Lo del pastor Miguel Arrázola, de la Iglesia Cristiana Ríos de Vida de Cartagena, es el reflejo de un vil mercantilismo de la fe cristiana, ese que ha permeado las sociedades hasta descomponerles su esencia, llevándolas a excentricidades perjudiciales al sano vivir. Obviamente que en este menester no todo es malo, existen excepciones de las que se concluyen buenos ejemplos de vida; contrario a muchas congregaciones creadas con ideología mercantil, nada que ver con la fe.
En un comunicado después de haber amenazado a un periodista, Arrázola dice, “Considero que este es un tiempo de reflexionar y respetar las voces que contrarias a nuestro parecer se levantan en Colombia. Solamente, a través del respeto al derecho ajeno podremos alcanzar la convivencia pacífica que todos deseamos”. Típico en los ahijados del patrón del Ubérrimo, es una doctrina demasiado penetrante en mentes macondianas que regocijan su realidad en banalidades propias del poder y el dinero.
La arrogancia de este supuesto líder espiritual se contabiliza dentro de los actos petulantes de los últimos años como los de Uribe Vélez, ‘Popeye’ o el más reciente, Vargas Lleras. La historia colombiana enseña que estos gestos maleantes arrojan buenos dividendos. Está comprobado la memoria vulnerable de muchos colombianos; más grave aún, el masoquismo o fanatismo de otros, cuyas decisiones afectan la estabilidad social de las mayorías.
Lo del ungido de ‘Ríos de Vida’, es el resumen de una realidad que ha socavado la sensibilidad y dignidad humana. El comportamiento de esta persona en nada se diferencia a mafiosos enfadados; es otro traficante pero de la fe, aprovechado de la ingenuidad o fanatismo de miles de colombianos, quienes en medio de las presiones naturales de la vida optan por convencionalismos espirituales que finalmente terminan esclavizándolos. Es el terreno fértil para bribones dedicados a engatusar a masas con significativo grado de vulnerabilidad o desespero.
En las últimas décadas este problema se volvió común, son muchas las organizaciones religiosas cuyas directrices se estructuran en el sector financiero, más que en lo espiritual o social. En este aspecto ni siquiera la iglesia católica se salva, institución salpicada por sangre inocente de millones de personas que nunca comulgaron con su ideología. Lamentablemente se tiene que aceptar que la mayoría de congregaciones religiosas o afines se han enfocado en el fortalecimiento económico, pasando por encima de la benevolencia de sus creyentes, que en pleno siglo 21 insisten en llegar al cielo después de la muerte.
Como dijo un manicalloso campesino, ser pastor de una iglesia es una buena opción en este tiempo de crisis económica e insensatez. Aplica perfectamente el refrán, ‘el vivo vive del bobo y el bobo de papa y mama’; así es, felices. Con decir que viejo ‘Sata’ merodea a quienes intentan sabotear la aureola celestial de los consagrados, es suficiente para defender a nuestros azotadores. La ley divina ha conjugado con la ignorancia de quienes sueñan en la perpetuidad angelical, donde escuchan melodías gregorianas y cantan alabanzas.
Los casos de corrupción y manipulación eclesiástica son evidentes; no obstante, tal como sucede con algunos dirigentes del Centro Democrático, entre más acciones delictivas demuestren, más son sus seguidores, hasta son capaces de entregar la propia vida por defender los supuestos principios de la colectividad. Al ser la mayoría de sectas producto del cristianismo romano, el problema estructural es similar. El afán de dominio y sometimiento prevalece sobre verdaderos modelos de conversión y razonamiento humano.
Aunque no es delito efectuar aportes a una causa social, entendiéndose así las distintas congregaciones religiosas, no deja de ser sugestivo cuando las cuotas se dosifican y se transforman en principal requisito para hacer parte de una comunidad creyente. Investigaciones han demostrado que de acuerdo al nivel jerárquico de estas compañías tal es la proporcionalidad de los ingresos, interpretándose desde el exterior como un acto injusto, más si el credo dice que los humanos deben ser iguales y tener las mismas oportunidades.
La fe se ha vuelto un instrumento sensible para que avivatos se aprovechen de esta convicción y colmar sus aspiraciones económicas y de poder. No cabe duda que la fe es inherente a la vida, por lo tanto es la mejor opción para quienes intentan usufructuarse de ella. Es admirable el poder de convencimiento de estos personajes, tienen la capacidad de filtrar hasta las barreras más fuertes del ser humano, siendo más significativa en comunidades de limitada preparación académica.