Después de sorprenderme y despotricar un poco en las redes sociales sobre los recientes acontecimientos nacionales, he considerado escribir una pequeña reflexión sobre una idea que ronda mi mente desde hace varios años. Aunque de alguna manera considero que pierdo mi tiempo escribiendo esto, espero que esta pérdida de tiempo sea útil para que otros dejen de perder el tiempo prestando atención a las aventuras del Álvaro Uribe Vélez y sus secuaces.
La hipótesis que he barajado (y hago énfasis en que es una hipótesis) es que el señor Álvaro Uribe es un psicópata. Sí, y debe saber usted que esto no es ningún insulto ni una forma de denigrar de su persona. Por el contrario, la psicopatía es un constructo que cuenta con el respaldo de más de 200 años de investigación clínica y forense[1], y está bien caracterizada por las ciencias cognitivas y la neurobiología (mi área de profesión).
Aunque con la palabra psicópata se nos vienen a la mente sujetos como Hannibal Lecter o el individuo de Masacre en Texas, e incluso algunos pueden relacionarla directamente con Uribe, no me refiero en específico a este tipo de psicópatas. Este no es único tipo de psicopatía que existe.
La psicopatía puede definirse como un espectro caracterizado por síntomas de índole emocional y comportamental (ver Anderson y Kiehl, 2012, para más detalles). En general, el psicópata es aquella persona que carece de empatía y sensibilidad, y que hace un uso maquiavelístico de las personas y las situaciones[2]. Particularmente, son personas propensas al comportamiento criminal que pueden infligir un daño emocional grande a sus víctimas; impulsivos o ejecutores de crímenes bien planificados. Una de sus principales características, es que no sienten remordimiento o arrepentimiento por sus actos y el daño que causaron a otros[3]. Cabe resaltar, por supuesto, que no todos los criminales son psicópatas, ni viceversa.
Un ejemplo que tal vez los colombianos conozcan es el de Alfredo Garavito, quien frente a cámaras de televisión podía recrear todos los actos en contra de sus víctimas sin ningún remordimiento. Esto es literal, en el cerebro de Garavito no se activan áreas responsables de generar un sentimiento de culpa. Es primordial entender esto, no se trata de que no demuestre u oculte la culpa, es que sencillamente, no se siente culpable. Su cerebro le dice que él no ha hecho nada malo.
Los científicos consideran que la psicopatía tiene dos aspectos: el biológico y el social. El primero, hace referencia a los factores genéticos/biológicos que llevan a un inadecuado funcionamiento de diversos circuitos cerebrales, principalmente el circuito orbitofrontal[4]. La corteza orbitofrontal es el área del cerebro que se encuentra inmediatamente detrás de sus ojos. Décadas de estudios comportamentales y de neuroimagen, han caracterizado esta región como la responsable de los procesos cognitivos superiores que van ligados a la emoción[5]. De esta manera, gracias a sus conexiones con estructuras subcorticales y del lóbulo temporal, principalmente la amígdala, la persona está en la capacidad de hacer evaluaciones afectivas para razonar y tomar decisiones.
Aunque usted no lo crea estimado lector, y la cultura popular así parezca sugerirlo, los estudios neurocientíficos desde los años setenta declaran unánimemente que el razonamiento, el comportamiento y la toma de decisiones tienen como base la emoción. Así pues, la deficiencia de este circuito es la base de conductas como la ludopatía y el abuso de sustancias, y de patologías como la demencia fronto-temporal y la psicopatía[6].
Ahora bien, el segundo aspecto de la psicopatía, el social, hace referencia a circunstancias de índole social, económicas y culturales que rodean al individuo durante su desarrollo, y que inhiben o facilitan las conductas criminales y mal adaptativas que ocasionan la disfunción del circuito orbitofrontal.
