Lo que está en juego en Colombia no es un SÍ o un NO a las FARC-EP, es un SÍ a un país mejor, sin armas, sin guerra, para que desde ahí podamos establecer y construir estrategias que nos lleven -desde el arte, la educación, el ejercicio de la ciudadanía, el deporte, el campo, el desarrollo social, humano, sostenible- a construir alternativas de paz en una sociedad que lleva más de un siglo en guerra. Decir No a las FARC-EP, es sensato, de hecho, yo soy uno de los que les digo NO, porque no comparto sus métodos, porque no estoy de acuerdo con las armas, porque el poder de las ideas debe estar por encima de la fuerza y la violencia, y, sobre todo, porque, como pedagogo, no estoy de acuerdo que los niños y niñas estén en la guerra –subvalorando su ser y su estar en el mundo-; pero, lo que una parte de la sociedad colombiana se le olvida, o no quiere comprender, es que lo que está en debate no es un Sí o un No a las FARC-EP, sino a unos acuerdos firmados por el gobierno nacional y uno de los grupos guerrilleros que desde la década del sesenta ha estado en confrontación armada y ahora se comprometen a dejar las armas.
Acuerdos que han sido producto de unas mesas de diálogo y concertación cuyo contenido fue público, toda vez que siempre fue posible observar y seguir, de primera mano, lo que allí se discutía. Acuerdos que muy pocas personas en este país se tomarán el trabajo y el tiempo de leer, de manera crítica, responsable y juiciosa. Para muchos es más fácil decir NO y seguir repitiendo lo que otros dicen: reproduciendo incoherencias, generando desinformación, dejando de lado la facultad humana de pensar y concienciar desde la reflexión crítica, porque, como decía Kant “¡Es tan cómodo ser menor de edad! (…) Con sólo poder pagar, no tengo necesidad de pensar: otro tomará mi puesto en tan fastidiosa tarea”.
Toda persona tiene el derecho de elegir, según le parezca, pero no de desinformar. Es compromiso de todos los colombianos informarse y estar al tanto de lo que sucede en nuestro país, y eso se hace leyendo, no hay otra opción. Hay que estudiar nuestra realidad, y para ello necesitamos hacer y construir memoria a la luz de los hechos, remitiéndonos a las fuentes, escuchando las diferentes voces, testimonios, versiones y puntos de vista. Eso nos debe llevar a hacer análisis contextuales, enriquecidos y mejor elaborados, tarea por lo demás ardua y compleja.
Es mucho más sensato y constructivo dedicar horas a leer, estudiar, analizar lo que fuimos, lo que somos, lo que nos pasa y lo que nos pasó -comprender nuestro ahora desde un estudio juicioso del pasado-, que salir a balbucear, de manera irresponsable e intransigente, toda clase de improperios y comentarios desacertados. Leer es nuestro compromiso con la verdad, estudiar -esto no es exclusivo de quienes asisten a colegios y universidades-, es nuestro deber con la justicia, escucharnos es nuestra tarea para poder comprendernos.
Muchos de quienes decimos SÍ no somos terroristas, ni auxiliadores de la guerrilla, y tampoco compartimos ¡en absoluto!, las políticas de Juan Manuel Santos; en cambio, sí recordamos que él fue Ministro de Defensa del gobierno de Álvaro Uribe Vélez, y que, por lo tanto, también está llamado a responder por muertes y desapariciones, entre ellas, la de los jóvenes de Soacha, mal llamados falsos positivos. Fueron asesinados, por lo tanto, no fue un falso positivo sino un asesinato, un crimen: planeado, ejecutado, ocultado, tergiversado, manipulado y dilatado para evitar condenas.
Memoria también es recordar que en la década del cincuenta los liberales armaron guerrillas y los conservadores armaron policías privadas, y que nos sometieron –liberales y conservadores-, a una guerra desmedida que, años después, se profundizó con otros actores, muchos de ellos derivados de esos grupos que ellos mismos habían creado. Memoria es recordar esto, recordar muchas cosas, recordar lo bueno y lo malo, lo que no se ha esclarecido. Memoria es recordar todos los que han muerto en esta guerra, de todos los bandos y sectores, porque no hay muertos buenos y muertos malos, hay muertos, muertos que duelen, que son llorados por sus familias, muertos que dejaron un vacío en algún hogar, en algún lugar de nuestro país. Muertos que merecen, que desde la memoria hagamos resistencia al olvido y a toda forma de violencia que quiera perpetuarse.
En este país hay varios, muchos, procesos de resistencia desde ejercicios de memoria y verdad, desde las comunidades, como oposición contra todas las formas de violencia, olvido y degradación de la vida humana, y son estas mismas comunidades violentadas, marginadas, oprimidas y vulneradas por todos los actores de la guerra (legales e ilegales), quienes han venido diciendo Sí a la paz, sí a los acuerdos, sí a la terminación del conflicto, a la dejación de armas, a la confrontación pacífica de las ideas, sí a la vida, sí a un país en paz.
