El profesor Antanas Mockus es conocido, entre otras virtudes, por haber establecido la idea de la pedagogía ciudadana en la vida urbana de la capital de Colombia. La pedagogía ciudadana quiere, en términos generales, modificar en los ciudadanos la tendencia al desinterés por lo público; quiere, por ejemplo, despertar el sentido de responsabilidad común como faro para la movilidad de peatones y vehículos.
Es decir, la bajada de pantalones del profesor Mockus se inscribe en una propuesta pedagógica ampliamente desarrollada por él durante su administración de Bogotá; pedagogía que fue muy bien recibida por los capitalinos. ¿Por qué bajarse los pantalones frente a un auditorio que muestra desinterés y menosprecio por el ponente puede ser un acto pedagógico?
Prestar atención es una de las habilidades más básicas en un organismo. No prestar atención, entonces, es poner la vida en riesgo. Si los senadores no prestan atención a las discusiones sobre los temas nacionales, nos ponen a todos en riesgo. En ese escenario, exhibir una zona íntima, con todo descaro, funciona como un acto disruptivo. Un acto disruptivo es el que quiebra la normalidad. Un acto disruptivo es entonces, el acto pedagógico por excelencia, por encima incluso de la pregunta.
En educación, es decir, cuando queremos transformar a un grupo humano sabemos que nos enfrentamos a estabilidades, a hábitos y modos de pensar estancados. Con el acto disruptivo y la pregunta se provocan desequilibrios socio-cognitivos que reclaman, vía presión de la inestabilidad, una vuelta a la normalidad. Pero, una vez se formula la pregunta; una vez se rompe el hábito puede ocurrir el aprendizaje de la norma de interés colectivo: “prestar atención quiere decir que cuidamos la vida de nuestros electores”.
Hay que insistir en que el valor pedagógico de los actos se construye por el contenido e intención del acto, así como porque este acto se suma a una trayectoria. En contraste, cuando un alguien corrupto, por ejemplo, insulta a otra persona, el acto no es pedagógico, a pesar de ser disruptivo. Lo que ocurre, en este caso, es que el insulto se suma a esa trayectoria de corrupción, a esa tendencia, a irrespetar la norma. El insulto entonces sumado a otros actos violentos, inscribe a esa persona en el universo de lo delictivo; si así lo indica la tendencia.
La pedagogía ciudadana, entonces, reclama del pedagogo una coherencia, un compromiso con los medios didácticos, así como con los propósitos educativos con que se emplean los medios.