Uno de los más importantes investigadores en este tema, el Dr. Adrian Raine[7], profesor del Departamento de Criminología, Psiquiatría y Psicología de la universidad de Pensilvania en Estados Unidos, considera que existen dos amplios grupos de psicópatas[8]. El primero, aquellos que con disfunción biológica nacen en un entorno social desfavorable, como condiciones de pobreza o de baja educación. A este grupo pertenecen aquellos criminales reincidentes que pasan años en la cárcel e instituciones psiquiátricas por delitos como lesiones personales, robo y homicidio. Por supuesto, los individuos de esta población son más propensos a recibir un diagnóstico psiquiátrico de psicopatía, ya sea por solicitud de un juez (quien solicita una evaluación clínica), o por solicitud de los familiares que acuden a servicios de salud mental. Cuando realicé prácticas en el Hospital Psiquiátrico del Valle, en Cali, son numerosos los casos de madres de escasos recursos que llevan a evaluación psiquiátrica a sus hijos porque son impulsivos, roban en la casa, dicen mentiras o maltratan animales. Así, este primer grupo de psicópatas se definen por la carencia de un entorno social y cultural que permita inhibir o moldear adecuadamente las conductas desadaptativas a las que se ven impulsados por su deficiencia biológica.
El segundo grupo de psicópatas, son aquellos que se crían con un estilo de vida favorable: hijos de personas acomodadas económicamente que estudian en los mejores colegios y tienen la oportunidad de desarrollar la carrera profesional que deseen. Este grupo, a pesar de tener disfunciones cerebrales como los primeros, se ven beneficiados por su entorno social y económico, y son menos propensos a recibir un diagnóstico psiquiátrico. A diferencia de los criminales del primer grupo, este tipo de psicópatas realiza crímenes mayores y un poco más organizados, como el desfalco a las arcas del estado y la corrupción. Sorprendentemente, o tal vez no tanto, este grupo de sujetos tienen especial atención por una actividad laboral en particular: La política[9]. Por supuesto, no todos los políticos son psicópatas, pero dónde pusiéramos a muchos de ellos en los escáneres de imagenología cerebral nos llevaríamos una sorpresa. Además, es muy poco probable que familias de estrato seis lleven a sus hijos a evaluación psiquiátrica porque sus hijos presentan actitudes de manipulación, soborno o crueldad. Por este motivo, la psicopatía en aquella población no es diagnosticada, ni se toman medidas que puedan beneficiar la salud mental del individuo y su comunidad.
Espero que estas cuestiones científicas preliminares comiencen a tomar forma para usted, y no se extrañe de que las características de un psicópata que se dedica a la política, como la falta de empatía (capacidad de ponerse en los zapatos del otro), impulsividad, agresividad, dominancia, grandiosidad, manipulación, juicio debilitado o comprometido, y desapego emocional, coincidan con el perfil del señor Uribe Vélez.
No es la ocasión para exponer un completo análisis, pero hay aspectos interesantes que se pueden resaltar. Todos hemos sido testigos en los noticieros de las imágenes de criminales cuando son capturados por las autoridades. En aquellos casos no sorprende ver a los sujetos en cuestión cubriendo su rostro con las manos o la chaqueta; una acción producto de un sentimiento habitual en el ser humano que se llama vergüenza. Cuando usted es descubierto diciendo mentiras, haciendo algo indebido, siente vergüenza. Es un sentimiento que describiríamos como negativo r incomodo, pero sin duda socialmente adaptativo. Para no sentirnos avergonzados, en muchas ocasiones inhibimos conductas que sabemos pueden ser desaprobadas o molestar a otros; evita que hagamos todo lo que nos gustaría.
Creo que para nadie es un misterio que el señor Uribe es un sin vergüenza. Esto tampoco es un insulto estimado lector. Las conductas y el discurso del señor Uribe dejan ver explícitamente que ese sentimiento que usted y yo sentimos cuando hacemos algo malo no hace parte de su vida interior. Uribe no tiene la capacidad de sentir vergüenza porque su circuito orbitofrontal, y particularmente la corteza ventromedial, no funcionan de la manera que lo hace en la mayoría de nosotros.
