Pensadores, notables e intelectuales: ¿cómo reconocerlos?

Pensadores, notables e intelectuales: ¿cómo reconocerlos?

"Los que vale la pena escuchar, por su sapiencia, compromiso y búsqueda de la verdad, son seguramente aquellos que se sonrojan cuando se les da ese título"

Por: Orlando Solano Bárcenas
enero 27, 2023
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Pensadores, notables e intelectuales: ¿cómo reconocerlos?
Foto: Pixabay

El grupo social de los intelectuales hay que situarlo en la respectiva cultura, en el lugar que ocupa en la sociedad, en el espacio que habita en el espectro político del país, y en el rol de maestros, artistas y escritores que se atribuyen o se les atribuye (por quiénes). ¿Son necesarios? ¿Interpretan ellos el mundo en realidad? ¿Tratan de cambiar la sociedad o servirse de ella? ¿Son diferentes los intelectuales colombianos? ¿Cómo reconocerlos?

¿Qué es un “intelectual”? 

Intelectual viene de “intelecto”, de relacionado con esta facultad humana. Se refiere también a la "actividad intelectual" de personas que se dedican fundamentalmente a tareas o trabajos en los que predomina el uso de la inteligencia y no tanto lo “manual”. Es un concepto próximo al de “pensador”, a persona que se destaca de forma excepcional e inteligente en diferentes áreas del conocimiento, lo que suele situarlo ante el ojo del gran público, en un plano de cierta superioridad intelectual y/o moral. En efecto, de ellos se espera cierta o mucha habilidad en competencias cognitivas, en facultades mentales, en actitudes éticas de compromiso con la moral social, y también aptitudes notables en los análisis, sencillez en la expresión del conocimiento e imaginación para proponer los cambios que sean necesarios para el avance social. En fin, ellos pueden dar esperanzas, sueños, utopías, proyectos, caminos, y en ocasiones ser profetas de males y tormentas.

Un intelectual es, entonces, una persona natural que, basada en sus conocimientos, reflexiones y conclusiones difunde sus ideas, pensamientos, planes, propuestas sociales o políticas en bien de su comunidad, país, región o continente y hasta de la humanidad. Se trata de personas consagradas al estudio y la reflexión crítica sobre los problemas que traen las ciencias, las ideologías, la realidad y en general los asuntos humanos o sociales, con el deseo o la pretensión de influir en estos campos, logrando adquirir cierto prestigio o autoridad ante la opinión pública.  Lo expuesto, no deja de traer a veces escepticismo, crítica o sorna como lo refleja esta frase de Françoise Sagan: “La gente que escribe libros rara vez es intelectual. Los intelectuales son gente que habla sobre los libros que han escrito otros”.

Una aproximación a la definición de intelectual de Jorge Orlando Melo 

Este intelectual da una definición relativamente restringida, al considerar que intelectual es alguien que discute públicamente, dirigiéndose a un público amplio, ofreciéndole a la sociedad orientaciones generales en su marcha política, en los asuntos morales y culturales, en los proyectos sociales o económicos, participando en un debate abierto en el que se miren con espíritu crítico los argumentos pertinentes que suelen tratar algunas  personas de diferentes campos del saber, pero que normalmente lo hacen como parte de una función profesional y dirigiéndose a expertos, o a veces actuando simplemente como propagandistas, que tratan de imponer sin discusión sus puntos de vista, publicándolos y en general sometiéndolos a la consideración de los demás en la plaza pública. Hasta aquí se trata de personas que opinan o instruyen, pero que pasan a ser intelectuales cuando dejan de hablar a sus colegas en calidad de expertos o especialistas y se dirigen a la nación. Si el intelectual, llegase a vincularse a un partido político o a la administración pública, para serlo o seguir siéndolo debe mantener cierta distancia crítica y no reducir su discurso a la defensa o promoción de la línea de partido o de gobierno. De caer demasiado en el espectro político, puede levantar suspicacias.

El de intelectual, un oficio bajo sospecha

Algunos o muchos critican o desconfían del “intelectualismo”.  No obstante, El Pensador —la escultura de Rodin— parece rendirle homenaje a esta actividad. También parece hacerlo esta frase de Herbert Marcuse: “Cuanto más importante es el intelectual, más comprensivo será con los ignorantes”. El asunto no es fácil, trae controversias entre los propios intelectuales, lo vemos —por ejemplo— en esta frase de Francisco Ayala, de clara connotación política: “Los intelectuales somos muy reaccionarios, y son más reaccionarios los que presumen de ‘progres’”.

