Patarroyo: el científico santo y demonio

Patarroyo: el científico santo y demonio

El investigador divide, por su megalomanía y arrogancia, pero cautiva por su don de gentes, su conocimiento y ese palmarés que pocos tienen en Colombia

Por: Juan-Manuel Anaya
octubre 30, 2021
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Patarroyo: el científico santo y demonio
Foto: Leonel Cordero

Escribir sobre un científico no es fácil y menos sobre Manuel Elkin Patarroyo. El solo hecho de serlo exige prudencia y respeto. No en vano ha sido uno de los científicos más prominentes del país, donde el valor de la ciencia es desconocido por la mayoría de la población, incluyendo gobernantes y políticos, con contadas excepciones; y en donde criticar el fracaso es más frecuente y tiene más audiencia que celebrar el triunfo.

Conocí a Patarroyo en el Hospital Infantil, llamado en aquella época Hospital Lorencita Villegas de Santos. Cursaba séptimo semestre de Medicina. Oírlo hablar de los genes que regulan el sistema inmune me cautivó. Desde ese día he dedicado parte de mi trabajo a descifrar esa inspiradora conferencia.

Años después, todavía siendo estudiante, pero esta vez de inmunología, lo encontré de nuevo en el Instituto Pasteur de París. Recorría el mundo contando y defendiendo los resultados iniciales de su vacuna. Desde entonces lo he vuelto a encontrar muchas veces más; siempre con el mismo entusiasmo e histrionismo. Nadie cree más en Patarroyo que él mismo.

Los datos indican que Patarroyo ha publicado cerca de 500 artículos científicos, aunque es proporcionalmente poco citado por otros investigadores. Ha sido galardonado con los más prestigiosos premios de ciencia a nivel nacional e internacional, y su legado quedará plasmado en todas las instituciones que llevan su nombre. Nadie en Colombia tiene ese palmarés.

Patarroyo ha influido en la vida de muchos colombianos, comenzando por el número importante de investigadores que ha formado. Algunos de ellos son hoy científicos líderes en instituciones prestigiosas, pero algunos también son sus principales detractores. Cada vez que le da por hacer uno de sus espectáculos mediáticos hay revuelo nacional. Patarroyo divide, por su megalomanía y arrogancia, pero cautiva por su don de gentes, su conocimiento y sensibilidad. A sus opositores los llama “igualaditos”.

A pesar de todo, nadie puede negar el mérito inmenso que tiene el atreverse a descubrir una vacuna contra la malaria. No lo ha logrado. Su vacuna todavía no se consigue en una farmacia, como lo ha señalado Jaime Bernal. Pero lo intentó y, sobre todo, lo sigue intentando.

Solo por eso la humanidad debe estarle agradecida. La malaria es una de las mayores causas de mortalidad en el mundo, principalmente en África; ese continente que solo les importa a los africanos, a los colonialistas y a algunos inversionistas. En muchos países de África Patarroyo es huésped de honor o, por lo menos, de esperanza. Es allí donde ha realizado la mayor parte de sus ensayos clínicos.

La perseverancia de Patarroyo no tiene límites, como tampoco su astuta forma de obtener recursos para financiar sus investigaciones. La historia de cómo convenció a Belisario Betancur, con la complicidad de Ismael Roldán, para obtener recursos del Estado, bien merecería que alguien la escribiera como novela apasionante y candidata a bestseller.

Obtuvo una financiación inmensa por decreto presidencial, y durante muchos años, sin participar en las tediosas y complejas convocatorias de Colciencias, hoy MinCiencias. En otras palabras, Patarroyo se benefició, a dedo, de importantes recursos públicos para sus investigaciones, e hizo lo que quiso, o lo que pudo. Siempre se ha quejado que fue poco. Quizás tenga razón. Hacer ciencia cuesta mucho, muchísimo, y más aún en Colombia.

Aquí no producimos nada. Ni equipos, ni insumos, ni reactivos…nada, o casi nada. Todo hay que importarlo. Por eso es mucho más costoso hacer ciencia en Colombia que en Norte América, Europa, Asia u Oceanía, y quizás también que en África. Han sido innumerables, pero infructuosas, las veces que hemos señalado las barreras para el desarrollo científico y las dificultades para el acceso oportuno a insumos y equipos.

Hasta ahora nadie le ha prestado atención a este problema fundamental. Se prefiere hablar de otros temas, como las Misiones, los logros de científicos colombianos en el exterior (que muy difícilmente los hubieran alcanzado aquí si se hubieran quedado), o los experimentos que realizan los galardonados con los premios Nobel. Como si la ciencia fuera fácil allá. Y no es así, ni en ninguna parte. Solo que aquí es logarítmicamente más difícil.

De Patarroyo hay crónicas, criticas, ensayos y libros. Patarroyo es un mito, un santo y un demonio. Existen patarroyistas, como Salud Hernández, y anti-patarroyistas, como Pablo Correa. Ninguno de los dos con capacidad de juzgar sus logros ni sus desaciertos. Porque la ciencia no es una opinión, ni un mito, ni una religión, ni mucho menos un qué dirán. La ciencia es implacable.

Bien lo señalaron científicos como Peter Medawar o Richard Feynman: la intensidad de la convicción en una hipótesis no implica que ésta sea cierta; como tampoco importa lo atractivo de una teoría o qué tan inteligentemente se plantee. Lo que importa es el resultado y la reproducibilidad del mismo. No hay ciencia local, ni ciencia para un ratico o para un periódico de ayer.

La ciencia es intemporal, como la redondez de la tierra (hasta cuando acabemos de destruirla y desaparezca). La ciencia es una apuesta improbable, como lo ha dicho Hernán Jaramillo; hasta cuando la incertidumbre se convierte en certeza, o la hipótesis en paradigma. Entre tanto, hay todo un camino por recorrer. Cada cual lo hace a su manera. Patarroyo lo ha hecho a la suya.

A pesar de todo y de su personalidad, única y controvertible, pero por el bien de la humanidad, quisiera que el método Patarroyo funcionara y que algún día tuviésemos una vacuna colombiana contra la malaria y contra tantas otras plagas contra las cuales él ha anunciado que obtendrá una, incluyendo contra la covid-19. Entre tanto y hasta ese día, Patarroyo seguirá siendo un distractor de nuestra pobreza.

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