La paz se hace con justicia social, equidad y desarrollo social, humano y sostenible; respetando el campo, valorando los campesinos y sus prácticas ancestrales, los indígenas y sus territorios, las comunidades Afro y sus tradiciones; pero también se hace respetando el medio ambiente, controlando la explotación y extracción de los recursos naturales; replanteando el modelo económico. Invirtiendo en salud, educación, cultura y deporte. Así como también se hace desde el respeto por la diferencia, desde el reconocimiento de la diversidad. La paz de hace con la participación de todos: escuchándonos ¡vaya tarea!.
Los acuerdos no son la paz, pero los no-acuerdos sí representan más guerra. Es compromiso de las FARC-EP y del gobierno nacional cumplir los acuerdos firmados en La Habana, pero es responsabilidad de cada colombiano decidir cuál es su rol en la sociedad, y cómo desde allí le apuesta a la construcción de una sociedad diferente. Esto conlleva -no hay otra posibilidad-, a repensarse como ser humano y social; a reconocerse y asumirse como sujeto político y ciudadano. Este reconocerse es la base fundamental para pensar por sí mismos, de manera crítica y por lo tanto consciente, y no desde la manipulada y soterrada "opinión pública". Es necesaria una memoria histórica para que cada cual sepa en qué país nació y cuáles son las causas reales de lo que sucede a diario, pero además, lo que implica para Colombia la firma de unos acuerdos que si bien no son la paz, por lo menos es una posibilidad tangible e impostergable de "dialogar sin armas".
¿Sabe usted cuántos verificadores tuvieron los “acuerdos” con los paramilitares? ¿Cuándo se sometió a plebiscito el proceso con ellos? ¿Usted tuvo la posibilidad de conocer los acuerdos firmados, o por lo menos conoció qué fue lo que se pactó, cuándo, dónde? ¿Fueron públicos y con verificación esos “acuerdos”? Este proceso, en cambio, cuenta con 500 verificadores internacionales, de 15 países, coordinados por la ONU, que llegarán a Colombia para garantizar que se cumplan los acuerdos con las Farc, en lo que tiene que ver con el cese del fuego y la dejación de armas; 100 de los verificadores serán enviados por el Gobierno de Argentina, 75 por Chile, 85 por Paraguay, 30 por España y, por ahora, 30 de Cuba; van a haber, más de 15 nacionalidades: 15% europeos, 85% latinoamericanos -.
Memoria es recordar que los comandantes paramilitares fueron extraditados por Álvaro Uribe Vélez a Estados Unidos y pagan condenas por narcotráfico, pero no han pagado un solo segundo de condena por crímenes cometidos en nuestro país: masacres, asesinatos, desapariciones, cooptación corrupta del Estado, entre otros crímenes por los que han sido investigados o acusados. Pero, memoria también es recordar que el término de la pena alternativa para los paramilitares que se sometieron a la Ley 975, Ley de Justicia y Paz, fue de ocho (8) años, es decir, más de 200 paramilitares -entre ellos 46 comandantes y mandos medios que, junto a sus subordinados, son responsables de más de 30.000 víctimas de homicidio, desaparición forzosa, desplazamiento, violencia sexual y reclutamiento de niños, entre otros crímenes-, ya cumplieron sus penas y quedan en libertad sin haber reparado a nadie; y gradualmente ocurrirá lo mismo con la mayoría de los cerca de 3.600 postulados que hay en Justicia y Paz, muchos de ellos, según la Fiscalía General de la Nación, se acogerán a sentencia anticipada.
Los que dicen que ahora veremos a los guerrilleros en el Congreso de la República, y a “Timochenko” como presidente, deben empezar a estudiar juiciosamente, para que puedan recordar que estos cargos son de elección popular, y ésta tiene lugar cuando el ciudadano otorga su voto a un candidato para que desempeñe un cargo en la administración pública así: gobernantes (elecciones uninominales) y miembros de corporaciones públicas (elecciones plurinominales). En Colombia actualmente mediante el proceso de votación se eligen: Presidente y vicepresidente, Congreso (Senado y Cámara), Asambleas, Gobernadores, Concejos, Alcaldes, Ediles y Juntas Administradoras Locales (JAL). Es decir, ellos deben ser elegidos por voto popular, así como lo hizo el M-19; de nada vale que les den 5 o 10 curules si no obtienen los votos suficientes y necesarios para llegar a estos cargos públicos; el cálculo del número de votos requeridos para ser congresista se obtiene de la totalidad de los votos válidos depositados, según la circunscripción. Los acuerdos firmados no les da automáticamente la curul o nombramiento sino les da la posibilidad de presentarse a votaciones para cargos de elección popular. Es decir, el mismo proceso por el cual han salido electos y reelegidos Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos, y el alcalde de su municipio, y el gobernador de su departamento, etcétera.
Por todo esto, y muchas cosas más, hago una invitación a leer, a leer mucho, es benéfico, es gratis, es saludable, enriquece el pensar, equilibra el sentir, pero, sobre todo, estimula y fortalece el pensamiento crítico. Hacer memoria es importante, necesario y urgente, pero se hace memoria escuchando hasta lo que nos cuesta escuchar, comprendiendo hasta lo que desborda nuestro horizonte de comprensión, asimilando lo que escapa a nuestra sensatez y credibilidad, sólo así es posible la paz, haciendo memoria: despojando la verdad de los olvidos a la que ha sido sometida durante años cuando el tronar de las armas le robó la voz.