Pensamiento político: el poder del deseo y el pánico paralizador de la ignorancia

Pensamiento político: el poder del deseo y el pánico paralizador de la ignorancia

"Si usted no se mete de lleno en esto y no le pone cabeza al asunto, todos vamos a sufrir las consecuencias"

Por: Roberto Echeverri
abril 26, 2018
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Pensamiento político: el poder del deseo y el pánico paralizador de la ignorancia
Foto: iStockphoto

El próximo 27 de mayo se celebra uno de los acontecimientos circenses más importantes de nuestro país. Se elige presidente en Colombia. Y en una sociedad marcada por el fin de las ideologías, la muerte de los valores, la creación de vanguardias y la manipulación de la verdad, los próximos comicios serán —qué duda cabe— una prueba irrefutable de la debilidad de criterio, la falta de rigor al contrastar la información y la habilidad intelectual al momento de discernir sobre quienes nos gobiernan. Triunfará la ignorancia, la ausencia de carácter y el desatino a la hora de acudir a las urnas. La política no ocupa un lugar merecido en el país, y más bien la sociedad en su viaje interestelar por la mentira y la ilusión hace caso omiso a su responsabilidad como un todo.

Pero, ¿qué perfil tiene un votante que acude a las urnas en un país como Colombia, donde se le ha negado la posibilidad de construir una identidad valiosa y coherente; se le ha imposibilitado pertenecer a una sociedad justa; se le negó vivir bajo la majestad de un Estado fuerte y equilibrado que garantice elementales derechos como salud, justicia y educación, y le impide día a día el acceso a bienes y servicios básicos que dignifican su existencia? Para comprender la conducta racional del votante en las urnas, al ciudadano de a pie con convicciones inútiles de patriotismo democrático, para obtener una mirada objetiva que dice contar con un inventario de argumentos que lo llevan al voto racional, será necesario analizar el contexto real de cómo nos ven los demás países del mundo y evitar así caer en solipsismos, enfermedad muy en boga, donde las verdades se construyen mirándonos y poniendo como referencia a nosotros mismos, negando toda posibilidad de cotejar la realidad circundante. Así mismo, es importante analizar algunos otros temas que necesariamente nos llevan al pasado.

Para ello será necesario algunas cifras en entidades internacionales, porque es evidente que para el Gobierno, Colombia se encuentra en lo económico, social y político, en un lugar privilegiado. En épocas de posverdad, el fenómeno electoral en nuestro país se hace aún más pintoresco y ridículo.

Una rápida mirada a esos indicadores, nos permite inferir que en corrupción a nivel mundial nuestro país ocupa el puesto 96 de 180 con una calificación de 37 donde 100 es el puntaje más alto. En otras palabras, en Colombia desde el que vende empanadas hasta el más encopetado miembro de las altas cortes es tramposo; incluido por supuesto el mismísimo presidente de la república, personaje oscuro que timó a diversos organismos multilaterales y se hizo merecedor del premio nobel de paz. La tan cacareada posverdad también cobra víctimas en otras latitudes el planeta.

El país menos corrupto, es decir, más transparente del mundo es Nueva Zelanda. A nivel latinoamericano Uruguay ocupa el primer lugar en transparencia, y Colombia ocupa el octavo lugar por debajo de Cuba, Jamaica, Suriname, Trinidad y Tobago, Argentina, Guyana y Brasil. Le siguen en corrupción (están por debajo de Colombia), Panamá, Perú, Bolivia, El Salvador, Ecuador, República Dominicana, Honduras, México, Paraguay, Guatemala, Nicaragua, Haití, y Venezuela con un deshonroso puesto 18. Es decir que con lo que somos, tenemos y nos ocurre actualmente, se puede decir con total tranquilidad que en materia electoral, será un circo de tres pistas lo que nos espera para el próximo cuatrienio.

Este es solo uno de los indicadores que nos conectan con la realidad del mundo. Otro es el Coeficiente Gini que para Colombia indica un 54,4 donde 0 es totalmente igualitaria, y 100 totalmente desigual. Nunca hemos salido del rango de la desigualdad y el desequilibrio social. Esto indica que la nuestra, es una de las sociedades más desiguales del mundo. Los que más tienen se alejan cada vez más de aquellos a quienes les falta todo, y peor aun; quienes más tienen se preocupan poco por la población más vulnerable y necesitada. Vivir en Colombia se convirtió en una pesadilla para el ciudadano de a pie y un paraíso para los corruptos y criminales. Vivimos en una sociedad fragmentada y atra­vesada por formas diversas de violencia; heterogé­nea y sin proyectos ideológicos ni políticos que la organicen en el corto plazo, con formas de conciencia social atrasadas, debido al fanatismo religioso y al analfabetismo (también político) de vastos sectores de la población.