Las evaluaciones afectivas que realizamos gracias a la sorprendente circuitería de nuestro cerebro hacen parte de la vida cotidiana. Por ejemplo, un tigre suelto significa para nosotros peligro, un perrito cachorro nos produce un sentimiento de ternura, y un genocidio nos produce horror o repugnancia. Así, la ventaja evolutiva de este circuito de evaluación afectiva es que nos hace evitar situaciones que consideramos adversas o desagradables. Del mismo modo, gracias a un adecuado funcionamiento cerebral, podemos sentir la pena de alguien más cuando perdió a un ser querido y expresamos nuestro pésame; o evitamos insultar a nuestros seres amados. En otras palabras, el circuito orbitofrontal nos permite sentir que hicimos algo mal (vergüenza) o el dolor ajeno (empatía), haciendo que evitemos conductas que pueden dañar a otros.
Pienso que no sería descabellado afirmar que el bajo perfil político que mantiene el expresidente Ernesto Samper, se debe a la vergüenza que siente por haber sido relacionado con dineros ilícitos que financiaron su campaña presidencial. Es una conducta que podría esperarse de alguien que posee un adecuado funcionamiento del sistema afectivo-racional. Por el contrario, el señor Uribe, sindicado de muchos más delitos, y mucho más graves, es todo un personaje de la vida nacional. A él no le da vergüenza pararse frente a un micrófono cuando se le pregunta por algunos de sus crímenes. Por supuesto, a diferencia de Garavito, Uribe no suelta confesiones desenfrenadas sobre sus crímenes en contra de la humanidad, no por vergüenza (como lo haría un criminal no-psicópata), sino porque sabe que si lo hace iría a la cárcel. Su cerebro no le provee una evaluación afectiva sobre sus conductas, pero su contexto y la ley si lo hacen.
En otras palabras, el cerebro del señor Uribe no le permite sentir que desaparecer gente, matarla y quedarse con sus posesiones es algo malo; algo que a la gente no le gusta que le hagan. Él sabe que es malo, no porque lo sienta, sino porque en el colegio y en la universidad sus profesores probablemente le dijeron que no se le debe hacer eso a la gente. A personas no psicópatas, como usted o yo, nuestro circuito orbitofrontal nos dice que ordenar el homicidio de personas para satisfacer nuestros propósitos es algo que no es bueno. Mandar a descuartizar personas nos genera repugnancia (activación de la amígdala), y sabemos que la gente no se siente bien cuando la descuartizan (empatía). Si por casualidad esto le parece un comentarío irónico, déjeme decirle que no lo es; carecer de la inhibición conductual que nos procura un adecuado funcionamiento del circuito orbitofrontal es una condición clínica muy grave y devastaste para las personas que rodean al individuo.
Así pues, mi hipótesis es que una disfunción biológica, inadvertida gracias a las particulares y cómodas condiciones sociales y económicas del señor Uribe, impide que aspectos emocionales hagan parte de su razonamiento y vida interior. El señor Uribe puede manejar un discurso sobre las víctimas y las masacres que ocurrieron en Colombia como algo que aprendió que es malo, pero no como algo que él sienta que es indebido. Por esta razón, cuando personas como Javier Villalba, Jesús María Valle y Nancy Ester Zapata fueron asesinadas después de denunciar la participación de Uribe en la masacre del Aro en 1997, Alvarito dice “Dios sabe cómo hace sus cosas”. Si alguna vez usted se sintió tan mal como yo frente a esta respuesta cínica (que creo que se dio en un contexto similar), probable la disfunción del circuito orbitofrontal le permitan explicar cómo es esto posible.
