En un solo año Pastor Alape enterró a cinco familiares. La muerte que más le dolió fue la de su hermana Chavela y la de su sobrina Yolanda, quienes vivían en la vereda Vuelta Cuña en el municipio de Cimitarra, en el Magdalena Medio. Encontró restos de sus cuerpos flotando en las aguas del Río Magdalena. El asesinato se lo atribuyó el MAS –Muerte a Secuestradores- el grupo creado por el Cartel de Medellín para rescatar y luego vengar a Martha Nieves Ochoa, una de las mujeres del clan de los Ochoa Vásquez, que había sido secuestrada por el M-19 en 1981. Fueron muchos los inocentes que cayeron en esa vendetta de narcos; estudiantes, campesinos y líderes sociales, asociados con dirigentes de izquierda en toda Colombia.
La inteligencia del Ejército lo buscaba desde mediados de los 70, cuando formaba parte de las Juventudes Comunistas, pero aún después de más de cuarenta no está claro su verdadero nombre y la fecha de su nacimiento. El cerco se le fue cerrando y el camino de la clandestinidad, de la militancia en las Farc se convirtió en una única salida para no morir. Ya los miembros del Secretariado lo habían identificado por su disciplina y capacidad organizativa que lo volvieron instructor militar. Las mismas condiciones que recién entrado a la guerrilla lo llevó a formar parte de la guardia personal de Jacobo Arenas, quien lideraba junto a Manuel Marulanda la guerrilla de las Farc. En ese círculo de poder del Secretariado que firmó los Acuerdos de La Uribe, en el gobierno de Belisario Betancur, se movía Pastor Alape, como también Timoleón Jiménez –Timochenko- , el hoy comandante de las Farc. Se conocieron hace más de 30 años y mantienen la cercanía que les dio el haber sobrevivido al bombardeo de Casa Verde, el comando central de las Farc en La Uribe, Meta, ordenado por el expresidente César Gaviria y su ministro de Defensa, Rafael Pardo, el mismo día de la votación de la Asamblea Nacional Constituyente, el 9 de diciembre de 1990. Juntos marcharon en el éxodo que los llevó a sentar bases en las selvas del Yari desde donde Marulanda reorganizó los frentes de guerra. Una complicidad a prueba de logros y sin sabores.
La huella física en la pierna que le dejó la poliomelitis infantil no ha sido obstáculo ni para la guerra ni para la paz. Llegó a La Habana a finales del año pasado a integrar el equipo negociador con un rol claro en las comunicaciones después del reintegro de Andrés Paris a las filas guerrilleras. La Cruz roja internacional lo recogió en un paraje en el Atrato, en la misma zona donde viajó un mes después de haber llegado a La Habana a dirigir la liberación del general Alzate en las selvas del Chocó. Un momento crítico en el proceso de paz pero que le dio a Pastor Alape el protagonismo y la visibilidad mediática que le abrió el camino para posicionarse como una cara fresca en la vocería de las Farc. Un guerrillero hasta entonces desconocido que se le había conocido como comandante del Frente del Magdalena Medio por la entrevista que le dio al periodista Beriain del periódico ABC de España en plena ofensiva del ejército en el gobierno Uribe, en el 2010. No participó de los diálogos del Caguán en el gobierno Pastrana y como miembro del Secretariado se mantuvo en el puesto de mando guerrillero hasta que se decidió su participación en los diálogos de La Habana en octubre del 2014.
Había llegado al Chocó con la tarea de reconstruir el Frente 51 en la región Pacífica. Asumió la tarea tan en serio que quiso hacer el recorrido a pie desde la región donde se encontraba en la Serranía de San Lucas para aprovechar el camino e instruir y animar a los frentes guerrilleros golpeados por los ocho años de seguridad democrática y la transición de Santos en la que, a la par que buscaba el diálogo con la guerrilla, arreciaba la guerra. Por la cabeza de Alape, junto a la de otros miembros de la cúpula de las Farc, el expresidente Uribe autorizó en el 2008 pagar una recompensa de 2.5 millones de dólares. La mayoría de ellos están en La Habana.
Allí han encontrado el espacio para ponerse al día en muchos temas. Pastor Alape aprendió de libros y se formó intelectualmente en las pausas de la guerra. En su natal Puerto Berrio solo alcanzó a cursar el noveno grado de bachillerato y fue en la oscuridad de la selva, sosteniendo con su boca una linterna y envuelto en una cobija, donde leyó a los poetas soviéticos Esenin y Mayakovsky y a Borges, a quien disfrutaba secretamente. Es él uno de los pocos comandantes guerrilleros que forman parte del equipo negociador de La Habana que no estudió en la Union Soviética, para quien el aprendizaje del marxismo y del pensamiento Bolivariano, que todos dominan, se dio a través de los libros sucios y humedecidos que nunca faltaban en los campamentos guerrilleros. Un acumulado de lecturas nocturnas y de madrugada que le ha probado en el intercambio permanente en la mesa de diálogo y con los múltiples visitantes que llegan a La Habana. Con la autorización para ejercer como vocero frente a los medios de comunicación nacionales e internacionales, el desafío de Alape está ahora en lograr comunicar de una manera eficaz y sin clichés ni retórica guerrillera los planteamientos de las Farc en un ambiente que sigue siendo adverso de cara a la opinión pública pero que empieza a ganar espacio en el terreno de la política. La política sin armas.