¿Peligra la democracia con el nuevo gobierno?

¿Peligra la democracia con el nuevo gobierno?

El temor que se sentía previo a las elecciones se ha disipado con la elección del gabinete que, aunque ha tenido reparos, ha dado tranquilidad a muchos sectores

Por: Elías Cordero
agosto 18, 2022
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¿Peligra la democracia con el nuevo gobierno?
Foto: Leonel Cordero

No han pasado dos semanas de la posesión de Gustavo Petro como presidente y ya se avizoran grandes riesgos para la democracia en nuestro país.

Como notoria muestra de lo dicho puede considerarse el hecho de que el nuevo gobierno quiere construir un Estado progresista respetando la esencia del orden institucional vigente armado como estructura política y burocrática neoliberal, con sus componentes económico, laboral, salarial, entre otros, que desde la fundación de la república, han constituido el soporte del engranaje de “libertad” y el “orden” de lo que con una palabra reacuñada por Uribe, se llama “patria”.

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Para conciliar esos dos extremos: el del estatus quo, y el de su proyecto, Petro adelanta algunas reformas y cambios anunciados durante su campaña. Es de bulto que apenas en las primeras de cambio ya se evidencia un conflicto entre sus intenciones de reformar un orden que lleva siglos de existencia, y los defensores a ultranza de ese orden. Con una actitud conciliadora muy inteligente, Petro se mantiene a distancia de las llamadas “líneas rojas”.

Eso hace parte de su evidente voluntad de lograr un gran acuerdo nacional que saque adelante al país, y no hay duda de que él cumplirá su palabra. Pero, ¿se puede esperar lo mismo de sus enemigos? ¿Respetarán esas “líneas rojas” que ellos mismos propusieron?

El Pacto histórico ni siquiera aspira a una revolución social en el sentido fuerte de la palabra, sino a reformas sencillas y justas. Resultaría interminable enumerar todas las objeciones que se han presentado hasta el momento contra las iniciativas fundacionales del nuevo gobierno.

Algunas de ellas incluyen el rechazo de plano a la reforma laboral que propone reprogramar las horas extras, dominicales y días festivos, eliminar nóminas paralelas públicas, finalizar el trabajo a destajo (conocido como contrato de prestación de servicios), y varios etcéteras más apenas en lo laboral.

En otros aspectos: resistencia casi total a modificar la estructura y beneficios del parasitismo parlamentario (no encuentro otra palabra, aunque aquí no exista el parlamento); rechazo a la reforma agraria, incluso al inventario de baldíos; no al impuesto para latifundios improductivos o con ganadería extensiva; negación casi total de los gremios (ANDI, FENALCO, Etc.), y del sector financiero a flexibilizar la distribución de la riqueza aportando migajas de sus billonarias ganancias para cerrar en algo la brecha social y ser solidarios con la erradicación progresiva del hambre.

Impugnación cerril de la reforma tributaria con sentido social propuesta por el nuevo ministro de hacienda; negativa a acoger las políticas en defensa del medio ambiente para no terminar bañándonos con gasolina mientras el agua se pierde en las profundidades desperdiciada por el fracking.

Como lo dije líneas atrás es imposible enumerar todas las objeciones que ha enfrentado Petro en poco más de una semana de gobierno. Lo más notorio es que van en contravía de propuestas de favorecimiento social incontrovertibles.

En pocas palabras: los dueños del poder, desde ‘el grito de independencia’ (siempre me he preguntado cómo fue ese jodido “grito”) no parecen dispuestos a ceder un centímetro en favor de ajustes socio-económicos que vulneren sus privilegios y riqueza.

Dice un refrán popular que ‘nadie puede hacer fortuna sin volver harina a los demás’. Citando al hombrecillo del Boletín del consumidor: ‘tal cual’. Es decir, eso es lo que ha ocurrido desde siempre en el país más feliz del mundo, como lo proclaman algunas encuestas, extranjeras, por supuesto.

Debió ser por obstáculos como los que tiene Petro hoy en Colombia, que en la Rusia de 1917, la China de 1949, y la Cuba de 1959/60 del siglo pasado, Lenin, Mao, y Fidel Castro respectivamente, decidieron cortar por lo sano cruzando las “líneas rojas” que se interponían entre ellos y sus proyectos, y hacer lo que hicieron.

No se podían levantar estados populares con los ucases zaristas, dentro del feudalismo chino, o bajo el neo-colonialismo cubano. Había que desaparecerlos y lo hicieron a punta de tiros y fusilamientos. Menos mal que en la actualidad las cosas ya no se hacen así.

Sin embargo, no deja de ser lamentable que esas revoluciones “clásicas” fracasaran y en su lugar hoy haya estados totalitarios. Ojo, no dictaduras que es lo que existe en Nicaragua, por ejemplo, sino estados totalitarios en el mejor y peor sentido de la palabra.

