Pasé tres años en Auschwitz: hay que perdonar pero no olvidar

Pasé tres años en Auschwitz: hay que perdonar pero no olvidar

Max Kirschberg recuerda la desaparición de su padre en La Noche de los cristales rotos y su paso en un campo de concentración. Entrevista de Ricardo Angoso

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junio 10, 2018
Pasé tres años en Auschwitz: hay que perdonar pero no olvidar

Las víctimas del Holocausto se van apagando por el paso del tiempo. Pero todavía quedan testigos de aquella barbarie que nos relatan su descenso a los infiernos. Y en todos ellos late el deseo por sobrevivir y luchar contra un destino trágico. Max Kirschberg es una buena muestra de ello. En esta entrevista, realizada con la inestimable y generosa ayuda de su hijo Donald -que muchas veces interviene en nombre de su padre-, tenemos  el mejor ejemplo de ese anhelo de supervivencia, de lucha por un mundo mejor y por darnos a conocer la dramática experiencia que no conviene olvidar en estos tiempos de zozobra y tanta farsa. Nos encontramos con Max en la ciudad de Bogotá, donde está afincando desde hace años, y nos recibe con generosidad, amabilidad y paciencia.

Ricardo Angoso:¿Quién es Max Kirschberg?

Max Kirschberg: Nací  en una familia judía en el año 1925 en Alemania, en Breslau, conocida como la Venecia del Este.

R.A.:¿Dónde estaba en 1933 cuando Hitler llega al poder?

M.K.: Vivíamos en Breslau con toda mi familia hasta el año 1935 y después nos mudamos a  Berlín, donde residimos hasta la Noche de los Cristales Rotos, que sucedió en 1938. Esa noche desapareció mi padre para siempre. Se fue de casa y no volvió nunca más. Fue terrible. (La familia de Max se quedó viviendo en Berlín hasta antes de la guerra; finalmente fueron deportados a Polonia en junio de 1939).

 

R.A.:¿Tiene algún recuerdo de aquello?

M.K.: Esa noche los nazis prendieron fuego a las sinagogas de casi toda Alemania. Nosotros no éramos una familia muy religiosa pero conocimos los ataques de los nazis a las sinagogas. Yo tenía trece años cuando ocurrió la Noche de los Cristales Rotos y recuerdo la confusión de aquella noche, cuando los nazis estaban enloquecidos y rompieron los escaparates de las tiendas y de las casas de los judíos. Además, hubo muchas víctimas y los responsables de aquellos hechos nunca fueron juzgados porque la legislación alemana permitía esos actos contra los judíos. Me acuerdo de los gritos por las calles, los cristales rotos por los nazis. No recuerdo punto por punto y tenga en cuenta que la gente estaba asustada en sus casas, los judíos evitaban la calle y máxime ese día. Se quemaron negocios, sinagogas e incluso escuelas. Al día siguiente conocimos la barbarie en toda su dimensión porque podía verse. La destrucción habitaba por todas partes.

R.A.:Desaparece su padre ¿y qué hacen?

M.K.: Fui a la Gestapo a preguntar por mi padre, en un hecho propio de un niño inconsciente, y me echaron del recinto policial, claro, sin darme noticias. Pero quien sufrió mucho a cuenta de este hecho fue mi madre porque le quedaron las responsabilidades propias de una madre con respecto a sus hijos. Nos tocaron situaciones muy difíciles.

EXPULSADOS A POLONIA

R.A.:¿Se quedaron en Berlín entonces?

M.K.:Sí, porque conseguir pasaportes para salir de Alemania era muy difícil, casi imposible. Queríamos viajar pero no podíamos porque ponían problemas. Pero ocurre que nos fueron confiscados los pasaportes alemanes por la Gestapo y quedamos como apátridas. Así que nos negaron la nacionalidad alemana y por los orígenes de mi familia fuimos deportados como polacos junto a otras 600.000 personas a Polonia. Eso ocurrió como dos meses antes de que comenzara la invasión alemana de Polonia, que aconteció en septiembre de 1939, comenzando, con ello, la Segunda Guerra Mundial.

R.A.:¿Y en Polonia qué hicieron?

M.K.:Teníamos familia en Polonia y llegamos a Varsovia donde vivía. Pero allá, en Polonia, la situación era más complicada y los polacos eran muy antisemitas, incluidos los más jóvenes, que nunca nos recibieron bien. Cuando comenzó la guerra vi a los soldados polacos montados a caballo para luchar contra los nazis y comprendí que les esperaba una derrota segura. Caballos contra tanques, qué locura, así era imposible defender a Polonia. Muy pronto, el país se rindió y los alemanes controlaban todo el territorio.

