El reciente caso de emergencia de salud pública en la población de Carmen de Bolívar, lejos de mostrar los riesgos de una vacuna, evidencia la precariedad del periodismo en salud en Colombia y deja dudas sobre los intereses políticos de algunos periodistas.
Hoy contamos con unos periodistas deportivos muy particulares que, en lugar de criticar el desempeño de Messi o Suárez en la cancha, ofician como psiquiatras o psicoanalistas que no tienen ningún problema en diagnosticar Asperger o un “desorden mental producto de una niñez traumática” ante cualquier comportamiento que consideran anormal o patológico.
En nuestro país, vivimos la desgracia de tener un periodismo que, tras ya mediocre en el campo mismo de las narrativas y la investigación periodística, ahora se pretende el mejor criterio científico, el definitivo juicio médico, el más eficaz interventor clínico, la más conspicua guía farmacéutica, el más avezado consejero psicológico y el más preciso evaluador psiquiátrico. Mejor dicho, tenemos unos periodistas en salud que humillarían al mismísimo Hipócrates.
No contentos con pretenderse el monopolio de la verdad, ahora los periodistas colombianos aspiran a corregir las políticas públicas en salud según las veleidades de su parecer, pretenden cuestionar los protocolos científicos de acuerdo con sus ocurrencias, diagnostican enfermedades a diestra y siniestra, y declaran epidemias según sube o baja el rating de sus medios.
En las últimas semanas, hemos sufrido una andanada mediática contra la vacuna del Virus del Papiloma Humano en la que es imposible distinguir entre las legítimas dudas acerca de sus hipotéticos o probados efectos adversos, una oportunidad política para criticar la gestión de un ministro y una campaña sistemática —esta sí virulenta y enferma— contra la ciencia médica, que solo refuerza los imaginarios populares contra la vacunación en general.
Armados de Google y sus propios prejuicios, estos periodistas se dedicaron a despotricar contra la vacuna. Y cuando se sugirió que los síntomas presentados por las niñas de Carmen de Bolívar podían ser de origen ambiental y psicológico, se atrevieron a calificar las investigaciones médicas de burla. Como si las enfermedades psicológicas fuesen menos graves que las orgánicas o como si se pusiera en duda la honestidad de las niñas.
Tras un siglo de avances de la psiquiatría y la psicología modernas, aún hay gente que cree que la enfermedad mental no merece atención y que los médicos solo la usan como excusa para su ignorancia. Y los medios colombianos, al mejor estilo del siglo XIX, se aprestaron a linchar a todos aquellos que no confirmaran cuál era esa sustancia tóxica o el suero venenoso que enfermaba a las niñas. Como si nuestro cerebro, la mente y el lenguaje no fuesen capaces de enfermarnos también. ¡Y de qué formas!
Tengo la ilusión de que este vergonzoso episodio, al menos nos deja unos aprendizajes a los que ocupamos algún lugar en los ecosistemas de información. Me pregunto, por ejemplo, en dónde está la responsabilidad social del periodismo con la salud pública o cómo se preparan los medios para cubrir este tipo de episodios patológicos. ¿Qué formación específica reciben los reporteros o editores que cubren salud en los medios? ¿Con qué criterios periodísticos guían sus investigaciones sobre cuestiones médicas y psicológicas? ¿A través de qué procedimientos editoriales o investigativos garantizan la rigurosidad de sus argumentos o valoraciones acerca de una enfermedad, un fármaco, un tratamiento o un servicio médico?
Entiendo que los medios deban vivir de sus audiencias pero, ¿deben hacerlo a costa de la vida de sus públicos? ¿El alarmismo es realmente un criterio de responsabilidad ciudadana?
La Organización Mundial de la Salud recomienda que la vacuna contra el VPH se aplique dentro de un enfoque integral de prevención del cáncer de cuello uterino. “Integral”, en este contexto, significa que la educación sexual es tan importante como la citología periódica y accesible.
Creo que si los medios quisieran aportar a la salud de las colombianas, harían más divulgando prácticas responsables de cuidado e higiene y haciendo pedagogía sobre salud sexual y reproductiva. Eso sí sería ponerse del lado de la gente, pero la campaña aleve de los últimos días solo deja en el aire un tufillo político y revanchista que podrá ser muy útil para destruir la reputación de un funcionario, pero no es nada efectivo para mejorar la salud de la población.