El hermano pueblo de la República Bolivariana de Venezuela atraviesa uno de sus momentos más difíciles, la nueva cascada de violentas agresiones que pretenden desestabilizar al gobierno del presidente Nicolás Maduro no dan tregua; por supuesto, esta situación no es fortuita y responde a unos intereses geopolíticos y económicos muy concretos.
Venezuela además de ser dueña de una de las reservas de petróleo más grandes del mundo, también tiene riquezas representadas en coltán, agua, oro, entre otros. En búsqueda de estos capitales, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha venido lanzando temerarias amenazas, que se han ido concretando hasta estar a punto de una intervención militar, que como en el pasado pretende justificar con el desgastado y poco creíble discurso de “la libertad”.
El golpe que se gesta contra la soberanía venezolana no es reciente y está enmarcado en una estrategia aplicada en los últimos 20 años contra este pueblo por los distintos gobiernos estadounidenses. Aplican un guion que vienen trabajando desde hace más de cuarenta años contra los gobiernos que han pretendido ser soberanos y construyen alternativas a su modelo hegemónico, como el chileno de Salvador Allende. Han puesto en marcha diversas políticas de desestabilización y bloqueo al gobierno bolivariano, que hoy pretenden concluir con este proceso de injerencia y golpe de estado.
El gobierno de Trump estrecha relaciones con los gobiernos de Brasil, Colombia y Chile, quienes han concebido en el Grupo de Lima, (por su incapacidad de ganar consenso en la OEA) un escenario internacional para conspirar contra la república hermana, además de sostener a sus cómplices internos que han contribuido de todas las maneras a la desestabilización de Venezuela, llegando al punto de declarar como “presidente interino de la República” al hasta hace un par de semanas desconocido, asambleista Juan Guaidó.
Sorprende que para estos países se reconozca la legitimidad de la Asamblea Nacional en desacato desde el 2016, pero no a la elección del presidente Maduro; dos espacios elegidos y escrutados en procesos bajo la dirección del mismo Consejo Nacional Electoral.
Los antecedentes históricos de las intervenciones imperialistas de Estados Unidos demuestran que, en lugar de llevar bienestar, libertad y democracia a los pueblos, como es su discurso, producen miles de muertos, millones de víctimas, sociedades devastadas y sus economías destruidas. No hay una sola muestra de bienestar para sus pobladores, que haya sido resultado de la intervención norteamericana, solo basta echar un vistazo a los pueblos de Irak, Yemen, Siria entre otros.
Ante este panorama, es urgente que todos y todas las demócratas del mundo se unan para evitar cualquier tipo de incursión bélica en Venezuela. Es necesario hacer todos los esfuerzos posibles por reestablecer un diálogo pacífico como el que se propone desde México, Uruguay y Rusia, sin derramar la sangre del pueblo venezolano y latinoamericano y en donde la soberanía y ese país vecino, no sea desmembrado. Sobre esta propuesta de diálogo hubo un importante avance el año pasado en República Dominicana, entre la oposición congregada en la MUD y el gobierno, que generó el adelanto de las elecciones presidenciales y en el que se alcanzaron importantes acercamientos que hoy servirían de insumo.
No estamos hablando de dos pueblos enemigos, sino de sectores de la población con visiones diferentes de país que pueden encontrar en el diálogo un camino para salir de la crisis agudizada día a día por los intereses extranjeros.
En este camino de diálogo, es necesario señalar la deplorable posición que ha asumido el gobierno colombiano en cabeza del presidente Iván Duque quien, con el afán de ocultar su impopularidad y su mediocridad para gobernar su propio Estado, hundido en la peor crisis institucional de los últimos años, ha azuzado la guerra en la vecindad y generado un escenario internacional para facilitar la intervención militar al país hermano. El uribismo, representado en Duque, ha puesto a Colombia como plataforma de un posible ataque, sin ninguna dignidad por la soberanía nacional.
No supimos manejar una migración de unos cuantos miles de venezolanos, menos estaremos preparados para los millones de desplazados que genera una guerra civil, que no sería solo de ellos, sino la de un país con el que compartimos mas de dos mil kilómetros de frontera.
Acabando de salir de un proceso de paz, de ejemplo mundial, en el que Venezuela nos acompañó en el largo camino del diálogo, no podemos permitir que los dirigentes de turno nos conviertan en el Caín de América y la puerta de entrada a los intereses norteamericanos en esta parte del continente.
Los colombianos y colombianas debemos sentar nuestra voz de protesta contra la guerra. Diariamente luchamos porque la esperanza de la paz no se desvanezca a pesar de que somos una patria adolorida y cansada, nuestros líderes y lideresas sociales sufren un exterminio, el Estado colombiano no cumple con el acuerdo de paz; en definitiva, no podemos ni queremos quedar atrapados y atrapadas en otra espiral de violencia y dolor. Queremos la paz en Venezuela, en Colombia y en toda Latinoamérica.