R.A.:¿Qué les sucedió con la guerra en Polonia?

M.K.: Los polacos lucharon un mes, después se rindieron y los nazis conquistaron toda Polonia. Polonia capituló. Luego, con el paso del tiempo, las familias fueron confinadas en guetos y separadas de los polacos, poco a poco la situación fue empeorando. La vida era muy difícil y adversa. Mi madre tenía que luchar por conseguir comida. Los judíos polacos vivían en unas condiciones terribles porque la población era muy antisemita. Aparte, la vida en Polonia era mucho más desorganizada que en Alemania a cuenta de la guerra y el modo de vida del país.

RUMBO AL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE AUSCHWITZ

R.A.:¿Fueron enviados al gueto?

M.K.:No fuimos enviados inicialmente, eso ocurrió después. Nos mudamos a una finca de las afueras de Varsovia que era propiedad de mi familia. Ya había restricciones para los judíos y nos tocó usar la estrella amarilla que nos identificaba como judíos. De allí fuimos deportados a la ciudad de Checnanow y después fuimos deportados nuevamente al gueto de la ciudad de Plonks. Allí la situación era terrible. La gente se moría de hambre en el gueto de Plonks.y teníamos que compartir la misma habitación con otras familias en un ambiente realmente deplorable. Luego ese gueto es liquidado por la Gestapo, en noviembre de  1942, y toda la gente que vivía allí es enviada a Auschwitz. Llegué por tanto a Auschwitz con mi madre en noviembre de ese año y allí transcurriría un largo tiempo que se me hizo eterno.

R.A.:¿Cómo pasó allí su vida, qué me puede contar de Auschwitz?

M.K.:Estuve en Auschwitz desde mi salida del gueto hasta el 17 de enero de 1945, cuando los soviéticos se encuentran cerca del campo y los nazis comienzan a quemar todos los documentos y a destruir las cámaras de gas. Evidentemente, no querían que quedaran pruebas de las atrocidades que habían cometido en esos años. Pero, en esos trágicos momentos, la Gestapo se llevaba a la población que todavía estaba en condiciones de trabajar hacia otros campos o guetos a la espera de ese delirio final de Hitler que era la esperada victoria que nunca llegaría. Ya estaba todo perdido en esos momentos, en 1945, y Hitler todavía deliraba con la victoria final del pueblo alemán.

De Auschwitz, en un largo viaje de tres días, nos llevaron a Buchenwald, mientras Alemania ya estaba claramente derrotada y hundida. Los aliados bombardeaban todos los días. Cuando fuimos a Buchenwald en el año 2010 con mi hijo y dos de mis nietos después de la guerra, en un homenaje que nos hicieron a los supervivientes de los campos, conocí a otros que habían corrido la misma suerte y que se habían ido voluntarios con los alemanes huyendo de los rusos porque tenían en el recuerdo las matanzas contra los judíos que se habían perpetrado en Rusia. Mejor irse con la Gestapo que esperar a los rusos, decían, lo que resulta paradójico es que tuvieran más miedo a los rusos que a los nazis. Uno era ucraniano y otro ruso, pero temían más a los rusos que a los nazis, algo increíble en esas circunstancias. Pasé, en total, casi tres años en Auschwitz.

R.A.:¿Qué recuerdo le marcó de Auschwitz?

M.K.: Dos días después de estar ya en el campo de trabajo, una vez que logré evitar las cámaras de gas por ser apto para trabajar, nos ducharon y nos rasuraron a todos. Luego nos dieron la vestimenta, el famoso pijama a rayas, y nos tocaba trabajar en unas condiciones muy duras y con poca alimentación. Cuando nos llevaron a limpiar una parte del campo, en la a la gente la despojaban de todo lo que tenían, con diferencia de que tuviera o no valor, pero lo hacían para buscar las joyas y el dinero que la gente tenía escondida,  tuve la desgracia de encontrar la bufanda de mi madre. Entonces cuando la vi pensé que volvería a ver a mi madre, pero se me acercó un muchacho eslovaco  para hablarme y decirme que mi madre no iba a volver. Para mí fue como si se me hundiera el mundo. Esa esperanza que yo tenía de que estaba viva se esfumó. Me explicaron que la gente que dejaba la ropa era para entrar en la cámara de gas. El eslovaco, simplemente, miró a las chimeneas de las cámaras y me dijo:”Ya se fue para siempre”.

Otro recuerdo trágico que guardo fue el de un muchacho que estaba internado en el campo y se fue contra los alambres en una acción suicida, provocando que los guardias del campo le dispararan. Estaba con otros compañeros y nos quedamos atónitos ante esa escena de un muchacho que no aguantaba más y se lanzó desesperado contra los alambres electrificados. Luego le dispararon los guardias y le remataron. Todo pasó muy rápido y no le pudimos detener. Esa parecía la única salida de Auschwitz: la muerte.

