad de establecer y poner en práctica libremente sus políticas culturales y conservar así su capacidad de preservar y promover la diversidad cultural con políticas adecuadas. Dadas las características particulares de los servicios culturales, y la falta de un convenio sobre tratamiento especial de los bienes y servicios culturales, muchos países van a preferir abstenerse de asumir compromisos en el marco de otros tratados comerciales con respecto a sus medidas de política cultural. Ojalá fuera así.
En el nuevo contexto de la globalización, la capacidad de los países para elaborar y mantener políticas culturales se beneficiaría de la mayor cooperación, transparencia y previsibilidad que un convenio vinculante ofrecería. Los derechos y obligaciones de la nueva convención-convenio basada en reglas deberían considerar las características particulares de los servicios culturales de una manera diferente a la de los actuales tratados de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como bien lo dice la Unesco.
En consecuencia hay que dar prioridad a poner en práctica una forma de gestión internacional que asocie las instancias y las entidades internacionales en una convención mundial sobre la diversidad cultural que debe hacer reconocer el derecho de los Estados a elaborar y mantener políticas a favor de la diversidad cultural. Esta convención debería establecer reglas claras que permitan a los Estados adoptar políticas a favor de la diversidad cultural respetando al mismo tiempo las normas comerciales internacionales y conciliar así los objetivos de las políticas comerciales y culturales.
Lo que todo esto significa es la necesidad de la creación de un marco institucional global de protección, defensa y promoción de la diversidad en el contexto de las nuevas condiciones globales para la cultura, pero precisa sin embargo que las comunidades que viven y hacen la cultura tengan la claridad y conciencia de la importancia que constituye estar preparado para insertar en el complicado desempeño de la vida contemporánea los productos culturales que, por una parte, deben seguir cumpliendo su papel definitorio de la identidad de los pueblos que la encarnan y la producen, y por otra parte, pueden entrar a ser nuevos elementos de comunicación y representación de la globalización, jugando su papel eventualmente en la tierra de nadie de la oferta y la demanda, con los riesgos que esto implica. Pero sin perder de vista lo ya dicho: que los bienes y servicios culturales portan una especificidad que debe ser entendida y respetada.
Es allí donde nuestras entidades culturales gubernamentales y no gubernamentales entran a desempeñar un papel en la capacitación de nuestros agentes culturales, nuestros gestores, artistas, trabajadores de la cultura, artesanos, educadores, portadores de tradiciones… convirtiéndose en epicentros generadores de ideas, espacios de expresión, de información, de gestión y de defensa de la cultura como único bastión desde el cual las comunidades mantienen viva su identidad, sus imaginarios, sus formas de simbolización y representación para hacer de la cultura una herramienta de resistencia cultural ante los embates avasallantes de la transculturación de la vida contemporánea en el marco de la globalización de las culturas y de los mercados.