La mañana del 11 abril, el maestro rural y líder sindical Pedro Castillo, candidato presidencial por el partido regional Perú Libre (que se define como marxista), inició su jornada habitual. Nada fuera de lo común. Ordeñando unas cuantas vacas y alimentando sus crías de cuyes. Muy alejado de la efervescencia mediática de la capital y el hervidero de las redes sociales. Con poco más de cuatro mil seguidores en una cuenta inactiva en Twitter, tampoco tenía mucho que agitar. Al llegar la noche se había convertido en un fenómeno electoral de resonancia internacional; la “sorpresa” en una elección hiperfragmentada en un sistema político donde la crisis se ha convertido en un mal crónico. Pocos analistas vieron venir el impresionante ascenso del maestro que ganó la primera vuelta con 2.723.300 votos; asimismo, su partido ingresó 37 escaños en el Congreso unicameral. Esa noche la élite limeña no durmió intentando comprender qué había pasado.
Descifrando el fenómeno
Ya en la nota Perú, entre la peste y el cólera presenté un breve análisis sobre las elecciones en el país vecino. Me sostengo en que Castillo no es un outsider y que su elección responde en mayor medida al agotamiento del electorado con el establishment político y económico; también es una expresión de la Perú rural que le votó masivamente al líder sindical que en 2017 se recorrió la provincia agitando una huelga que exigía mejores condiciones salariales. Los analistas estaban más pendientes de la eventual victorial de Keiko Fujimori y haciendo cábalas sobre con quien disputaría la segunda vuelta. A Castillo lo veían como uno más entre los 18 candidatos, ningún experto se esperaba que en tan solo dos semanas se convirtiera en un auténtico fenómeno electoral. La provincia se expresó y le envió un mensaje de inconformidad al centro de poder limeño. Con su sombrero de paja y cargando un lápiz gigante, Castillo se convirtió en el vocero de ese profundo malestar.
Una campaña sui generis
A diferencia de Keiko, heredera del fujimorato y que anda ventilando el retorno de la “mano dura”, la campaña de Castillo no contó con grandes financiadores o un amplio despliegue en redes (Keiko tiene un millón de seguidores en Twitter). No tuvo asesores estratégicos, según Latina T.V. su campaña costó 20.000 soles y las redes fueron esencialmente humanas. Activadas durante la huelga de 2017 y reactivadas en medio de la indignación. Con fortuna, una indignación que a bien se logró traducir en movilización electoral. Sin tener un gran discurso y ofreciendo soluciones concretas (algunas que de solo mencionarlas ponen a temblar a la élite) a problemas estructurales, Castillo logró posicionar un mensaje sencillo y profundamente emocional entre su electorado: “¡No más pobres en un país rico!”. Un eslogan que me recuerda el de Primero los pobres de López Obrador. Muy efectivo sin lugar a dudas. Su mensaje fue escuchado en los territorios más pobres e ignorados por Lima, el centro del poder y hogar de la élite, allí no alcanzó ni el 10% de la votación.
La síntesis de los extremos
Tras su victoria en primera vuelta los medios lo tildaron de vocero de la izquierda radical. Cercano al MAS de Evo Morales y hasta lo han comparado con Petro. Al revisar el cubrimiento mediático posterior, veo que ya lo encuadran más como un líder sindical. Más ajustado a su perfil y trayectoria. La realidad es que Castillo encarna una peculiar hibridación ideológica; en lo económico sustenta un discurso que se alinea perfectamente a una izquierda dura, pero en lo social es conservador acercándose peligrosamente a tesis de extrema derecha. No es garantista con las minorías sexuales; desdeña del enfoque de género; el aborto y la eutanasia. Bien podría echar al traste una agenda de integración social que en la conservadora sociedad peruana ha caminado a pasos de tortuga en las últimas décadas. Esa hibridación resulta bien inquietante. A decir de Vargas Llosa (que anunció su respaldo a Fujimori), Castillo se mueve entre dos aguas. De ahí que considere erróneo compararlo con dirigentes de la izquierda regional o con Petro, pues algo que ha caracterizado a la izquierda latinoamericana es su visión de reconocimiento de derechos sociales y apertura hacia las minorías sexuales y las mujeres.
¿Un sendero a Venezuela?
Al también exrondero (especie de guardia campesina) lo han intentado relacionar con el brazo político de los reductos de Sendero Luminoso, la guerrilla de inspiración maoísta que puso en jaque al país a finales de los 80, a Sendero le sobrevive una expresión política en Movadef, asociación que reclama por la liberación de los que considera presos políticos de la antigua guerrilla comandada por Abimael Guzmán. Castillo ha renegado de esa cercanía y hasta ha afirmado ni conocer la sigla. Esto no ha sido óbice para que sus contradictores arrojen su perfil a la extrema izquierda y estén recurriendo a la lógica de inspiración castrochavista que hasta hizo carrera en las elecciones de Estados Unidos, afirmando que llevará el país por la senda de Cuba o Venezuela. Fujimori, Vargas Llosa y hasta Duque (de forma soterrada) han hecho eco de ese “temor”. El coco de Venezuela se ha convertido en la última década en una de las principales herramientas discursivas de la derecha regional. ¿Los peruanos se comerán el cuento?
El temor de las élites
No creo exagerar si afirmo que el temor que genera Castillo recorre todo el espectro político. A los sectores de izquierda democrática les preocupa su excesivo conservadurismo social, su tendencia a la “mano dura”, sus comentarios acerca de un mayor control hacia los medios de comunicación y un eventual retroceso en cuanto a garantía de derechos a minorías. A la derecha la intimida su propuesta económica y su intención de liquidar la Constitución de 1993 (el principal legado de Fujimori). La izquierda regional tampoco ha entendido bien el fenómeno y la derecha no tiene más alternativa que jugársela por la heredera de un líder autocrático condenado por corrupción y crímenes de lesa humanidad. Ya me alcanzó a imaginar la encrucijada tan tremenda en la que estuvo Vargas Llosa, enemigo acérrimo del fujimorismo, pero que no tuvo más alternativa que respaldar a Keiko. Por el momento solo tengo algo claro: si en 2016 Perú le votó a un exbanquero de Wall Street, el próximo 6 de junio podría convertir a un maestro rural en el nuevo inquilino de la Casa de Gobierno. Así de incierta puede ser la democracia.