Acidez que parece aplaudida por uno que fue “progre” de alto prestigio, Louis Althusser, cuando dijo: “Como cualquier ‘intelectual’, un profesor de filosofía es un pequeño burgués. Cuando abre la boca, es la ideología pequeñoburguesa la que habla: sus recursos y estratagemas son infinitos”.  Antes, Antonio Gramsci, un intelectual del “compromiso” (de l’engagement), había planteado la necesidad de la praxis en el oficio o vocación de tal, pero evitando la pedantería y la separación del pueblo-nación. Richard Rorty les pide lo mismo: no marginarse de la comunidad. Perry Anderson les pide igualmente ser “útiles” y no caer en “banalidades”.

Lo que espera el imaginario público de un intelectual 

De un intelectual se espera, desde cuando fueron primero “sabios” renacentistas, que sus vidas sean ejemplares, honestos en la búsqueda de la verdad, pensadores, estudiosos, eruditos, doctos, cultos. De ellos el pueblo espera que sean “leídos”, “entendidos”, “esforzados” en el pensar, “espirituales” más que físicos o corporales, “consagrados” a la ciencia, las letras o la política, “pedagogos”, “propositivos”, “comprometidos” por deber ético, “desclasados” de su clase social alta (el intelectual “orgánico” del marxismo gramsciano), “comprensivos”, “inteligentes”, “creativos”, “versátiles”, “racionales” o “razonables”, “íntegros”, “críticos”. En todo caso, se les pide que entiendan el mundo y las cosas que lo rodean a través de su pensamiento, pero también —algo reciente— con su inteligencia “emocional”. Sabios, pero también “queridos” porque con frecuencia suelen ser difíciles.

Si los intelectuales suelen ser complicados, percibirlos también lo es 

En realidad, hablar de los intelectuales no es tarea fácil. De ellos se loa y se execra como de ser miembros de una “casta nobiliaria” o de “superhombres” gaseosos, elitistas, aristócratas del pensamiento, “necios” (dice Maurice Barres, un intelectual de derechas) y poco prácticos que protestan por todo o que defienden todo sin sonrojarse. La ideología, no ayuda. Tampoco el narcisismo de algunos de ellos. Menos ayuda el juicio de la opinión pública, porque ellos suelen trabajar con algo complejo como es la “actualidad”, sobre la cual todos se pronuncian.

Además, si ellos dan ¨bandazos” en sus posiciones, todo se complica. Históricamente antes que los intelectuales, hubo el “intelectualismo”, término de uso peyorativo frecuentemente, sobre todo en las discusiones políticas. Así fue durante el famoso “affaire Dreyfus” y el “Yo acuso” de Emile Zola, en un país dividido en dos posiciones enfrentadas. División que se trasladó al resto del mundo, incluida Colombia.  Si me apuran, diría que fue en ese momento cuando nació la verdadera globalización de la opinión pública. Cabe una pregunta, ¿Son lobos solitarios o manada?

¿Condotieros o grupo social? 

El concepto de intelectual es impreciso, pero en líneas generales designa a un grupo social o a un actor de la vida pública que goza de prestigio porque piensa, estudia y medita por ocupación. Refiriéndose al caso Dreyfus, de ellos dijo Clemenceau, que “esos intelectuales que se agrupan en torno de una idea y se mantienen inquebrantables tienen autoridad moral e ‘intelectual’ como para procurar influir en la opinión pública y en la política; además, parecen fungir como si fuesen un tribunal de hombres del pensamiento con tanta reputación moral y cultural que, frente a las elites tradicionales del poder, la milicia y la judicatura hacen figura de seres de compromiso”.

A lo que respondió nuevamente desde la derecha Maurice Barrès tildándolos con sorna de “esos supuestos intelectuales”, que se toman por superhombres creadores de una nueva elite de gente excéntrica que pasa su vida en laboratorios y bibliotecas, “comprometidos” solo con su ego de “notabilidades”, que se han atribuido por sí y ante sí la función “cívica” y docente de rectora de la vanguardia política y social para supuestamente guiar la reforma cultural y política de Francia.

Sin embargo, la derecha también tiene sus intelectuales. En realidad, todo el espectro político los tiene, especialmente a partir de los años 30, cuando el antifascismo los disparó. Más tarde, durante el fragor larvado de la Guerra Fría, se reforzó la idea de que los intelectuales son un grupo social conformado por un conjunto de categorías profesionales.  La vida de relación muestra que los intelectuales tienden a tomar partido, luego chocan.

¿Chocan los intelectuales entre sí? 

