En 1919, el sociólogo alemán Max Weber dio dos conferencias tituladas “La política como vocación” y “La ciencia como vocación”, estas se publicaron en el libro que se conoce hoy como “El político y el científico”. Weber mencionó en tales conferencias que tanto en la política como en la ciencia existían diferentes tipologías para su ejercicio, y llamó la atención sobre la necesidad fundamental de ejercer esas dos prácticas a partir de una profunda vocación por parte del individuo.
Sobre el político Weber dice: “Parcialidad, lucha y pasión (ira et studio) constituyen el elemento del político y sobre todo del caudillo político”, mientras que el funcionario debe caracterizarse, según Weber, por una “disciplina ética, en el más alto sentido de la palabra”. Por otro lado, entre otras cosas, el sociólogo mencionó en su segunda conferencia que la obra científica es perdurable y útil solo mediante una estricta especialización, lo cual lleva al científico a un sentimiento de plenitud.
Teniendo en cuenta las anteriores consideraciones de hace casi cien años, es fácil decir hoy que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, no puede ser caracterizado como político, ni como administrador, ni mucho menos como científico. Estas tres facultades o roles –político, administrador y científico– fueron las que, precisamente, Peñalosa vendió durante toda su campaña y a las cuales aduce ahora como alcalde.
Ha dicho Enrique Peñalosa que le interesa menos la política que sus obras, esas obras que harán de Bogotá una ciudad mejor. Para diferenciarse de los políticos tradicionales y sin pudor se ha descrito a sí mismo como un mal político (así como también un mal estudiante y un mal deportista). Pero sus acciones dicen totalmente lo contrario: él se ha involucrado con los círculos políticos más tradicionales de este país (solo baste recordar su reciente reunión con Álvaro Uribe y el apoyo de Vargas Lleras en Cambio Radical). También se ha acomodado en varios partidos buscando réditos políticos (votos) de estos. Lo hemos visto cambiar de partido político como quien se cambia de camiseta; esto a cualquier hincha político lo sacaría de casillas (sí, así como a Íker). Siguiendo con la analogía futbolística, Peñalosa como político no tiene pasión, no se hace ganar el respeto o la admiración de la hinchada (la ciudadanía) con sus acciones y jugadas; su egocentrismo y petulancia han hecho de él el alcalde más impopular en Colombia: un James al revés. Con su falta de vocación, sus mensajes contradictorios a la ciudadanía, su falta de respeto y el hecho de no asumir responsabilidades Peñalosa no puede ser considerado un político (ni siquiera un mal político), a lo sumo un demagogo.
Nos vendió la idea de ser un gran gerente basado en sus supuestos estudios de maestría y doctorado en las áreas de Administración Pública, Economía e Historia; sin embargo, hoy sabemos que esos títulos –aunque él no quiera aceptarlo– son, simplemente, falsos. Sin vergüenza, ha dicho públicamente que sus títulos no son equiparables a nada en Colombia, burlándose así de la academia colombiana con un dejo de elitismo y arrogancia muy propias de él. Cada vez que se le pregunta sobre el tema trata de esquivarlo diciendo que una “simple” cuestión de equivalencias en las titulaciones se ha convertido en un problema político y que, además, sus detractores desconocen los sistemas de educación francés y estadounidense, una vez más la arrogancia antes que la vocación. La verdad es que con o sin títulos Peñalosa no tiene un área de especialización... o tal vez sí: es especialista en dar conferencias sobre la genialidad del sistema BTR (Bus de Tránsito Rápido), su Transmilenio. Es empresario, no científico.
Por último, Peñalosa no puede ser considerado un buen funcionario en el sentido weberiano: le falta la disciplina ética que debe tener un administrador. Y no me refiero tanto a los engaños en sus títulos como a su irrespeto constante, a su constante mirada retrospectiva, a la improvisación en las obras que realiza (recordemos el Deprimido de la 93) y, claro, su burla a los científicos ambientalistas. Peñalosa podrá ser un excelente gerente de empresas multinacionales pero le falta mucho para ser un administrador público respetable.
Sí, las anteriores son opiniones personales sobre Peñalosa y su gestión, pero ello no niega el desastre evidente que ha sido su paso por la alcaldía, y en eso las cifras sobre inseguridad, transporte, salud sí que me dan la razón. Peñalosa debería darle paso a personas que sí ejerzan como políticos, científicos y administradores por vocación, no por ego o por interés propio, y así dedicarse a hacer lo que mejor sabe hacer: vender buses y dar conferencias sobre ciudades imaginadas.
* Weber, Max (1967): El político y el científico, Madrid: Alianza Editorial.