En la reciente convención del Centro Democrático se destaparon las cartas que orientarán la campaña del uribismo de cara a 2018. Será un todo o nada para ganar en una primera vuelta que anticipa las presidenciales más decisivas en los últimos años. Desde los discursos conciliadores a los radicales solo algo queda claro: lo peor que le podría pasar al país sería un retorno al poder del radicalizado uribismo. Algo que marcaría un antes y un después en nuestra historia. Además, la implementación del Acuerdo Final se vería estancada, se desmontaría gradualmente lo que se ha logrado expedir vía Fast Track, se profundizaría la polarización y, los sectores cristianos que han visto en la movilización de electores-fanáticos una efectiva garantía de presión, tomarían un control más directo de la dirección del país.
A falta de un discurso antisubversivo que genere cohesión, las huestes uribistas se aferran a la doctrina cristiana para cohesionar sectores que marchan en bloque a las urnas y se movilizan en defensa de conceptos abstractos. No es gratuito que la convención se haya realizado en el templo de la Misión Carismática. Los uribistas más pura sangre hasta refuerzan la insensatez de la denominada “ideología de género”; concepto realmente vergonzante en personas formadas académicamente pero que vista con oportunismo genera amplios réditos electorales.
Ante este panorama, ¿qué sería de Colombia de volver el uribismo al poder? Se podría especular mucho pero si hay puntos en consenso: Peligraría la implementación del Acuerdo en su fase más importante, la que implica la llegada de los acuerdos a los territorios más afectados por la violencia, el conflicto y el abandono estatal, no cabe la menor duda que si no hay voluntad política de por medio por más perfecto que sea el Acuerdo solo será letra muerta. En ese sentido, de llegar nuevamente al poder la primera tarea del uribismo consistirá en propiciar una amplia concertación entre los partidos políticos en el congreso para lograr su objetivo de tirar (hacer trizas) por la borda todo lo logrado e iniciar con su proyecto de país. Uribe ya tiene experiencia generando amplios consensos parlamentarios (2002 y 2006) y con su llegada al poder su partido dejaría de ser una minoría de oposición para convertirse en una mayoría de gobierno.
Volveríamos al “Estado de opinión” y a la búsqueda de una amenaza interna que desestabilice al país. Si antes eran las Farc en la ilegalidad ahora lo serán en la legalidad y con la representación que tendrán en el congreso, el Castro- chavismo (u otra idea absurda si el régimen chavista cae en Venezuela) se convertiría en la nueva amenaza y el país viviría en el constante vilo de un enemigo permanente. Sí, porque el uribismo no puede dejar de jugar si no siente que está en píe de “guerra” ante algo; el “traidor” de Santos, los enemigos de los valores familiares, los fantasmas de Chávez o de Castro, en ese delirio se tienen que buscar enemigos reales o imaginarios, sin enemigos de base el uribismo no sería uribismo. Tal vez por eso, los sectores religiosos que sustentan su fe en una disputa permanente entre el “bien” y “mal” le caen como anillo al dedo a un movimiento que se concibe como redentor y salvador.
Por ese motivo, Uribe necesita de un candidato que pueda manejar sin mucho percance, entre los “bendecidos” en su convención la gran mayoría tiene ese perfil. Sin embargo, el más opcionado parece tener un pequeño problema, tiene un mínimo de autonomía. Iván Duque es un hombre que ha demostrado gran lucidez y coherencia, no solo se demarca de la línea dura del “castro-chavismo” sino que también ha construido una idea de país al margen de las doctrinas del Centro Democrático, sus denominadas 162 propuestas de país. Mucha autonomía en un movimiento donde quien toma las decisiones es el “eterno presidente”. Si Duque llega a la presidencia y se deja manipular el radicalizado uribismo transformaría sustancialmente al país. De no ser así, solo asistiríamos a una segunda “rebelión”. Un nuevo “traidor” en un movimiento que no tolera la disidencia.