Mucho. En Europa la cultura “intelectual” inglesa percibe a la continental francesa como fría, abstracta, ineficiente, inconformista, cultora de la inestabilidad, cosmopolita, artificial, sumisa a la moda, revolucionaria, en permanente estado de excitabilidad política y otras veleidades; lo que contrasta con el empirismo y pragmatismo inglés, que es sincero, viril, franco, amante de la tradición, moralmente serio, ajeno al racionalismo abstracto, vacuo e improductivo de los del continente (Edmond Burke).

A su turno, los galos ven en la cultura intelectual de los ingleses puro utilitarismo. En Alemania el uso de la palabra “intelectual” fue poco valorado o utilizado, pero el nazismo se fue con saña contra los intelectuales a los que estigmatizó, persiguió y encarceló con acervía. Algo parecido sucedió en la antigua URRSS, donde el término utilizado fue el de “intelligentsia (una minoría de literatos y pensadores que tenían como condición común el haber recibido una formación intelectual universitaria), pese a que el régimen comunista también se dio los suyos. Seguidamente, el enfrentamiento se dio entre intelectuales de izquierda y de derecha, entre los burgueses y los progresistas, entre los prosoviéticos y los maoístas, los procubanos y los “foquistas” y etc. Unos y otros, entre sí y a la vez, chocaban y siguen lanzándose anatemas. El más frecuente, el de vivir por fuera de la realidad social.

El elitismo, un reproche recurrente entre o hacia los intelectuales 

A veces los miembros de la elite de intelectuales son vistos por el pueblo como plutócratas (o como todo lo contario, como pobres y mendicantes), como seres selectos, que forman una minoría de escogidos, de “elegidos” (Alfonso López Michelsen) rectora de algunos aspectos de la vida social, que gozan de un estatus superior al resto de la sociedad y por ello se sitúan ​en las más altas posiciones de las instituciones dominantes, y de allí su poder.

En general, son percibidos como representantes de diferentes intereses particulares, sectoriales que defienden sus opiniones, intereses y maneras de vivir a través de la sabiduría o el mérito y en ocasiones la virtud. Para denigrarlas, se las tilda de “oligárquicas”. Para loarlas, de “conciencia moral” en lo económico, lo político o lo militar.  Se constata, elites y masas viven en tensión.  Sin embargo, para algunos cultores de la teoría social, son necesarias.  Otros les fijan responsabilidades, por considerarlas claves para frenar o acelerar el cambio social y les asignan el calificativo de “notables”.

La intelectualidad puede ser calificada de “notablato”  

Los notables son las personalidades, las personas principales, dignas de nota, marca o signo a las que se les suele asignar en la sociedad un rango importante, y es por esta razón que ejercen un gran ascendiente e influencia particular en la masa social, que los sitúa en lo alto de una jerarquía social que los separa de los demás por ser los grandes, los sobresalientes en algo o por algo. Todo esto les da poder, privilegios, aura de patriciado.

Los notables suelen trascender a través de los cambios sociales y políticos, gracias a su poder, riqueza o educación particular. A veces los intelectuales son vistos como “notables”, como seres de excepción. En especial aquellos que ejercen con mérito profesiones liberales, periodistas, profesores universitarios, miembros de las academias y órdenes honoríficas y más si asumen posiciones políticas. Surge otra pregunta, ¿Son de una clase o forman una clase?

¿Forman los intelectuales una clase política? 

No. Ellos salen o hacen parte de una clase social de dominantes o de dominados y de esta dicotomía surgen las etiquetas de burgués, pequeño burgués, gran burgués, proletario, revolucionario, fascista, esquirol, etc. Algunos marxistas afirman que la clase social surge de la posesión de los medios de producción, independientemente de la posición de responsabilidad política en que se sitúe y las tildan de “antidemocráticas”.  Frente a las clases, los intelectuales pretenden influir sobre ellas para alcanzar cierto estatus de autoridad ante ellas mismas o ante la opinión pública, asumiendo posiciones ideológicas de establishment, o de opositor al establecimiento (outsider).

Históricamente, de uno o de otro lado del espectro político se les ha puesto apodos de politiques, philosophes, arbitristas, novatores, ilustrados y golillas, manteístas, oratoresclercs​ o clérigos, filósofos, letrados, hombres de letras, escolares, universitarios, académicos, ideólogos.  Cualquiera que sea la etiqueta que se les ponga, los intelectuales se han enfrentado a escoger entre ser una elite o ir a las masas. Ante una u otra opción se les dio o se les da un recibimiento signado por el desprecio y la desconfianza (para el estalinismo el intelectualismo debía ser objeto de purgas) o por la admiración (privilegio del existencialismo francés). Así, "intelectual" pasó a ser de izquierdas o "progresistas" o de derechas o “reaccionarios” y “fascistas”. De lado y lado se ponen el mote de “decadentes”, y también de uno y otro casi siempre luchan contra las "suposiciones colectivas" que sostienen los ciudadanos como verdades o mitos urbanos, aunque ellos también codifican sus propios mitos. Con mitos o mitificados, los intelectuales juegan un papel, un rol social.