Un ejemplo a manera de complemento. En múltiples estudios de neuroimagen que se realizan con criminales diagnosticados con psicopatía se pueden evidenciar activaciones diferenciales de diversas áreas cerebrales[10]. Cuando personas no diagnosticadas como psicópatas ven una fotografía de un tierno cachorro de oso panda, y por otro lado, una de una terrible masacre, diferentes áreas del cerebro se activan y hacen que la persona se sienta distinta cuando ve ambas fotografías. Esto mismo ocurre cuando usted cierra los ojos durante la película de horror en el momento en el que el asesino se acerca por detrás para degollar a la joven chica rubia que se cayó mientras todos huían. Si usted siente ese disgusto por la escena, quiere decir que su amígdala está funcionando de manera adecuada. De seguro, este horror no lo genera la escena de un perrito meneando la cola. En el caso del degollamiento podemos describir lo que sentimos como algo negativo o desagradable, mientras que los sentimientos frente al perrito podríamos describirlos como positivos o agradables.
En los psicópatas, como creo que es el señor Uribe, esta diferencia no existe. Para él, las fotografías de la masacre del Aro tienen el mismo efecto que la foto de una montaña o unos niños jugando en un parque. Aunque parezca increíble, el señor Uribe, probablemente, no puede juzgar o diferenciar una experiencia neutral, de una negativa o positiva. Por ello, es posible que ordene la masacre de personas mientras él vigila todo el procedimiento desde un helicóptero, de la misma forma en como vigilaba a sus hijos en el parque.
Hay otros aspectos que pueden destacarse de este personaje. Según Uribe, sus subalternos (muchos prófugos de la justicia) cometieron todo tipo de crímenes “sin su conocimiento”. Sus secuaces adquirieron a precio de huevo tierras de personas desaparecidas, masacradas o desplazadas (sin él saber nada), sus hijos se enriquecieron ilícitamente (pero aparentemente eso no es malo para él) y su jefe de seguridad traqueteaba bajo sus narices, pero él nunca lo supo. Por supuesto, todo como un aspecto del psicópata que se conoce como “falla para aceptar la responsabilidad” o “falta de culpa[11].
Estoy seguro de que el señor Uribe es consciente de todos estos hechos y es culpable de la mayoría, y tal vez, todos los crímenes que se le imputan. Sin embargo, su cerebro no le envía señales que lo hagan sentir mal, avergonzado o arrepentido. En serio, el señor Uribe no posee la capacidad de sentir, como la mayoría de las personas, que hizo algo malo, por eso a todos nos parece “tan cínica”, por decirlo de alguna manera, su forma de actuar. Esta es otra razón por la cual él vuelve una y otra vez a dar discursos en los lugares donde es abucheado e insultado. Para una persona del común esta situación es una experiencia desagrádale y por eso es deseable evitarla. Si usted cree que el señor Uribe vuelve a los mismos lugares donde es desaprobado, y cree que es debido a su verraquera y sus ganas de hacer patria, desengáñese, él lo hace porque no siente vergüenza de volver allí.
La disfunción en los circuitos de procesamiento afectivo-racional lleva a que los psicópatas carezcan de empatía, también denominada teoría de la mente, que básicamente le permite a cualquier persona ponerse en los zapatos del otro. Este es un sentimiento que conocen bien quienes estuvieron de acuerdo con firmar el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC para traer paz a las personas víctimas del conflicto armado. Cuando nuestro cerebro funciona correctamente podemos “sentir” el dolor de las víctimas del conflicto. La persona del común puede sentir desasosiego, tristeza e impotencia al saber que pueblos, hijos, esposos y padres han sido asesinados durante 52 años. Identificamos que para las víctimas eso es un sentimiento no grato, y en consecuencia ofrecemos un juicio: acabemos el conflicto para evitar el sufrimiento de estas personas. Los votantes del sí, que pensaron en las víctimas del conflicto, tienen una adecuada teoría de la mente y funcionamiento de la corteza prefrontal que les permite identificar que la guerra trae sentimientos no gratos para quienes son víctimas de ella, así ellos mismos no hayan esta involucrados.
