Pedro Blas, disparate sinfónico de luchas y versos
Opinión

Pedro Blas, disparate sinfónico de luchas y versos

La obra del cartagenero es un referente esencial dentro de la nueva poesía afro caribeña

Por:
junio 28, 2017
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Las características de la poesía de Pedro Blas Julio Romero están marcadas por tres elementos que han construido su biografía como ser humano. El primero, ligado a su profesión como marinero, que se refleja en su libro Cartas del soldado desconocido (1971) en la que con texturas propias del género epistolar reflexiona sobre una vida de obediencia ciega y desequilibrio entre militares de rango y marineros rasos. Él no es un marinero cualquiera, posee el valor de la denuncia, la sinceridad del que testimonia y el optimismo del que sabe esperar. “Hermanos: salvadme de la sumisión y de esta monotonía de gritos; inyéctame sabiduría”, anuncia en el poema Honores a la gran burla, que abre su primer poemario.

Las cartas que nos escribe Julio Romero están encabezadas con el rótulo Otro día, o con títulos que referencian pasajes o anécdotas sin importar la fecha ni el tiempo. Esa ruptura temporal solo es entendible en una vida llena de intensas experiencias a las que el autor se somete como gran oportunidad de la existencia, sin perder de vista su orgullo y su ser: “Te daré un bosquejo mío: soy negro”, sentencia.

El segundo elemento, lo encontramos en su obra Poemas de calle Lomba (1988) en el que su barrio natal, Getsemaní y la calle de San Antonio, donde corrió de niño, son las metáforas de todos los mundos posibles. Allí cabe África, la América mestiza y colonial. Es ese el barrio donde se gestó la independencia, de la mano de Pedro Romero, un mulato cuya influencia sobre el pueblo de Cartagena, consolidó el movimiento de independencia en 1811. Esa misma influencia la ejerce hoy Pedro Blas con su palabra y su poesía: “Entonces yo como tú, Pedro Romero/ atravesaba el atrio/ no hincándome a España, a Roma ni a la hostia”, escribe en su poema Atrio tuyo, Pedro Romero. Por eso no es extraño que algún vecino de Getsemaní le cambie el Julio por el Romero y el poeta suelte una sonrisa cómplice que refuerza su idea de seguir luchando con la palabra.

Hoy Getsemaní es un “barrio amenazado”, así lo llama Julio Romero, por la extensión de una ciudad turística que reclama espacios, desplaza a los nativos, para que los extraños gocen y se hospeden en sus calles.

Cumple también Julio con el precepto de ser, además de poeta, el profeta que proyecta imágenes de un futuro que va anunciando con sus versos, como lo plantea Isaac Bashevis Singer.

El poeta propone nuevas experimentaciones tanto en las sonoridades de la prosa, como en las estructuras versificadas que reclaman unas musicalidades entre el verbo generoso del barrio, la búsqueda o creación de aquella palabra cargada de eufonía, que él va acomodando como si se tratara de un acertijo sinfónico.

 

En ’Rumbos’ las posibilidades experimentales pueden asumirse
como un disparate recargado de elocuencia barroca,
de excentricidades sonoras

 

El tercer elemento de su obra está en Rumbos, escrito entre 1993 y 1996, publicado por la Universidad de Cartagena que reunió toda su obra poética. En Rumbos la libertad expresiva es mayor y las posibilidades experimentales pueden asumirse como un disparate recargado de elocuencia barroca, de excentricidades sonoras en las que se mezclan personalidades de la música afro-latina-antillana, santos y deidades del panteón yoruba, mitos libertarios del Caribe con personajes populares o del barrio. “Dime entonces tú, corona monárquica de congueros/ ¿a cuál sangre debo atenerme/ dime Patato Añá?/ a cuál de aquellas sangres debo atenerme/ acercándosele a tus cueros?”, canta en su poema Patao Añá.

“Madre nunca llega a entender por qué los domingos durante la misa/ yo prefiero la ventanota cerca al escaparate picó de música gigante/ donde siempre vas Ismael Maelo Rivera dándonos instrucciones/ de cómo trabajar lo brujo del tuntuneco dejándole a los enemigos/ los ojos, la boca, los brazos, las patas vueltos trapo”.

 La obra de Pedro Blas es un referente esencial dentro de la nueva poesía afro caribeña. Por los versos que construye cada vez con más finura pasa la sutileza aguerrida de Langston Hughes, el ímpetu musical y festivo de Tato Laviera; intenta conjugar todos los verbos posibles e imposibles de ese Caribe infinito de V.S. Naipaul, o la mirada aguda de un detalle imperceptible a la manera de Derek Walcott. Su obra sigue reclamándole más versos, más elementos de ese mundo barrial, de esa Cartagena turística, monumental que desprecia a los seres humanos. Pedro Blas acaricia el barrio solo a través de su gente, de la vida popular de su Cartagena natal, de su Chambacú desaparecido en los 70, vecino y hermano de Getsemaní, de ese cruce de puentes de una ciudad de fragmentos vidriosos que él pega en sus versos como si fueran nacarados trozos de espejos.

 

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