El rol de los intelectuales en la sociedad moderna  

A través de la historia, la gente del saber casi siempre ha estado vinculada al poder o en su contra. Según Antonio Gramsci han navegado en la nave de la super estructura del poder capitalista. No obstante, en el comunismo ha sido igual, los intelectuales de izquierda (hegemónicos u orgánicos) han constituido un grupo privilegiado encamado o, al menos, cercano al poder. En ambos lados extremos del espectro político, frente a ellos la sociedad ha adoptado una doble posición: la reverencia o la descalificación.

De Gramsci: "Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres cumplen en la sociedad la función de intelectuales". Y el rol que les asigna a los de izquierda es el de tomarse la hegemonía del bloque histórico de la revolución social, dirigida por el Partido intelectual orgánico del proletariado y las clases subalternas. Para Michael Löwy los intelectuales no son una clase y, por lo tanto, su posición no se define en relación con los medios de producción y la estructura económico-social. Son, dice, una "categoría social" que no produce bienes y servicios, sino que son creadores de productos ideológico-culturales, independientemente del lugar que ocupen en la estructura económico social.

En resumen, cumplen una función intelectual y deben optar por los intereses de los opresores o de los oprimidos. Lo que no quiere decir que los intelectuales de izquierda no opten por la opresión de los opresores de esta doctrina, históricamente plagada de purgas, pogromos, fusilamientos exprés, y hasta supresión en fotos “comprometedoras” (caso Lenin).

Algunos afirman que algo en común en todos los intelectuales, es que sus más profundas motivaciones están dadas por los “valores ético-culturales” de guardianes de la conciencia, de defensores de los principios del humanismo, de críticos del sistema imperante, de los abusos del poder del respectivo segmento ideológico de pertenencia. Esas diversas funciones les asignan un rol doble: críticos frente al poder y, al mismo, tiempos constructores de una "nueva e integral concepción del mundo".  Pensador, sí; pero, también actor, motor, constructor, organizador (Gramsci). La experiencia demuestra o muestra que algunos intelectuales ascienden o ellos mismos se suben al grado de “vedettes”. Pero, ¿Son también actores políticos?

¿El rol de los intelectuales es el de ser actores políticos? 

La politización de los intelectuales, su toma de posición frente a proyectos que se planteaban como excluyentes, reeditó la discusión —desarrollada ya a fines del siglo XIX a propósito del caso Dreyfus en Francia— sobre qué es un intelectual y cuál es su función social. Reconocer al intelectual como objeto de estudio y analizar su accionar en los años sesenta, por ejemplo, lleva a la afirmación de que los intelectuales son parte de la elite pensante de un país o región, que son sujetos que, desde los espacios científicos, humanistas, artísticos, dialogan con la realidad política y social. Es decir, que interpretan la realidad, les dan un orden simbólico a las cosas al hablar en nombre de valores universales para orientar la conducta de la sociedad hacia el desarrollo social. Entonces, una combinación de experticia disciplinaria, cientificidad y comunicación con la sociedad les confiere el poder específico de gestores de pensamiento y de los proyectos políticos de la doctrina en que se cobijen. En política, sí; pero ¿Cobijados o cooptados?

¿La vinculación con la política, con el poder, hace parte de la función del intelectual?  

Es un tema bien delicado. Es la controversia del “compromiso”, del engagement. Juntarse con el poder político ¿los pervierte, los hace “militantes”, alejados de la verdad, pierden su libertad, los vuelve pensadores a sueldo? O, por el contrario, ¿los dignifica, los hace gestores de buenas causas, libres por la acción? ¿Se espera de ellos una adhesión política, existencial, ideológica? ¿Serán “los famosos compañeros de viaje” del comunismo? ¿Serán las violentas “camisas negras” del fascismo? ¿Serán solo simpatizantes, adheridos valóricos o de principios? ¿Objetivos desde la distancia durkheimiana o participativos desde la proximidad freireana? ¿Serán agentes de violencia o de paz? ¿Serán agentes del hombre “nuevo” o del hombre intemporal? ¿Debatirán por la cultura con criterios de revolución o de reformismo? ¿Utilizarán el discurso público de la clase política o el discurso específico de la propia inteligencia?