Por el contrario, mi hipótesis sugiere que el señor Uribe no puede pasar a través de este complejo proceso cognitivo. Él no siente nada por las víctimas, hablar con él sobre muertos es como hablar de edificios o piedras. Las víctimas son números, instrumentos para hacer política, porque en su cerebro no existe una señal que le diga que una persona se siente muy mal cuando le descuartizan a su esposo.
Brevemente, algo sobre los últimos acontecimientos nacionales. Me sorprende que el país entero esté indignado con las últimas declaraciones del jefe de la campaña del señor Uribe (pero Alvarito no sabía nada). Me pregunto ¿Cuándo pareció que las estrategias de esta campaña fueron otras que las que este señor hizo explícitas?. Todos ya sabíamos lo que el señor Vélez confesó, no entiendo la alarma general.
La campaña del NO es un perfecto ejemplo de lo que hace un psicópata con poder político para satisfacerse así mismo, sin ningún otro objetivo a largo plazo. Por esta razón, Uribe tiene lo que muchos llamarían desfachatez, de salir a decir que ahora “no lo pusieran de creativo con las propuestas”. No se preocupe, de seguro él no siente vergüenza por eso. Si un líder opositor con un adecuado funcionamiento de la corteza prefrontal hubiera ejercido la misma campaña, de ninguna pasaría semejante vergüenza. Todo esto, dejando de lado lo lucrativa que ha sido para el señor Uribe y sus secuaces la guerra y su “temor” a que se sepa la verdad. Utilizo la palabra temor entre comillas, porque mi hipótesis indica que el señor Uribe no conoce muy bien lo que otra persona llamaría miedo o temor debido a su disminuida actividad neuronal en la amígdala. Solamente sabe que si los señores de la guerra empiezan a hablar, él podría ir a la cárcel y perder sus beneficios civiles. Incluso para él, sería muy tedioso empezar a matar a las decenas de personas que testimoniarían en su contra, ni tampoco podría extraditar para que sus incriminaciones no se conozcan.
Quiero resaltar que el diagnóstico en salud mental no es en ninguna manera una “etiqueta”, o mucho menos una herramienta política, cómo llegó a ocurrir en algunos gobiernos durante el Siglo XX. Por el contrario, el diagnóstico clínico es una herramienta responsable que debe ofrecer los recursos disponibles por un estado para soportar y mejorar la calidad de vida de las personas y sus familias. Se debe entender, y soy explícito en ello, que no estoy haciendo ningún diagnóstico del señor Uribe, solamente estoy proponiendo una hipótesis, después de hacer un análisis de algunas de sus conductas y discursos.
Lo interesante de esto es que no requiere de un criterio ético o político para ser validado o desmentido; requiere de ciencia. Ubicar por algunas horas al señor Uribe en una unidad de resonancia magnética funcional (fMRI), y hacer una evaluación clínica con el uso de test y herramientas cognitivas podrían decirnos si la disfunción que propongo es una realidad o no.
En Europa y Estados Unidos, este tipo de estudios se están convirtiendo en partes cada vez más activas del sistema jurídico[12]. Aunque parezca increíble, las imágenes funcionales del cerebro pueden decirnos, sin las incertidumbres de las pruebas del polígrafo, si la persona miente o no. Así como los juicios de Núremberg en Alemania después de la segunda guerra mundial fueron un antecedente internacional para sentar justicia sobre personas que comenten crímenes contra la humanidad, sería un gran salto para la jurisprudencia que la Corte Penal Internacional, pudiera sentenciar al señor Uribe mirando su cerebro; basados en la ciencia. De nada sirve que lo pongan a declarar, porque a diferencia de los criminales nazis que reconocieron su responsabilidad en muchos hechos e incriminaron a muchas personas más, Uribe nunca sabe nada, y si algo se hecho, ha sido a sus espaldas, sin su conocimiento ni consentimiento. Por supuesto, también habría lugar para que se ofrezcan herramientas que beneficien su salud, calidad de vida, y de quienes le rodean.
