En esta última semana he leído con mucho interés un texto editado por Sílaba y que es resultado de una de las becas que otorga el Municipio de Medellín. Se titula : Palabras de amor: vida erótica en fragmentos de papel, escrito por las investigadoras María Mercedes Gómez Gómez y Eulalia Hernández Ciro. Se trata del estudio de demandas por seducción y estupro que reposan en el Archivo Histórico Judicial de Medellín entre 1900 y 1950. Son cuarenta novelas de ayer, de hoy, de don juanes y doncellas, de chismorreos e intromisiones, de lo que le sucede a lo íntimo cuando da cuenta en el estrado de lo público.
Hoy, tantos años después, cuando el escándalo y el olvido ya hicieron su parte, la venganza poética de las chicas reposa en las cartas de amor que fueron guardadas en el expediente. Queda la duda de si aquellos lectores leyeron en verdad lo que ahí estaba escrito pues en en 38 de los 40 episodios resultaron ser ellas, las perdidas peligrosas, las únicas culpables de toda culpa en un asunto que sucede entre dos y que en la mayoría de las veces exculpa socialmente al hombre de su parte de la responsabilidad. Las promesas rotas son parte de la tragedia, cosa de pareja, lo peor de todo fue que la sociedad las expuso y repudió por decidir sobre sí mismas lejos de la norma y el decoro, aunque lo hicieran en la privacidad de su elección.
En las cartas de los expedientes, en ejercicio de la prosa y del amor, las mujeres expresaban que había gozo y deseo, y eso ya las hacía culpables de creer, de confiar, culpables hasta del engaño, porque no había derecho a tanto. Cito aquí un aparte que aparece en el libro, una notica procaz y desvergonzada, porque era íntima y secreta, señal de esa feminidad salida de molde para la época, escrita en Jardín, Antioquia, de Débora Castro a Pedro Álvarez en 1915: “…. Y mándeme a decir (sic) el otro día porqué me iso (sic) tan duro que hasta me quedó doliendo mucho. Así es que si no me hace tan duro yo se lo vuelvo adar (sic) sí usted tiene gusto de contestarme y haber y benga (sic) ahora para que me muestre su cosita. Venga ahora.”
La peligrosidad de todas estas acciones, entre otras cosas, radicaba también en la escritura, en la prueba, en la lectura pública que obligaba a responder ante todos por lo que sucede consigo mismo y para otro, a pesar de que en el secreto, en la delicadeza de lo privado lo que acontece no debe pasar por justificaciones ni palabras que dejen tranquilo a un vecindario entero.
Las cartas de amor, como objetos de estudio, son diseccionadas por las características que las comprenden, entre ellas, sus caligrafías, dobleces y formas, también fueron investigadas las razones por las que fueron guardadas, y las condiciones en las que los fisgones las expusieron, y como al hacerlo, cual vampiro ante la luz del día, la magia de su secreto, su encanto, la calidez de su confesión, se evaporaron para pasar a ser solamente prueba irrefutable de un caso juzgado: un amor prohibido del cual todos tenían noticia por impúdico y dañino. En aquellos años algunas aceptaron los hechos sin vergüenza y, sin saberlo, transgredieron el orden y tuvieron que vivir con ello a la espera del olvido. Cito a las investigadoras: “En estos archivos hay mujeres de carne y hueso que, quizás, no tuvieron la conciencia política de decidir que sus acciones se traducirían en una militancia activa que propendiera por establecer otros órdenes, pero sus acciones, efectivamente, se inscriben en el campo de las resistencias, resistencias que, a la larga, proponen otras rutas de la feminidad.”
Aquí otro aparte de esa correspondencia íntima que reposa en el Archivo Judicial, esta vez entre Zenaida Rivas, directora de la Escuela Urbana de Pizarro en el Chocó, y Eugenio Caicedo, alcalde esa población en 1933. Ella estaba embarazada y los padres de familia de los estudiantes ante el escándalo que eso significaba elevaron una denuncia pues fue de dominio público dicha relación que fue juzgada como un escándalo que no actuaba en beneficio de la moral y buenas costumbres de la sociedad. El padre de ella interpuso una demanda por el delito de seducción y engaño con promesa de matrimonio, a pesar de que su hija dejó consignado esta declaración de libertad y autodeterminación entre las cartas que intercambió con su amor. “Yo no pienso ni quiero casarme contigo porque tú no me ofreciste jamás tal cosa. Me entregué a ti lisa y llanamente sin ningún compromiso, nada más que por amor y mal haría yo en exigirte matrimonio, pues por otra parte yo no era virgen”.
Lejos de la religión y del cura, de la sociedad y sus normas, el amor, tanto como una pirotecnia en la noche oscura, deja dichas las cosas más profundas cuando se apuntala en la escritura como confesor. Será por ello que el amor y las cartas en todas sus formas, también las de ahora en forma de chats y redes sociales, tienen una relación tan deliciosa, estrecha y también peligrosa, pues no hay peor lector que aquel que las fisgonea y las juzga en virtud de eso que llaman el deber ser.
Como dice Joan –Carles Mélich en el libro La lectura como plegaria. “Los hay que se confiesan con sacerdotes. Yo, en cambio, me confieso con libros y con cuadernos. (…) En la literatura, como en la vida, tampoco hay señales inequívocas que nos muestren la interpretación correcta.”