De modo que llegado a este punto es pertinente anotar que el gran peligro para sostener, mantener, y continuar la democracia en Colombia no se encuentra en las propuestas del gobierno Petro, sino en quienes se oponen irreflexivamente a ellas, y a no dudarlo, estarán dispuestas a lo que sea (un paso que no dará el presidente) para sabotear la posibilidad de una sociedad más justa e igualitaria donde las oportunidades sean para todos y no solo para los privilegiados, en la cual, como dice Francia Márquez, ‘la dignidad se vuelva costumbre’, y donde ser “gente de bien” no sea un apelativo que describa a los ricos y pacatos de la gris y mojigata clase media, sino a cualquier ciudadano de a pie.

Otro de los peligros que corre la democracia en nuestro país lo produce el pelotón de francotiradores mediáticos de los medios informativos que se apañan por parecer imparciales, pero en realidad son antigobiernistas (menos ‘noticias uno’), y respaldan a la ultraderecha encabezada por el Centro Democrático y sus nada cabales voceras, entre ellas la nieta de un presidente alcohólico de mediados del siglo XX. Gracias a la labor de esas cabales palomas, y a la de los francotiradores, la convivencia ciudadana se carga cada vez más de prevenciones y recelos provocados por la cala y la mella con que el lenguaje de odio impacta en sectores sociales vulnerables hermanados por la necesidad, pero enfrentados por mentiras que atizan violencias latentes. Definitivamente este gran peligro para la democracia no lo propicia el gobierno.

Hace apenas unos días, a raíz del lanzamiento de la metodología (que no “cartilla”) para promover pedagógicamente el conocimiento escolarizado del Informe de la Comisión de la Verdad, una cabal vocera del Centro democrático propuso despectivamente que se respondiera al “cura” De Roux con otra “cartilla” que mostrara la ¿verdad verdadera? ¿Cuál? ¿Acaso negando la existencia del paramilitarismo y las masacres (“asesinatos colectivos”, según Duque), que los falsos positivos no fueron eso sino “falsas denuncias”? como dijo Uribe, para después retractarse ante las madres de Soacha

¿Que, como quedó establecido gracias a la confesión de militares (desde soldados y suboficiales hasta generales), sí hubo complicidad institucional en esos asesinatos y que por eso son crímenes de Estado? ¿Se imaginan a políticos y ciudadanos argentinos repudiando el informe ‘Nunca más’ sobre los crímenes de la dictadura de Videla presentado por Ernesto Sábato y la entonces comisión de la verdad de Argentina?

Sería un disparate mayúsculo negar las atrocidades cometidas por las FARC durante la misma época, cuyos antiguos dirigentes hoy comparten privilegios y se codean de tú a tú con la oligarquía que combatieron con furor. No está lejano el día en que los paramilitares, el Clan del Golfo, la Nueva Marquetalia, las disidencias de las FARC, el narcotráfico, y hasta los cabales políticos corruptos del congreso, incluso Marbelle y Polo Polo, propongan sus propias cartillas.

Igual hace apenas pocos días, Petro sacudió hasta los entresijos de la llamada “cúpula militar”: llamó a calificar servicio ¡a 23 generales! ¿Qué esperaban los críticos de esa decisión? ¿Qué empezaran los llamados “ruidos de sables”?

¿Acaso esos contestatarios (civiles, o militares activos y en retiro) van a decir ahora que lo que hizo Petro fue nombrar en la nueva “cúpula” a un grupo de izquierdistas o peor, exmilitantes del M19 infiltrados durante décadas en las fuerzas armadas a la espera de que él llegara a la presidencia? ¡Joder! Ese rebuzno no cabe ni en las cabezas  de Marbelle o de Polo Polo.

Como lo dice el título de este escrito, la democracia en Colombia está en peligro. Quienes amenazan con destruirla, y lo harán violentamente de ser necesario, no son los llamados “guerrilleros de nueva generación”, entre los que sobresalen Alejandro Gaviria (ministro de Educación), José Antonio Ocampo (Hacienda), Patricia Ariza (Cultura), Irene Vélez (Minas y energía), Gloria Inés Ramírez (Trabajo), María Isabel Urrutia (Deportes), Cecilia López Montaño (Agricultura), Susana Muhamad (Medio ambiente), Germán Umaña Mendoza (Comercio).

No los nombraré a todos. Y como flamante secretario del Comité Central de la nueva guerrilla en el poder, el general Hélder Fernando Giraldo Bonilla, comandante de las Fuerzas Militares.

Para finalizar, nunca antes en la historia nacional había existido un gobierno tan plural, democrático, y receptivo como el que empezó con Gustavo Petro. ¡Hasta invitó a Uribe! Está acogiendo a sectores sociales, culturales, étnicos, de género, políticos (incluidos algunos de sus antiguos contradictores; no a los bellacos porque tampoco se trata de ser pendejo), impensables en un proyecto encabezado por el otrora chofer de cierta rodolfoneta, o por Gutiérrez (¿y ese quién es?) Si eso no es democracia, ¿qué es la democracia? Es esa apertura histórica, democrática, única e insustituible la que está en peligro letal.

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