No basta con ser la ciudad más linda de Colombia y la más visitada por el turismo internacional. Ni tampoco tener una gran zona industrial y el más importante puerto del país para que sus habitantes, los verdaderos cartageneros que viven en las laderas del cerro de la Popa, la loma de Albornoz, las orillas de la ciénaga de la Virgen, etc, dejen de ser los habitantes más pobres del mundo.
Algo muy oculto e inexplicable debe de estar sucediendo para que esta extrema y singular iniquidad persista por los siglos de los siglos. Yo particularmente me resisto a creer en esa estúpida razón de algunos excluyentes que argumentan que "a esos negros les gusta vivir en la miasma". Seguramente habrá razones culturales que influyen en el estilo de vida, pero por mucho que esto afecte a nadie en el mundo le gusta vivir en la indignidad, en la inmundicia, hacinados, dentro del fango, junto a las moscas, sin vestidos, sin zapatos, con parásitos, sin trabajo, sin oportunidades, etc, etc, como sucede actualmente en casi el 60% de sus habitantes.
Entonces, ¿qué es lo que pasa?, ¿qué es lo que no permite que esa mayoría de cartageneros dejen la miseria absoluta y vivan con algo de dignidad? Estudios muy juiciosos como los del Banco de la República hacen diagnóstico barrio por barrio de la realidad cartagenera. El DANE con números alarmantes nos describe la creciente pobreza extrema que aumenta día a día. El 49,1 % de los cartageneros viven en condiciones de pobreza y el 15,5 % en condición de pobreza extrema.
Con el impulso económico de la nueva refinería y con el crecimiento del turismo de estos últimos tiempos, estos organismos estatales no se explican por qué en vez de mermar aumenta la pobreza entre sus habitantes. Es cierto que la clase política es una de las más corruptas. Es cierto que existe una clase mediocre e ilusa que por razones de color y de irreales apellidos importantes, excluye. Es cierto que hay una clase negra pobre instruida pero sumisa, que no ha querido luchar. Es cierto todo eso. Pero carajo, debe haber algo más, algo oculto y vengativo, pienso yo, entre esa sangre africana que fraguó la dureza de las muralla o tal vez una maldición mágica del Cerco europeo para que esta ciudad viva aún peor que en el mundo medieval.
