Este 1 de mayo, en la Iglesia la Divina Eucaristía de Medellín, “no cabía literalmente un alma”. Familiares, alumnos, profesores y hasta admiradores, hicieron presencia, haciendo abstracción a la críticas que muchos de nosotros, sus más cercanos amigos, le hacemos a la religión católica. No importaba, era un momento para orar, para expresar amor, demostrar respeto y tolerancia, tal y como lo hubiera hecho Alejo por cualquier amigo.
El sermón del Sacerdote, fue pertinente, acertado y progresista. Hasta la alusión a Arjona (Que tenía pocos fans en el auditorio) y su frase “Dios es verbo no sustantivo” provocó algunas sonrisas maliciosas para darle calidez a la profunda tristeza de su partida. Hasta los más escépticos del “Evangelio” salimos conmovidos con sus palabras y su descripción alegórica de Alejo como “una estrella fugaz escasa”.
Y es que el vacío que deja la muerte de uno de los mejores fotógrafos Colombianos es grande. También lo es su legado.
Alejo fue un fotógrafo y realizador de la Colombia rural, de los rincones inexplorados, de los bosques tropicales y las selvas primarias. Con cada obturación de su cámara parecía celebrar la alegría que sentía por vivir en un país multicultural y diverso. Registraba con sus lentes, almas convertidas en rostros y en un segundo componía con talento excepcional, expresión, luz y color para contar una historia profundamente intensa, humana. (ver su blog http://surealidad.blogspot.com)
Después de enfrentar con valor y dignidad ejemplificante un cáncer voraz, el destino lo llevó a ubicarse en el lugar donde podrá tener la mejor perspectiva, el mejor ángulo, la mejor visual para, como el tanto quería, registrar la historia de Colombia emprendiendo el difícil tránsito hacia la paz. Lo digo porque Alejandro, venciendo el malestar que genera un cáncer, empacó sus medicamentos, se montó en un avión, viajó conmigo a Cuba para comenzar a grabar la película sobre la difícil apuesta por la reconciliación que hoy transcurre en la Habana.
Allá, fiel a sus ganas de entender el mundo que habitaba, su sentido crítico y su profunda sensibilidad social, lo ví abordar sin rodeos con Pablo Catatumbo, comandante de las FARC, el tema de los ataques a la población civil, ataques de los que fué testigo años atrás, cuando decidió llevar al Cauca a un grupo de sus alumnos de la Universidad de Antioquia.
Tampoco dudó en apoyarme cuando hace un año comencé a contar la inspiradora historia de Lady Tabares. “puedo grabar contigo en la tarde porque en la mañana tengo quimioterapia, pero cuenta conmigo” y así fue…en la casa de Lady, Bello, Antioquia, lo ví cuadrar el foco, buscar la luz y cargar su cámara con la aguja del catéter clavada en su mano. Nunca lo escuché quejarse.
Alejo “no se le arrugaba a nada”. Hasta hace poco estuvimos runiéndonos con algunos de sus estudiantes para ver como avanzar en “el sueño del maestro” un documental sobre el origen de la cumbia que estaba el dirigiendo y que ahora ellos deberán terminar.
"Pescadores de Arena" - De la serie sobre los mineros artesanales del Oro - Puerto Berrio Colombia 2010
Sólo es leer los homenajes que se multiplicaron durante todo el fin de semana en las redes sociales para entender que Alejo era un amigo de solidaridades, alegrías y entregas.
Sencillo como pocos, pero grande. Jamás hablaba de los premios que recibía. Consecuente hasta el final. Murió el día mundial del trabajo. “Con mis fotos quiero rendirle un tributo al obrero rural y al esfuerzo de los trabajadores por alimentar a sus familias” dijo espontáneamente hace un mes, en un el último video que grabamos con el que anunciaba una exposición que la vida no le dio el tiempo de montar. (pero que montaremos)
Quizás por ese corazón transparente y sensible, la vida le dió el privilegio de compartir una década con Carolina Jaramillo, su gran amor, su musa y su inspiración.
Quizás por eso Carolina no dudó un segundo en dejar su exitosa carrera y entregarse a cuidarlo y a vivir cada día a su lado como si fuera el mejor de los milagros.
Carolina supo apaciguar sus miedos y dolores con canciones y en honor a Alejo compuso “El Amor es lo que salva” un disco maravilloso cuyos fondos se destinan hoy a crear un programa de música en el hospital San Vicente de Paul.
Quizás por su ternura, la vida premió a Alejandro con el amor de Tomás, valiente hijo de 11 años, que lo acompañó con su voz de aliento hasta sus últimos latidos. Con el amor infinito de su madre Margarita y de su Padre Darío.
Y seguro por eso, su despedida, fue una fiesta de tambores, flautas y cantos, que además de lamentar su partida, nos permitieron celebrar lo que fue su vida y su amistad.
Es cierto, estamos tristes y quienes lo conocimos queríamos que continuara entre nosotros. En el último año, le llevamos representantes de todas las religiones, todo tipo de nutricionistas, brujos, chamanes y demás. Hace una semana tuvo el privilegio de compartir con un monje tibetano. A todos los recibía con ilusión. Lo intento todo porque Alejo quería vivir. Y vivirá entre nosotros.
Batalló para enseñarnos el significado de la palabra luchar, que la vida es fugaz, que la amistad es incondicional y que el amor lo puede todo. Que lo único que no se debe aplazar, en sus palabras “es la búsqueda de los sueños”. Y lo aprendimos.
Por eso partió triunfante y podrá hacer tertulias sobre arte y paz con Carlos Gaviria y Nicanor Restrepo que como él, están estrenando cielo. Podrá conversar, como tanto le gustaba, con las víctimas de comunidades vulnerables, campesinas e indígenas que la violencia se ha llevado a mejor vida.
A surfear en las nubes y velar por los bosques, los animales, el agua y los demás recursos naturales que siempre estuvieron entre sus preocupaciones. A inspirarnos a quienes, en este convulsionado mundo, trabajaremos en su honor y con su fuerza para que sea mejor.