“Esta es la tierra en que hemos sido felices. Esta es la tierra en que hemos sufrido. Aquí muchas veces lloramos sin lágrimas, hondamente, y soñamos dulces sueños”, escribe el nariñense universal Aurelio Arturo, uno de los poetas más importante del Siglo XX en lengua española. Sí, nariñense a mucho honor para quienes hemos nacido en el sur, para quienes somos el sur en un mundo donde todos aspirar a vislumbrar el norte.
Nariño es una tierra singular a la que le ha costado siglos integrarse y ser entendida por el resto del país. El mismo proceso de lo que llaman independencia, con un cáustico Bolívar que nos odiaba, marcó gran parte de nuestro futuro. La Navidad Negra de San Juan de Pasto, cuando por orden del libertador se masacró a la gente de la ciudad, solo es el medallón sangriento de ese odio visceral a lo que no se entendió, ni apareció uno a quien le interesara entender en los años posteriores.
Pero no le reclamemos a la historia. Que el nariñense tiene un comportamiento político singular que nunca va con la línea del país, es cierto; pero también es cierto que esa actitud no sirve para justificar las voces de desprecio que, de cuando en cuando, entonan bocas equivocadas. En un país variopinto, lo que alguien en un acto de desmesura llamó “la Atenas sudamericana”, encontró en la estigmatización su mejor arma para dominar y someter a la periferia: pastusos tontos, costeños vagos.
Sin embargo, quienes somos de Nariño, pastusos por antonomasia, sentimos que, ante el desprecio, se nos hincha la parte que debe hincharse por los logros y la fortaleza de nuestra gente. De Nariño es Willington Ortiz, el futbolista más importante del país, a la altura indudable de Carlos “El Pibe” Valderrama y el actual James Rodríguez; de Nariño es Luis Fernando López, el primer campeón mundial de atletismo que ha tenido Colombia; de Nariño es Juan Chamorro, un pupialeño subcampeón del Tour de L’Avenir en Francia; de Nariño es Silvio Marino Salazar, atleta de primer orden en la historia del país.
Y si vamos por la literatura, de Nariño es Guillermo Edmundo Chaves, autor del emblemático Chambú que, por su contenido humano, es una de las cinco novelas más importantes publicadas en Colombia, según el crítico Juan Lozano y Lozano. De Nariño es José Rafael Sañudo, pastuso de sangre indignada que a través de sus libros pintó con sus lacras al llamado libertador Simón Bolívar. Y de Nariño es Leopoldo López Álvarez, Juan Álvarez Garzón y Carlos Bastidas Padilla, Premio Casa de las Américas en Cuba. Así que, como pueden ver, no nos rajamos.
No les sorprenda entonces que de Nariño sea Alberto Quijano Vodniza, científico vinculado a la universidad del departamento que por estos días acaba de ser invitado por la NASA para compartir sus experiencias. O que de Nariño sea “La Guaneña”, el Carnaval de Blancos y Negros, Alejandro Santander, “El chato” Guerrero y una joya arquitectónica como el Santuario de las Lajas y que en Nariño se grite carajo, se coma cuy y se invite a compartir dicho manjar a la gente que nos visita.
“Mira estos campos que por nada te ofrecen su extendida cosecha de belleza”, vuelve a decir Aurelio Arturo. Porque así es la tierra de Nariño. “Tanta belleza es cierta, viva, sensual, sencilla; no obstante, todo aquí habla de otras tierras más dulces, todo es aquí presencias y hablas de maravilla”.
Pero no todo es bueno. Aquí también hay violencia y corrupción e incapacidad administrativa, a veces escandalosa. No todo es bueno y, sin embargo, pienso que todavía es posible trabajar en el sur, ir por los ríos, hacer canciones. Trabajar entre ricas maderas. Trabajar un pretexto para no irse del río, para ser también el río, el rumor de la orilla, parodiando a mi coterráneo.
Sí, decidí escribir este artículo, a la sombra de Aurelio Arturo, no en son de reclamo, ni de disgusto, no va conmigo; más bien de invitación para que nos conozcan y entiendan que desde la periferia se hacen cosas buenas y que el tiempo de la estigmatización y la supuesta torpeza de este Pasto y este Nariño al que tanto quiero es un asunto que debe dormir en el pasado. Permítanme termino con la mirada de Aurelio Arturo: “En el sur. Vi rebaños de nubes y mujeres más leves que esa brisa que mece la siesta de los árboles. Pude ver, os lo juro, era en el bello sur”.