¿Serán intelectuales clásicos dreyfusianos, o intelectuales modernos leninistas? ¿Serán intelectuales contemplativos o interpelantes de la sociedad? ¿Weltanschauung marxista, o capitalista? ¿Intelectuales del “realismo socialista”, o del arte por el arte? ¿Docentes doctrinantes o docentes educadores? ¿Coexistencia pacífica entre intelectuales, o guerra declarada? ¿Revolucionarios militantes y comprometidos, o estudiosos observadores, consejeros u opinadores? ¿Es posible separar a los intelectuales y su obra de los contextos en los que se desarrollan? ¿Es simultáneo el compromiso del intelectual y el compromiso de su obra? ¿Compromiso de apoyo político, o solo con la verdad? ¿intelectuales militantes y militantes intelectuales? ¿Del lado de Heberto Padilla, o en su contra? ¿Del lado de Assange o en su contra? Son los grandes interrogantes universales, pero también de Colombia.

Los intelectuales colombianos 

Giraron y todavía lo hacen, alrededor de la universidad. Pocas veces escapan a la división del trabajo urbano. Casi todos —como en casi todas partes— aspiran o han aspirado a trascender por medio del pensamiento, la enseñanza, el periodismo, la escritura, el foro, el panfleto, la poesía, el arte, la pintura, la escultura. El Affaire Dreyfus (1874-1894) estimuló los pronunciamientos de los intelectuales colombianos: los liberales estuvieron por y los conservadores contra. Gonzalo Sánchez hace esta buena clasificación de los diferentes tipos de pensadores en una democracia: gramáticos, maestros, críticos e intelectuales. 

 Personalmente divido los intelectuales en dos grupos: aquellos que cuando les llaman intelectuales se empojan, hinchan, aletean sus narices, se envanecen, no caben por las puertas de los paraninfos y se pavonean (i); y aquellos que en la misma situación se ruborizan, se encogen como si quisieran que la tierra se los tragase, y niegan esa condición (ii). De los primeros, hay que apartarse, son falsos intelectuales. A los segundos hay que aproximarse, son los verdaderos intelectuales, los auténticos pensadores. Cada período histórico de Colombia tuvo los suyos, en ambas categorías.  

Los intelectuales colombianos durante la Independencia 

Durante la Independencia la intelectualidad era estimulada por las tertulias, salones y los claustros universitarios. También por los pocos “medios” de la época. La Ilustración fue caldo de cultivo. Salían esencialmente de la clase alta. Lo político los movía, también lo religioso. Como decía Gramsci, cada grupo social tendría sus propias categorías de intelectuales especializados y, como agrega Bobbio, cada uno de ellos asumiría la producción de símbolos y signos distintivos. Los conservadores: la Iglesia católica, el orden, el statu quo, el Estado confesional, la Escolástica, Bolívar. Los liberales: la separación del Estado y de la Iglesia, el progreso, las ideas de Jeremías Bentham, Santander. Para ambos, la preocupación principal es la diferencia entre americanos y europeos. 

 En los dos casos trabajando cada grupo por el consenso o por el disenso, en la dimensión política del respectivo saber y de las relaciones mantenidas con el poder del Estado o de las instituciones. Cada época histórica secreta sus tipos de intelectuales. Unos para el consenso, y otros para el disenso y cada uno siempre tratando de legitimar o legitimarse frente a la política, al Estado, la nación y en general al poder -bajo la persuasión o la coerción- en provecho propio o de los aparatos de represión. También, jugando roles de subordinación o de resistencia. Para ambos segmentos, la Constitución debía ser mito fundacional que reuniese a la nación. 

Los intelectuales colombianos en el periodo de transición al siglo XX 

Casi todos los grupos de gente pensante quiere dejar atrás un pasado colonial visto como bárbaro, incivilizado y obstáculo para el progreso. Algo muy curioso, los intelectuales dominantes eran los gramáticos y los poetas. La Regeneración (Caro, Núñez, José María Samper, la Constitución de 1886: “una sola lengua, una sola raza, un solo Dios” y el Concordato de 1887) se entregó a la Iglesia y esta les fijó a sus intelectuales el culto al pasado colonial y les ordenó ver en la modernidad una herejía. Esta ideología permanecería durante la Hegemonía Conservadora (1886-1930). Es un período de insurrecciones, levantamientos, caudillismo y guerras civiles de los partidos tradicionales durante el cual los intelectuales se “sitúan” ideológicamente. Los temas del pueblo y la nación, la exclusión racial y las divisiones, guían principalmente los debates. Son recurrentes los debates entre los cultores de la tradición hispanista -preferencialmente los literatos- y los defensores del modernismo -volcados al arte por el arte. 

