Una pareja destacada son el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie y la senadora por el Centro Democrático, María Fernanda Cabal.
El Dr. Lafaurie asumiendo la vocería de un gremio que ha convertido en plataforma política contra el gobierno, y la Dra. Cabal autoproclamándose cuasi enemiga personal y líder de la oposición a todo lo que desde la jefatura del Estado se proponga.
Ambos se han montado sobre el ‘caballito de batalla’ de que está en peligro o que se intenta acabar con el ‘Derecho de Propiedad’, presentado éste como un derecho absoluto, casi sagrado
Más allá del tono y el propósito que recuerda las épocas en que el Dr. Laureano proclamaba el objetivo de ‘hacer invivible la República’, varias consideraciones producen rechazo a esta posición.
Un principio general en cuanto a derechos en abstracto o valores es que se pueden dar conflictos entre varios de ellos sin que exista uno superior a todos.
Esto se refleja o plasma en el derecho positivo y contrariamente a lo que sostienen estos personajes nuestra Constitución es explícita en cuanto a las limitaciones que acompañan este derecho.
A comenzar porque en el Preámbulo en la enumeración taxativa no se incluye sino ‘asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz’; y en los Principios Fundamentales (Artículo 2) el “asegurar la convivencia pacifica y la vigencia de un orden justo”.
La propiedad o el ‘derecho de Propiedad’ no se encuentra ni siquiera en el Capítulo de los “Derechos Fundamentales”. Se enmarca en el Artículo 58 con varias consideraciones, la primera que: “el interés privado deberá ceder al interés público o social”.
Tan claro es esto que se autoriza la expropiación, como una forma de dar prioridad a otros derechos, remplazándolo por el monto de una indemnización. Pero también se contempla la expropiación sin indemnización cuando no se considera un derecho de origen legítimo.
Pero aún más allá dice la Constitución que ‘la propiedad es una función social’, entendiéndose que si no la cumple desaparece ese derecho, debiendo dársele al objeto del bien un tratamiento de diferente.
Y aún es motivo de debate si por el sentido de esta norma debe referirse solamente al uso de un bien o al concepto mismo de ‘propiedad’ referido a la función que cumple el vínculo mismo entre el dueño y el bien dentro del orden social.
Ya en lo concreto, y por lo menos hasta el momento, el gobierno, tal como lo han expresado el presidente y la ministra de Agricultura, lo que han diseñado es una propuesta en la cual lejos de amenazar el ‘derecho de propiedad’ lo que se desarrollaría es la obligación de que cumpla su obligación de ‘función social’ mediante los instrumentos más caracterizados e idóneos del capitalismo como son los impuestos.
En cuanto al cuestionamiento a los diálogos como camino apropiado para llegar a puntos de encuentro, la posición o actitud de oponerse a ellos no solo es muestra de ignorancia de lo anterior, sino de prepotencia e intolerancia en relación a los derechos de los demás.
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Como la propiedad de la tierra es motivo de buena parte de la violencia y conflictos que sufrimos, no hay duda sobre la respuesta a la pregunta de si debe prevalecer el Derecho a la Paz por encima del de la intangibilidad de los títulos de propiedad
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Y como en el contexto colombiano la propiedad de la tierra es sin discusión el motivo de buena parte de la violencia y los conflictos que sufrimos, no se presenta duda sobre la respuesta a la pregunta de si debe prevalecer el Derecho a la Paz por encima del de la intangibilidad de los títulos de propiedad. En cuanto a jerarquía también dice la Carta que ‘la Paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento’ (Artículo 22). El argumento de que podría debatirse si es un caso como el de ‘qué fue primero si la gallina o el huevo’, es decir si sería mediante la defensa del derecho que da la titularidad que se lograría la Paz, es un sofisma para desconocer toda la razón de ser del tratamiento que dan la Constitución y las Leyes al ‘Derecho de propiedad’.
Pero, sobre todo, peor que un sofisma es un error que solo puede impedirnos avanzar en la búsqueda de una sociedad en paz.