Hoy en día está mal visto decir públicamente que a uno le gusta el boxeo. Los políticamente correctos lo consideran un deporte de salvajes, de descerebrados que promueven la violencia. Los viejos, los que alcanzaron a ver las hazañas de Bernardo Caraballo, el cartagenero de colores sicodélicos quien fue el primer colombiano en disputar un título mundial, les parece que ya no tiene gracia ser campeón, que eso valía cuando existían solo dos asociaciones que legitimaban campeonatos, la OMB y la AMB, ahora, como diría el mismo Caraballo “Tu compras un gajo de plátanos y te regalan un teléfono celular y una corona mundial”.
El boxeo fue la obsesión para escritores como Ernest Hemingway o Julio Cortázar autor de Torito uno de los mejores cuentos sobre este deporte que es una danza, sobre esta batalla sangrienta que cuece amistades. Tal vez el escritor vivo que mejor sabe retratar el boxeo es Alberto Salcedo Ramos. Leí hace unos años El oro y la oscuridad, la hermosa biografía de Pambelé y me dejó de una pieza. Me dio envidia haber nacido en 1978 y no poder disfrutar las batallas contra Nicolino Loche y Alfonso “Pappermint” Frazer. Me conformé con lo que leí en esas páginas. A mí el boxeo me hace feliz. La vida de estos muchachos muertos de hambre que tienen que ganarse el pan a punta de golpes me recuerda muchas veces la miseria de los poetas. Perder muchas veces te puede convertir en leyenda como Rocky Valdéz contra Monzón o simplemente se vuelve una rutina, un trabajo como el de Víctor Regino, el boxeador cartagenero que sólo necesita ser nockeado en el quinto asalto para que le den los billetes suficientes que le permitan reabrir su improbable fábrica de traperos.
Sí, creo que por Alberto Salcedo Ramos me gusta más leer sobre boxeo que verlo. Su nuevo libro, Boxeando con mis sombras, nos trae la nostalgia de un deporte que tuvo mejores días. Figuras mundiales como Mike Tyson, el muchacho que le enseñaron a golpear pero no a vivir, Mano de Piedra Durán y su ego desmesurado o de Larry Holmes, el pugilista que jubiló a Ali quien dijo una de las mejores frases que se recuerden “Es duro ser negro, ¿has sido negro alguna vez? Yo fui negro…cuando era pobre”, se confunden con el mexicano Lupe Pintor, atormentado por haber matado a uno de sus rivales más queridos o Amancio Castro, el campeón mundial colombiano al que el olvido lo obligó a ser miembro del Bloque Mineros de las AUC al mando del temido comandante Cuco Vanoy, en esta historia del Boxeo magistralmente resumida y narrada en un centenar de páginas.
Son los artículos sobre boxeo de un escritor que heredó la precisión de García Márquez. Conozco el rigor con el que trabaja Salcedo Ramos, pocos periodistas son más puntillosos y estrictos. Su genialidad estriba en que, cuando quiere, puede volar tranquilo a sabiendas que puede caer y abajo lo espera una red de seguridad creada a punta de reportería. Boxeando con mis sombras, bella y sencillamente editado por la editorial Libros de Fuego, es un libro imprescindible no sólo para los aficionados al boxeo, una especie en vía de extinción, sino para los que queremos retratar la vida a punta de palabras y no conocemos las claves. Cada cierto tiempo me asomo al patio del maestro Salcedo y entonces me doy cuenta de cómo es la vaina así nunca pueda escribir una frase con su contundencia y su calor Caribe.