Los intelectuales colombianos en el siglo XX 

Este es un período marcado por el conflicto entre los partidos políticos tradicionales que trae el alineamiento del componente ideológico de cada segmento y donde parece haberse dado una subordinación a ellos. Finalizados los años treinta, la violencia entre liberales y conservadores se acrecienta y se traslada del campo a las ciudades. Los intelectuales de ahora son más ilustrados lo que trae consecuencias en el campo intelectual y político, dado el surgimiento de nuevos, organizados y participativos sectores de la sociedad: los campesinos ahora han pasado a ser proletarios, el obrerismo está en formación, las relaciones capital-trabajo son tensas.

En el plano internacional, la Revolución mexicana y la soviética ya se han desarrollado y está en curso una Primera Guerra Mundial eventos que obligan a ver los nuevos contornos de la política universal y nacional, campo donde surgen los jóvenes intelectuales del grupo Los Nuevos (López de Mesa, los dos Lleras Camargo, Jorge Zalamea, Germán Arciniegas, León de Greiff, Juan y Carlos Lozano y Lozano, Silvio Villegas, José Mar, Luis Tejada y según algunos, Jorge Eliécer Gaitán) embarcados en los temas de la modernización, el nacionalismo, el intervencionismo estatal y el socialismo. 

Los intelectuales colombianos durante y después de la Segunda Guerra Mundial 

La Segunda Guerra Mundial, radicalizó las corrientes fascistas y democráticas. Vino la polarización absoluta y con ella el “compromiso”. Los intelectuales colombianos tuvieron que asumir su compromiso individual o grupal y “salir” al universo. En la década del cuarenta la visión más conservadora se afianzó luego del paso de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo y la Reforma progresista de 1936. Cambió la política y naturalmente la cultura. También las artes y el pensamiento científico. Vendría “La Violencia” fratricida, Gaitán es asesinado y todavía pagamos o penamos por su muerte. Los intelectuales de cada bando histórico pasaron casi a ser militantes del propio partido, y las ideologías marxistas entran en juego. 

 Los llamados “Violentólogos” estudian las causas de la violencia, sacan provecho de sus publicaciones y las cantidades de muertes dan lugar a debates interminables. Escritores, pintores (Obregón, Débora Arango), escultores y teatreros se unen al análisis y suelen tomar partido. Cae Laureano Gómez y llega la dictadura de Rojas Pinilla como solución de compromiso y este, como todo dictador, aspira a quedarse. Se le insurgen los intelectuales con la movilización del paro general del 10 de mayo (liderada por los partidos políticos, los gremios económicos, los medios de comunicación y sectores de la Iglesia).

Antes, el 9 de abril de 1948, algunos intelectuales se habían tomado la Radiodifusora Nacional encabezados por Jorge Zalamea, Jorge Gaitán Durán y Eduardo Santa, entre otros. La Huelga estudiantil de mayo de 1957 inició el derrumbe de la oprobiosa dictadura de Rojas Pinilla. Llegó el Frente Nacional, sobre los hombros de un pueblo libertario que siempre dijo que “Colombia es tierra estéril para dictadores y fantoches”. Sin embargo, la dictadura también fletó sus intelectuales como es el caso de Gonzalo Canal Ramírez quien creó la revista Ya para apoyar al régimen y su falso binomio Pueblo-Fuerzas Armadas. 

Los intelectuales colombianos durante y después del Frente Nacional 

La Violencia fue, dicen algunos, una reforma agraria en favor de los terratenientes basada en cientos de masacres (Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazabal, es la novela de la violencia colombiana). Para ponerles fin se pactó el Frente Nacional entre los partidos históricos y cada uno recibió el refuerzo y compromiso de sus intelectuales en las diferentes bellas artes (pintura, acuarelas, muralismo) y ciencias. Periódicos, revistas y emisoras defendieron una solución que fue bien recibida por la comunidad internacional. La lucha contra la dictadura secretó intelectuales que se consideraban intérpretes de la opinión pública, que también debían asumir la acción de defensa de las libertades y no solo la reflexión de biblioteca.