Algunos científicos pedimos que los descubrimientos de la neurociencia y la ciencia cognitiva puedan llegar a la población general y se vuelvan efectivos en situaciones como estas. Por este motivo, quiero que este ensayo sea considerado parte de esta empresa; como un texto de divulgación científica que se plantea una hipótesis neurocientífica para explicar un acontecimiento público de importancia nacional e internacional.
¿No deberíamos saber si nuestros gobernantes efectivamente pueden sentir pena o dolor por diferentes acontecimientos de su nación, vergüenza que les limite un poco la comisión de crímenes administrativos, o pudor que nos los lleva a desaparecer y descuartizar personas? Como alguna vez la filósofa y científica Patricia Churchland me dijo en una conversación personal sobre temas relacionados: tal vez si hubiéramos escaneado (refiriéndose a imagenología cerebral) a George Bush, la gente no lo hubiera elegido como presidente. Si actualmente en diversos lugares del mundo se utiliza el diagnóstico psiquiátrico y los estudios científicos para dictaminar la imputabilidad de una persona sobre ciertos crímenes, ¿por qué no podría ayudarnos la neurociencia a elegir mejores gobernantes?
¿Está Colombia en manos de una persona con el juicio comprometido; en manos de alguien cuyo cerebro presenta las mismas respuestas frente a un cachorro de perrito y una masacre? La neurociencia podría no solamente brindarnos la respuesta, sino ayudarnos a construir un mejor país.
Referencias
[1] Anderson NE, Kiehl KA (2012) The psychopath magnetized: Insights from brain imaging. Trends Cogn Sci 16:52–60. doi: 10.1016/j.tics.2011.11.008
[2] Blair RJR (2005) Responding to the emotions of others: Dissociating forms of empathy through the study of typical and psychiatric populations. Conscious Cogn 14:698–718. doi: 10.1016/j.concog.2005.06.004
[3] Hoppenbrouwers SS, De Jesus DR, Stirpe T, Fitzgerald PB, Voineskos AN, Schutter DJLG, Daskalakis ZJ (2013) Inhibitory deficits in the dorsolateral prefrontal cortex in psychopathic offenders. Cortex 49:1377–1385. doi: 10.1016/j.cortex.2012.06.003
[4] Shamay-Tsoory SG, Harari H, Aharon-Peretz J, Levkovitz Y (2010) The role of the orbitofrontal cortex in affective theory of mind deficits in criminal offenders with psychopathic tendencies. Cortex 46:668–677. doi: 10.1016/j.cortex.2009.04.008
[5] Damasio, A. (2011). El error de Descartes. Madrid, España: Destino
[6] Séguin, J. R. (2004). Neurocognitive elements of antisocial behavior: Relevance of an orbitofrontal cortex account. Brain and Cognition, 55(1), 185–197. http://doi.org/10.1016/S0278-2626(03)00273-2
[7] Para ver perfil https://crim.sas.upenn.edu/people/faculty/adrian-raine
[8] Raine, A. y SanMartin, J. (2000). Violencia y Psicopatía. Madrid, España: Ariel.
[9] Raine, A. y Glenn, A. (2014). Psychopathy: An Introduction to Biological Findings and Their Implications. New York, EEUU: New York University Press.
[10] (Anderson y Kiehl, 2012)
[11] (Anderson y Kiehl, 2012)
[12] Denno, DW. (2016). The Place for Neuroscience in Criminal Law. En: Philosophical Foundations of Law and Neuroscience (pp. 69-83). New York, EEUU: Oxford University Press.
Por:
Daniel Manrique Castaño
Investigador doctoral en Neurociencias
NeuroscienceLab, UniversitätlKlinikum Essen, Alemania
Departamento de Morfología Celular y Neurobiología Molecular – Ruhr Universität Bochum, Alemania