Si los colombianos obráramos más como ciudadanos que como individuos, otra sería la suerte del país. El ciudadano obra patrióticamente; el individuo antepone siempre su egoísmo, sus apetitos y la ceguera de la voluntad a los más altos intereses nacionales. El ejercicio político de otros tiempos, que protegía el sistema y los derechos fundamentales, sucumbió al predominio de la cultura narco y al pillaje como deporte de los partidos y de sus dirigentes.
Pero en Colombia, donde somos los segundos pobladores más felices del mundo, esa realidad no determina reacciones que precipiten cambios y virajes que nos repongan de los fracasos y frustraciones de los malos gobiernos. Aquí, al contrario, cuando la historia se desordena, la delincuencia tiene la audacia de falsificarla para que recalemos en un punto de resignación extraño a nuestra fama de violentos.
En cualquiera otra nación con conciencia democrática, la coyuntura actual estimularía a la izquierda para explotar el descrédito de los partidos, los viejos y los nuevos, y ofrecer un programa consistente y sustentado que aclimate una atmósfera en la que no haya más libertad de la que se puede ni más autoridad de la que se debe, a ver si se endereza una economía que avanza un paso y recula dos, y se morigera un abuso compulsivo del gasto público.
Pero, ¡ah difícil que sería unir a Jorge Robledo, Gustavo Petro, Piedad Córdoba y las dos López, Clara y Claudia! O lograr que los colombianos no se espanten con lo que no sea partidos históricos y grupos recientes de tránsfugas y oportunistas.
Previendo la unión de los desunidos anteriores, el Delfos del doctor Uribe Vélez, José Obdulio Gaviria, se apresuró a declarar, en lenguaje rotundo, que de ganar el Centro Democrático (CD) en 2018 habrá borrón y cuenta nueva con la paz. Uribe lo desmintió, pero con amenazas al ‘castrochavismo’. Igual que validarlo. Haciéndole la segunda voz a José Obdulio, y sin proclamarse todavía, Humberto de la Calle propuso una coalición de partidos en torno a la implementación del Acuerdo Final. Más que disparar una réplica, De la Calle avaló una estrategia.
Reencauchando el debate guerra-paz,
el espíritu burgués de nuestro Establecimiento se propone
despejar el panorama de acechos socialistas de línea dura
Reencauchando el debate guerra-paz, el espíritu burgués de nuestro Establecimiento se propone despejar el panorama de acechos socialistas de línea dura. Podría ser que el miedo a las rupturas y a los cambios de legalidad vuelva a causar dividendos electorales. El miedo ya es mejor táctica que la distribución de esperanzas, por rotas y pestilentes que estén las compuertas de la mugre nacional.
¿Qué pasaría si los pringos de Odebrecht a los dos finalistas de 2014 terminan probados?
Que la U y el CD quedarían moralmente impedidos para pretender la Presidencia, y tendrían que conformarse con proveer la Vicepresidencia de Humberto de la Calle la U. y la de Vargas Lleras el CD., porque nuestra gente no ha entendido el significado que tuvo ver a las Farc desmovilizándose y sepultando la tesis de las formas de lucha combinadas. Pocos nos pellizcamos observando su tránsito hacia las zonas de concentración y con ganas de jugar a la democracia. Tristemente, su conversión a la convivencia pacífica no infunde credibilidad.
Mejor cavilemos sobre las formas de valimientos y privanzas que nos esperan, y sobre la inmortalidad de bergantes y tipejos en la política. El pueblo no reconoce verdugos en el malandrinaje que escoge para gobernar y legislar, y no percibe que cada renovación generacional resulta peor que la anterior: más codiciosa y más desenfrenada. Aun así, la burguesía criolla no perderá su dominio de clase ni con un populista ni con un impulso eficiente de la izquierda.
Hoy –decía don Antonio Machado–, es siempre todavía. Parodiándolo, mañana también.