Los intelectuales colombianos durante y después de la Guerra Fría 

Durante este larvado conflicto bélico, se sucedieron grandes acontecimientos universales como las guerras de Corea y Vietnam, el Muro de Berlín, la Revolución cubana, la Crisis de los misiles rusos, los procesos de Descolonización en África, Asia y América Latina, los movimientos estudiantiles del 68, el Tribunal Russel y en Colombia la llegada del marxismo en diferentes tendencias, estrategias y dosis: comunismo prosoviético, maoísmo, castrismo, foquismo, Teología de la liberación y otros. Desde los años sesenta los intelectuales del mundo se diversificaron, también los colombianos. La revista Mito (1955-1962), jugó un papel de avanzada contra la dictadura de Rojas Pinilla, con Jorge Gaitán Duran y Hernando Valencia Goelkel a la cabeza. Los intelectuales ahora tienen títulos universitarios que piden reflexionar sobre los problemas nacionales y crear una literatura nacional, mas sin abandonar lo “universal” que ayude a “ayudar al pueblo”. 

 El trágico 9 de abril de 1948 acentuó un liberalismo de izquierda, que hoy desmiente al supuesto “primer gobierno de izquierda” recién instalado, porque su lucha fue contra una dictadura de la cual parecen reclamarse los hoy orgullosos “tenores” que creen poder desconocer La Revolución en Marcha, a Darío Mesa, a un Gerardo Molina defendiendo la autonomía de la liberal Universidad Libre, Luis Eduardo Nieto Arteta, Luis Ospina Vásquez, Horacio Rodríguez Plata y posteriormente, el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), entre otras tendencias progresistas del momento, sobre todo provenientes de las provincias del “mosquito” (como para desmentir a Caro). Y que sepan que la “Declaración de intelectuales colombianos durante el paro general”, fue un acto de verdadero engagement y no solo de Café de Flore; valeroso escrito libertario que parece cobrar vigencia hoy en día, ante la urgencia de proteger o recobrar las libertades fundamentales de los colombianos.   

En esas gestas se dieron los grandes “alineamientos” (cierta funcionaria diría más tarde que las grandes “alienaciones”, en lo que seguramente tiene razón): unos con el anticomunismo del respice polum, los intelectuales del bipartidismo; y otros con el comunismo en sus diversas variantes soviéticas, chinas y castristas de los intelectuales defensores al comienzo de la “combinación de todas las formas de lucha” y las “repúblicas independientes”. Los cambios en el plano internacional, también les trajeron a nuestros intelectuales una crisis de conciencia y una búsqueda de modelos foráneos y propios. Por la izquierda el camilismo, FARC, ELN, EPL, Anapo, MRL y por lo menos una docena más de siglas. La lucha ideológica con frecuencia ha sido ácida y en veces cruenta aun dentro de las filas de la intelectualidad (purgas, juicios revolucionarios, traiciones, fugas, etc.). La universidad pública se ha hecho ideológica en extremo, con solidaridades de ideas, apoyos y reciprocidades académicas y hasta de persecuciones a los “otros”. Por el lado de las privadas, las indiferencias se iban mitigando.  

Los intelectuales colombianos “sesenteros” y “setenteros” 

 Los sesenta son los años dorados de los intelectuales “comprometidos” con el cambio de las estructuras y las explicaciones “alternas”. El triunfo de la Revolución cubana en Colombia trajo el “foquismo”, el antiamericanismo, la revolución ya, el nacionalismo revolucionario y el compromiso de los intelectuales con la instalación del cambio, las transformaciones sociales y políticas urgentes. Todo esto se acentuó en los setenta, con el lema de saber es “crear poder”.

Igualmente, la llamada “dialéctica de las piedras” campeaba hasta en las universidades privadas. El teatro y los happenings se tomaron las calles al olor de la “hierbita”, los hippies sacaron a veces la delantera a los “barbudos con mochila” y a los “guerrilleros del Chicó”. No faltaría quien dijese que el tutelaje intelectual del bipartidismo se había menguado. La televisión, ya no en manos de “Sendas”, popularizaba un poco la cultura y las ciencias (Recasens, Naturalia, Mallarino, Álvaro Castaño Castillo en la emisora HJCK).   

  Los intelectuales colombianos “ochenteros” 

 Los ochenta ven el Estatuto de Seguridad, la Toma y Retoma del Palacio de Justicia. Belisario Betancur inicia o continúa los procesos de diálogos de paz y de reincorporación de grupos insurgentes (el M-19, el EPL). Fue el “París es una fiesta” de los intelectuales, sobre todo de izquierda, investidos de “asesores” académicos viatores (Contadora, Esquipulas, CDMX, Tlascala, Maguncia, Cuba…) y hasta ministros de la Cultura, en ese entonces un marxismo de frac. No obstante, la guerrilla colombiana seguía combinando todas las formas de lucha: secuestro, “vacunas”, “pescas milagrosas”, los atentados contra la población civil y el ejército, alianzas con el narcotráfico, lo que trajo el distanciamiento de los intelectuales colombianos de corte gramsciano. Pero el narcotráfico todo lo cambió, dañó o alteró. Había llegado el “Patrón” con su ola de atentados y bombazos. A la par del siglo XIX, la solución colombiana fue una inicial reforma a la Constitución que terminaría en Constituyente plena. 