La sociedad no estudia su historia y desconoce lo ocurrido en el pasado. Ello nos conduce irremediablemente a la repetición de hechos que para algunos se constituyen como nuevos, pero que en análisis objetivo, demuestra la continuidad de los fenómenos que han llevado al país al caos actual. La sociedad se encuentra como consecuencia de ello en una horrenda espiral de violencia no solo por el desempleo, sino por la falta de acceso a entidades educativas de calidad. Nuestros gobernantes no se han preocupado por educar al pueblo para evitar que este se convierta en crítico de sus acciones. Un ciudadano educado es un ser pensante que no traga entero, que pone sobre la mesa los argumentos, investiga y busca los soportes con los que estructura su realidad; indaga, y cuestiona los programas de gobierno desde una perspectiva histórica basado en la praxis de cada una de las propuestas.

En pocas palabras, un ciudadano educado es un verdadero homo sapiens que racionaliza su voto, y somete a juicio de valor a quienes nos gobiernan, pensando como ser que hace parte de un todo social, y que su decisión contribuye al bienestar de un país por al menos cuatro años. Noticias como esta se ven a diario en nuestro país. "Aunque es difícil cuantificar el costo de la corrupción en el país, diversos cálculos se acercan a la reciente cifra que dio el contralor general, Edgardo Maya, según la cual este flagelo le cuesta al país 50 billones de pesos al año: casi un billón de pesos por semana". Y aunque esto lo sabe el ciudadano, la noticia le genera intranquilidad porque además de dudar de su certeza (el ciudadano colombiano no cree en sus instituciones), y de ser cierta, desconfía del aparato judicial, lo cual le genera rabia y frustración. Nos encontramos en una gran sin salida similar al minotauro en Creta.

Las preguntas que ahora me hago son: ¿qué vamos a hacer con nosotros mismos?, ¿seguiremos ignorándolo todo, y evadiendo la responsabilidad que nos cabe como sociedad al permitir que gobiernen quienes lo hacen, y que elijamos a los mismos para que dirijan los destinos del país?, ¿nos merecemos esto como sociedad? Creo que no son preguntas fáciles y también creo que no estamos preparados para responderlas; y lo peor, la sociedad es incapaz de analizar objetivamente a los candidatos porque esta se debate entre dos realidades que la agobian: un gigantesco mar de datos durmiendo en la red, y el eco insoportable de los medios de comunicación y la propaganda que distorsionan la realidad fáctica. En otras palabras, hay demasiada información disponible a cualquier ciudadano, pero es imposible ser contrastada debido a la fuerza detonante del ruido objetivado de los medios. Ni podemos, ni queremos porque "querer" en cuestiones intelectuales, demanda un esfuerzo enorme y un gasto de recursos (especialmente tiempo) que el ciudadano medio no está dispuesto a hacer; entre otras cosas por la parálisis que produce tanta información y el rigor con el que hay que discernir y tratarla para comprenderla y convertirla en un insumo útil en la toma racional de decisiones.

A las urnas acudirán este 27 de mayo personajes de toda condición: ilusos, inocentes, esperanzados, pero sobre todo ciudadanos angustiados y presas del pánico, inducidos por políticos que acuden a viejas tretas propagandísticas, y que fueron analizados en otro artículo; a las urnas acudirán, digo, personas que creen que uno u otro candidato nos llevará a la ruina y el desgobierno; que de no votar por ellos, nos sumiremos en un caos profundo; la institucionalidad quedará en entredicho, y la gobernabilidad será más frágil que nunca. Bueno, a ellos quiero darles dos noticias malas: la primera es que la ruina y el desgobierno ya están aquí desde hace más de un siglo, y de seguir como vamos, este fenómeno (sin importar el candidato), no cesará, por lo menos en el corto plazo.

En gran parte, el culpable es usted; sí, usted amigo ciudadano que lee estas líneas; porque de no hacer un giro en la manera de pensar, de no romper las cadenas del facilismo y el egoísmo, todos incluidos usted, su familia y sus amigos, seguiremos siendo víctimas de las más tenebrosa organización criminal del país. Los políticos. Para que el país donde usted vive, se educa y trabaja; para que la Colombia utópica que tiene en mente se convierta en realidad, usted debe tomar acción, y gastar parte de su tiempo en estudiar, documentarse y pensar en el tan detestado tema llamado política. Política es todo y si usted no toma decisiones frente a esto, ellos, los políticos lo harán por usted. Si usted no se mete de lleno en esto y no le pone cabeza al asunto, todos vamos a sufrir las consecuencias.

Política no es ver gente en televisión prometiendo a los cuatro vientos que harán esto o aquello sin decir cómo (debemos ir al detalle y conocer los planes de gobierno y las políticas económicas, sociales y educativas, y decir de dónde obtendrá los recursos para hacerlo). Información hay mucha, y puede tomarla sin restricción alguna, pero por favor, por el amor de Dios, tómese la molestia de estudiar a fondo los programas que candidato le ofrece y vote a conciencia. Dios y el país se lo agradecerán. Aquí la segunda noticia mala: si no lo hace, al menos sabrá que el caos continúa, en parte porque usted hace parte del problema.

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