A través de la historia hemos padecido los avatares de la guerra: hemos sido testigos del dolor de familias enteras por la muerte o desaparición forzada de sus seres queridos, sufrido el desplazamiento y la injusticia social. Seguramente esto fue lo que nos llevó a abrir espacios que permitieran lograr un acuerdo con los actores del conflicto y pensar en la paz y reconciliación de una nación, cuya violencia no le ha permitido trasegar por el camino de la prosperidad y desarrollo que pregona su carta magna.
No obstante, logrado un acuerdo con el principal grupo insurgente, que debió ser el punto de partida, el dinamizador de la unión entre colombianos y la reconciliación, por el contrario ha sido el detonante para que la polarización y odio se incruste en nuestros corazones y no permita que como hijos de este hermoso país trabajemos juntos para consolidar la paz y la construcción de una mejor nación.
Debido a esta problemática presentada llega a mi mente Ruanda, país africano que padeció los rigores de la guerra, donde por divisiones étnicas entre las tribu hutu y tutsi perecieron 800.000 personas y 200.000 mujeres fueron violadas. Sin embargo, a pesar del genocidio, sufrimiento y dolor vivido, los ruandeses decidieron superar ese terrible episodio, reconstruir su historia y trabajar por una Ruanda mejor.
Gracias a esta determinación encontramos historias como la de María (tutsi) y Gilbert (hutu), a quienes la vida en la época del exterminio los puso en bandos diferentes. Por un lado, María padeció el asesinado de toda su familia y debió huir y refugiarse para preservar su vida; por el otro, Gilbert fue su verdugo e hizo parte del escuadrón que perpetuó el crimen. No obstante, acabado el conflicto en vez de imperar el odio y la venganza, ellos decidieron darle otra oportunidad a las nuevas generaciones y ser ejemplo de reconciliación y perdón, por ello hoy comparten una gran amistad y son testigos de que a pesar de las aberraciones de la guerra, el dolor y sufrimiento se puede construir una nación en paz.
De repente vuelvo a la realidad colombiana y con preocupación encuentro que el proceso de paz en vez de reconciliarnos y unirnos nos ha dividido, enfrentado, llevándonos a la polarización, creando un espacio negativo y propicio para segregarnos, cerrando la posibilidad de sanar las heridas, reconocer los errores del pasado, superarlos y sobre todo aprender de ellos para no volver a repetir la historia.
Por ello pienso y me cuestiono: ¿será que nuestro conflicto es más grave que el de Ruanda?, ¿será que la guerra ha diezmado nuestra sensibilidad?, ¿los ruandeses tienen más capacidad de perdón que nosotros?, ¿hemos sido utilizados por personajes oscuros que les interesa vernos polarizados y divididos para lograr sus intereses?
Dios permita y reaccionemos, para que podamos levantarnos del letargo donde nos han sumido, para que en un futuro no muy lejano podamos decir como María y Gilbert “hoy miramos a otros países que se encuentran en conflicto, le deseamos que este acabe, que la violencia y el dolor se pueda superar, que el perdón y la reconciliación brote en sus corazones, para que la paz sea el elemento fundamental para la construcción de un mejor país”.