Nueva York. “El hambre no es el problema. El problema es la pobreza. El hambre es el resultado de la pobreza y, en los próximos meses, va a ser mucho peor”, afirma Pedro Rodríguez, director ejecutivo de La Jornada, un banco de alimentos de Queens, quien a diario alimenta a diez mil personas y espera alimentar a unas veinte mil el próximo año.
“Con esta nueva infusión de migrantes llegados de todas partes del mundo vamos a doblar la cifra muy pronto, sobre todo cuando la ciudad (NYC) termine con los auxilios, porque está claro que Nueva York no puede seguir aportando para atender a los nuevos migrantes sin entrar en bancarrota. No sabemos cómo vamos a sobrevivir”, comenta don Pedro —como lo conocen los colombianos de Queens—con cara de preocupación.
Don Pedro jamás pensó en febrero de 2020 que Nueva York sufriría uno de los episodios más trágicos de su historia y que su organización iría a ser una de las grandes protagonistas para ayudar a los más necesitados.
Antes de la primavera de 2020, los voluntarios de La Jornada tenían un esquema para repartir alimentos para entre 200 y 500 personas, dado que para los jornaleros en los meses de invierno es difícil encontrar trabajo.
Sin embargo, en marzo de ese año, Nueva York, la ciudad que nunca duerme, se paró, así de un solo impulso. Sin avisar. Sin advertir. Sin tiempo para prepararse para lo que vendría después para todos los habitantes del mundo, de los Estados Unidos, de Nueva York y del condado de Queens a la cabeza.
Las barriadas de Jackson Heights, Elmhurst, East Elmhurst y Corona se convirtieron en el epicentro de la pandemia con docenas de fallecidos por día. Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, ordenó la cuarentena obligatoria.
Los obreros que La Jornada había ayudado por años, quienes se apostaban desde temprano cerca de las estaciones del tren, sin importar el frío, el calor o la nieve, se vieron obligados a encerrarse en sus casas. Unos pocos siguieron trabajando en labores precarias y con mínimas condiciones.
“El peor día de mi vida”
Al llegar la pandemia, don Pedro cuenta que se quedó sin fondos, perdió su personal voluntario, hasta llegar al punto de casi cerrar la despensa que por años había alimentado a miles de personas.
Sin embargo, hay una fecha que vive viva en la memoria de don Pedro. Es aquel 28 de marzo, cuando vio “la abrumadora necesidad que había”. Afirma mientras dice que cuando vio las interminables filas de personas que esperaban por una comida caliente, decidió “luchar contra viento y marea y reabrir las puertas de La Jornada”.
Don Pedro recuerda cómo el primer día tras declararse la pandemia, un oficial de policía entró al local de La Jornada para decirle que tenían a diez mil personas formadas afuera y “solo disponemos de dos mil comidas. “Ha sido el peor día de mi vida —se le ahoga la voz—cuando tuve que decirle a la gente que se fuera a casa sin alimentos”.
Y continúa diciendo: “Somos (La Jornada) la última línea de defensa contra el hambre”, y explica cómo su organización pasó en los últimos dos años de servir mil comidas calientes diarias a servir diez mil comidas.
La Jornada comenzó a recibir donaciones y a así se inició la ayuda directa a las escuelas de todo el municipio. “No podemos fallarle a los niños. Los niños son el futuro. Hablo de una realidad, no un eslogan publicitario”, expresa don Pedro.
Los voluntarios hacen La Jornada
Los jornaleros ven en don Pedro a un verdadero amigo, quien siempre les da la mano cuando más lo necesitan. “Sin don Pedro, la comunidad hispana no hubiera sobrevivido”, expresa Hugo Cartagena, presidente de la Cámara Internacional de Comercio.
“La clave de la organización son nuestros voluntarios, quienes son mujeres en su gran mayoría. Ellos son los héroes. Sin nuestros voluntarios no seríamos nada”, afirma el líder social, quien llegó de Colombia, cuando tenía doce años.
El arduo trabajo de La Jornada dio sus frutos y gracias a la ayuda federal, estatal y local es la despensa más grande de Queens. También hacen parte de Rebuild, una iniciativa para impulsar a Nueva York y de No Kid Hungry (Ningún Niño con Hambre), una campaña nacional enfocada a erradicar el hambre infantil de los Estados Unidos.
Lucha para abrir una gota de leche
La nueva batalla de don Pedro es abrir una gota de leche en Queens, con capacidad para cuarenta y cinco mil teteros diarios. “Tenemos que abrirla en las inmediaciones de Jackson Heights, Elmhurst y Corona, que son los barrios dónde se concentra la mayor necesidad de las familias pobres”, dice don Pedro.
No obstante, hay oposición por parte de algunos políticos locales. “Lo que pasa es que don Pedro está en medio de la lucha política entre las huestes del concejal Francisco Moya y la asambleísta Catalina Cruz. Por eso es la oposición. Pero el pato lo pagan los niños pobres, sobretodo, los niños inmigrantes”, afirma un activista político que prefiere el anonimato.