Los intelectuales colombianos “noventeros” frente a la Asamblea Constituyente 

Las reformas de corte neoliberal de los noventa trajeron ataques de todo tipo y lados del espectro ideológico y a la Carta colombiana de 1991 le llovieron y le llueven. El primer reproche es el de ser neoliberal del tipo “Chicago’s boys”, tatcheriana, de pensamiento unidimensional poco reflexivo, tanto que su individualismo ha absorbido el pensamiento crítico y enviado el país a las fauces de la corrupción. Todo esto, afirman, es culpa del liberalismo extremo, el nepotismo, la “puerta giratoria”, los contratos y licitaciones amañadas, el declinar de los partidos. 

Los intelectuales colombianos en pandemia y confinados 

Como en la peste de la muerte roja de Edgar Allan Poe los cogió por sorpresa y fuera del salón, durante casi dos años o más. Muchos egos aterrizaron, como el de todo el mundo. Excursiones al “exterior” fueron posibles vía Twitter, Wasap, Internet y celular con la gran ventaja de  que todos se dedicaron a escribir en esos medios tan maravillosos y tan denostados por espíritus ligeros. No todo fue malo, hubo tiempo libre para el Sapere Aude y esa reflexión existencial de la angustia que baja el orgullo. También para el dolor de las pérdidas de parientes, amigos y conocidos. Igualmente, para la controversia entre los pros y los anti vacuna. De los gobernantes se dijo y desdijo a placer, no siempre con razón en unos casos. Como en la fiesta a cada uno le fue, como le fue. A Colombia creo que le fue bien, comparativamente hablando. Pero, siguió la eterna tragedia del conflicto armado. 

Los intelectuales colombianos del postconflicto  

Se puede decir de la gran mayoría que están hartos después de 63 años de guerra con diversos grupos armados, sobre todo los cultores de las ciencias sociales y humanas. En general todos los intelectuales colombianos están, más que cansados, aburridos de la monotonía de un conflicto casi que en permanente “empate” y piden con insistencia la formación de un Estado moderno y regulador, mas no intervencionista en exceso, que acelere el cambio sin las pesadas teorías económicas de los sesenta ni las laxas de los ochenta. Con el Estado, pero sin que este se lleve la parte del león en impuestos expropiatorios.

También solicitan una sociedad civil libre, creativa y participativa en política y que no vea en los intelectuales del primer grupo arriba expuestos (i) seres pedantes que estorban y todo lo enredan por dogmáticos o por solo políticos. Pide de ellos más humanismo que tecnocracia, para que entiendan mejor una sociedad cada vez más diversa; les solicita que tengan corte académico, pero aterrizados en la realidad y dialogando con la   sociedad para ayudarle a la construcción de los espacios de un nuevo orden social más democrático, participativo y justo. Deben asumir la complejidad de la sociedad colombiana contemporánea, tan difícil de aprehender como lo demuestra la hasta hace poco tiempo carencia de “colombianólogos”, a diferencia de países más simples de América Latina.  

Pour Dreyfus-Zola

El nacimiento de la palabra “intelectual”, no hay que olvidarlo, fue un parto difícil en 1894 durante los más controversial del “Affaire Dreyfus”. En realidad, salió de labios reaccionarios con tonalidades peyorativas. En efecto, para los antisemitas Dreyfus era un traidor y Emile Zola un pervertido sexual. Sin embargo, de lo execrativo se pasó a lo laudatorio de los actos de escribir, pensar y actuar en posición de intelectual. Es decir, esas tres actividades realizarlas con conciencia recta, honesta y libre.

El viaje intelectual a París, sigue siendo recomendable para aquellos que quieran vivir en los territorios, ambientes y luces del conocimiento razonado o de corte racional, pero sin que esto les impida el viaje a Katmandú en busca de la espiritualidad. Solo el viaje a las regiones de la Intolerancia es no recomendable a personas comprometidas con el avance de la inteligencia, la democracia y el savoir faire. Recuerda, los buenos intelectuales, los que vale la pena escuchar por su sapiencia, compromiso y búsqueda de la verdad, son seguramente aquellos que se sonrojan cuando les das ese título.

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