LA RELACIÓN CON POLONIA

R.A.:¿Cómo era el comportamiento de los polacos con ustedes?

Donald Kirschberg: Mi padre cuando liberan Buchenwald, en abril de 1945, está con tres amigos judíos que también son liberados. Pasaron casi un año juntos en ese recinto. Una vez que los norteamericanos liberan el campo, esos tres amigos deciden regresar a Polonia para buscar a su familia en sus pueblos de origen. Mi padre, sin embargo, era alemán y se quedó con los americanos. Los tres emprendieron su viaje, ya en época de paz, todo hay que decirlo, a fines del año 1945, para ir a buscar a sus familias. Al cabo de un tiempo sólo regresó uno de esos tres amigos y yo le pregunté qué les había pasado a los otros, cuando para mi sorpresa me respondió el que volvió que los habían matado los polacos que vivían en sus antiguas casas. Los polacos que habían ocupado  sus casas los mataron con ayuda de otros vecinos del pueblo. Eso sitúa en el contexto real lo que pasaba en ese país y su triste realidad antisemita. Polonia fue ocupada por los nazis pero muchos polacos colaboraron con los nazis, esa es una realidad. Como ocurre con Austria, donde los austriacos votaron masivamente la anexión de su país con la Alemania nazi.

R.A.:¿Volvió a Auschwitz?
M.K.:A nosotros nos han invitado tres veces a la liberación del campo, en Polonia, pero me he negado las tres veces a ir porque el verdadero antisemitismo en mi vida lo viví en ese país y no en Alemania. Nos pegaron y nos dieron un trato degradante. La población polaca era antisemita. La verdadera razón por la que no he vuelto es que no creo que por mi edad sea capaz de volver al lugar donde perdí a mi madre y hermana.

DE ALEMANIA A COLOMBIA

R.A.:¿Cómo llegó desde Alemania a Colombia?

M.K.:Teníamos familia aquí que había salido hacía mucho tiempo y se radicó a vivir en Colombia. Se había ido en la crisis de 1929 y de Palestina, bajo mandato británico, emigró para trabajar en Colombia. Yo sabía que tenía un tío en Colombia, que ya había intentado ayudarnos cuando comenzaron la persecuciones de los nazis contra los judíos pero  la guerra truncó nuestra marcha desde Polonia a Colombia. Luego, después de la guerra, yo escribí una carta a la comunidad judía de Colombia y localizaron a mi tío, que me mandó el dinero para el viaje. Viajé, entonces, desde París a Colombia en noviembre  del año 1946. Me quedé en Colombia hasta el año 1953 y decidí volver a Alemania en ese año con la ayuda del embajador de Italia en Bogotá. Era apátrida en aquellos momentos y fue difícil conseguir papeles para llegar Alemania legalmente. He viajado por medio mundo hasta llegar Alemania atravesando numerosos lugares y países. Terminé mis estudios en química en Alemania y abrí una cadena de lavanderías en ese país. Luego, en 1956, conocí a mi mujer y tuve seis hijos. Viví en las cercanías. de Bonn. En 1974 me separé de mi mujer y la familia se separó entre España y Alemania. Después liquidé mis negocios en Alemania y volví a Colombia en agosto de 1975. Llegué a Bogotá sólo con mi hijo Donald. Monté de nuevo unos negocios en Colombia y dejó allá a mi hijo viviendo con unos primos. En fin, fue un largo periplo y con mucha historia para contar.

R.A.:¿Qué enseñanza podemos sacar del Holocausto y qué mensaje le darías a los jóvenes?

M.K.: No discrimines. No diferencies por razas, religiones o culturas. Me queda muy difícil hablar de todas estas cosas, por eso dejé de hablar hace tiempo. Hay que perdonar pero no olvidar lo que sucedió. Si no perdonas, te llenas de odio y no puedes vivir. El que olvida le toca repetir su historia. No discriminar por ningún motivo, ese es el mejor mensaje a los jóvenes. Los últimos años me afectan mucho más estas cosas y me cuesta mucho hablar; perdí a una buena parte de mi familia y me cuesta recordar y reflexionar sobre el pasado, ya que me afecta mucho. Luego, cuando hablo de estos asuntos, duermo mal porque se remueven muchas cosas. Pero ya no he querido seguir hablando de todos estos sucesos  y ahora, con más de 90 años, he decidido cerrar el ciclo. Seguimos colaborando con la comunidad judía de Colombia pero no queremos seguir removiendo fuera de este ámbito este asunto, hay que pasar la página para seguir viviendo.

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