El día en que conocí a Ofelia estaba haciendo un ancla de icopor y recubriéndola de pedacitos de papel periódico. Era para una actividad que haría con su grupo de teatro para el salsódromo. Tenía unos ojos saltones, la tez tostada por el sol y un acento caucano no tan marcado. Una niña de colegio, de buenas maneras, era ella. Era noviembre. Recién acababa de salir de once y estaba esperando que salieran los resultados del Icfes para presentarse a Medicina. Se veía tan pacífica, aplicada y alegre haciendo sus manualidades que jamás imaginé que su vida estaba atravesada, como la de muchos otros niños, por la violencia.
Cuando le pregunté por sus padres me dijo que no tenía papá. Que lo habían matado hacía cinco años. Por meterse en cosas raras, me dijo Ofelia. Le gustaban los gallos y los caballos. Una vez había ido a gallos y su padre había ganado. Una hora después, un borracho tocó la puerta de la casa para reclamarle, con arma en mano, que no había sido el ganador. "Era la vida del borracho o la de mi papá. Como mi papá tenía permiso para cargar un arma, la sacó y lo mató para defenderse. No tenía otra opción".
Y entonces se fue a la cárcel. Cuando salió lo mataron. Ofelia cree que fue algún familiar del muerto, para cobrar venganza.
Mientras me contaba esto, la muchacha seguía absorta, cortando papelitos y pegándolos con mucho cuidado sobre el icopor. Templándolos con una espátula para que no quedara arrugado. La violencia está tan naturalizada que en este pueblo y en otros tantos del Cauca se cuentan estas historias sin sobresalto. Sin que haya llanto ni gritos ni dolor. El dolor está adormecido.
Pero no solo le mataron a su papá. También a un primo y a un tío. "Es que la familia de mi papá siempre ha estado metida en cosas raras. Les gustan mucho los caballos, los gallos, los corridos, el trago. Yo no tengo miedo porque el que nada debe, nada teme".
Le pregunté por su mamá y me dijo que trabajaba en una finca de su pueblo, Caloto, sembrando. Era una mujer campesina y hacía poco le habían diagnosticado una enfermedad en la espalda que le impedía cargar cosas pesadas. De tanto cargar bultos en su trabajo se había jodido la espada. Y aun así, en la empresa con la que trabajaba la habían acabado de despedir. Estaba dispuesta a meterles abogado.
Ofelia era recia como su padre y luchadora como su madre. Quería irse del pueblo, a Cali o a otra ciudad grande. Estudiar Medicina y alejarse de la tradición de los caballos, la música de corridos y los gallos, de los narcocorridos, es su único objetivo en la vida. A veces vuela a través de las películas que ve en su destartalado televisión, en las amarillentas hojas de un libro viejo. Viaja con la mente. Cuando no queda nada más es consuelo suficiente.