Hastiado del tema político colombiano que es un círculo vicioso de lo mismo con lo mismo, decidí dejar de hablar de eso y llevo ya mi buen tiempo publicando micro relatos, o gotitas literarias si se quiere, en mi perfil de columnista en este gran portal.
Sigo por aquí con estas dos.
¡Y déle con la eñe!
El escritor está absorto; no logra colocar ni uno de sus textos en parte alguna, hasta en la revista de crucigramas le miraron feo cuando les propuso un pequeño texto en donde habla de la magia de las palabras y cómo la “ñ” es elemental en nuestra vida, que sin eñes no hay sueños ni mañanas, no hay pañales para niños y los limeños no pueden hacer carantoñas, y a editorial que va vienen con que ya le respondemos, que pase mañana a ver, que el señor no está, ¿no tiene otra cosita con más sabor, algo de historia y menos ficciones, algo con sangre fresca y olorosa?, pero el colmo lo tuvo ayer cuando un agente editorial escupió exactamente sobre su párrafo más logrado, aquel en donde habla sin eñes de sexo puro y masculino, erecciones inciertas. ¡Coño!, se dijo.
Ese pedo no fui yo
Casimiro sale de su casa con cierto afán, la misa de las ocho ya habrá comenzado, y mientras llega el ascensor toquetea con las llaves de su carro. Al fin se abre la puerta con la lentitud de siempre, y el olor es inconfundible, alguien se ha echado un pedo y no ha sido Casimiro. Entra porque no hay más de dónde, él vive en el onceavo y dejar pasar el ascensor le implica, al menos, quince minutos de espera. Y la misa ya ha comenzado. Entra al cubículo y solo hay dos señores y ambos tienen la misma cara de culpables. No miran, no saludan y parecen colgados de un perchero. El ambiente es casi que irrespirable, no por la tensión que haya, sino porque huele asqueroso. Y Casimiro, buen empleado de banco, responsable y dedicado, quien días pares e impares recibe el desinterés de sus compañeros y las broncas de su jefe, buen vecino que en todas las juntas debe guardar silencio para no recibir miradas de desprecio, tiene en sus manos la mejor oportunidad que la vida le haya regalado para tener un corto momento de placer, sus tres minutos de fama que todo el mundo añora. Quedan aún diez pisos para gozar su idea. Da la vuelta a todo su cuerpo y se dirige al más alto de los dos hombres: -¿Qué opina, don Aurelio?, bonito el pedo que nos deja acá el presidente. Cuando la señal indica que va en el octavo piso, añade: -O no habrá sido usted, ¿verdad?. Quedan todavía siete pisos, al menos tres minutos de goce, los dos hombres siguen mudos y sin vista, y aguantando la respiración sentencia Casimiro: ...-cuando se entere la señora Gertrudis...