No existen sociedades en paz. Lo que existen son sociedades con la capacidad de negociar sus conflictos, que son inevitables, sin acudir a la violencia. El concepto de Paz Total, que es un pilar de la política del gobierno Petro, es atractivo como eslogan porque busca abarcar la totalidad de los conflictos violentos, pero no para resolverlos de la misma manera, dado que son de naturaleza tan diversa. La Paz Total es más bien el desarme total, que si es alcanzable.
Y es que Colombia es un país violento armado hasta los dientes. Con un agravante muy perturbador: que una vez firmados los acuerdos de La Habana, que produjo el desarme de buena parte de las Farc, fue claro que quienes quedaban en el teatro de la guerra no tenían estatus de combatientes, sino que eran delincuentes comunes. Así que lo que existe ahora son Señores de la Guerra a la cabeza de ejércitos privados al servicio de la economía ilegal. Que alguien tenga un ejército privado para apoyar sus actividades ilegales es la más dramática expresión de la impotencia del Estado para garantizar lo que es la razón misma de su existencia: el monopolio de la fuerza, puesto al servicio de la justicia. Es, entre otras cosas, la definición de una nación primitiva, en formación.
Mucho se ha escrito, aunque poco se conoce, sobre los movimientos de resistencia contra la esclavitud, sobre las rebeliones indígenas contra la servidumbre, sobre la historia de las guerrillas en Colombia, todos procesos nacidos de la injusticia social que terminaron en luchas armadas, perdidas en el campo militar, pero que sentaron las bases de procesos sociales de reconocimiento de derechos que hoy son parte de la institucionalidad y que le han dado otra cara a la nacionalidad, más rica, más incluyente, más creativa.
El reconocimiento de derechos de propiedad sobre los resguardos a las comunidades indígenas, de grandes extensiones de tierra a las comunidades negras de la Costa Pacífica, y por supuesto, los acuerdos sobre reforma agraria de La Habana, han sido grandes pasos en la construcción de una sociedad más igualitaria y por tanto menos violenta. Los líderes de esa lucha, que son muchos, forman el santoral de cada uno de esos grupos y son los héroes sin estatuas ni monumentos, de la historia oculta de Colombia.
La Paz Total de hoy tiene ese componente de negociación con los rebeldes de una causa que de alguna manera se percibe como justa (que es lo que les da el estatus de combatientes), en lo que se refiere a eventuales negociaciones con el ELN que ha sido una historia sin fin, sin pies ni cabeza; y con las disidencias de las Farc que es un exceso de generosidad estatal dado que se acepta que rechazaron los Acuerdos de La Habana, por su desconfianza en la voluntad del Gobierno Duque para respetarlos. Es la negociación política, que es siempre un asunto de nunca acabar.
Pero el grueso de la Paz Total no es otra cosa que un proceso de desarme de grupos delincuenciales dedicados al narcotráfico, de tal magnitud, que tiene que tener elementos de negociación colectiva, contraria a los procesos penales siempre individuales. Copiar un poco el esquema de la justicia transicional que es juzgar a los principales responsables, dentro de una negociación donde entreguen armas e información de su negocio, y amnistiar al grueso de la soldadesca.
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Terminaremos siendo un país importador de alucinógenos, vivir para ver
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Es un trabajo de Hércules. Desmontar un negocio multimillonario, de muchos frentes y dueños, en buena parte en manos de extranjeros, que abastece un mercado internacional y se rige por las normas implacables de la mafia, iguales en todas partes: se cumple o se muere. Con el agravante de que Colombia es ahora un país consumidor, como lo indica la acción del microtráfico, que aporta hoy la mayor cantidad de muertes violentas.
Difícil la Paz Total, pero no imposible. Con aliados insospechados, como es el mercado legal de opioides recetados por los médicos a sus pacientes angustiados, que ha ido reemplazando la riesgosa compra de cocaína y ha puesto a los países consumidores en el terreno de buscar una solución no represiva sino de salud pública a ese problema. Y la versatilidad de cuanta droga alucinógena se inventa en laboratorios de todo tipo. Terminaremos siendo un país importador de alucinógenos, vivir para ver.
El hecho es que el mercado está cambiando, como diría un economista. De la mariguana ya no se habla internacionalmente y perseguirla en Colombia es un anacronismo legal, cultural y de salud pública; y la cocaína puede correr la misma suerte de los sombreros y los pañuelos. Pero como ese asunto se demora, lo que hay hoy sobre el tapete es la Paz Total, sentar al Estado con la Mafia, que no es poca cosa, pero toca hacerle.