Si se aprobaran listas cerradas en Colombia, en eso se convertirán los partidos políticos
La semana pasada uno de los senadores de mayor importancia, influencia y respeto en Colombia, Antonio Navarro Wolff, realizó una serie de trinos en los que sostenía que las listas cerradas reducirían los niveles de clientelismo, en sus palabras “Si queremos una política más limpia, debemos establecer la lista cerrada. Lo otro estimula el doble comercio puro y duro de votos”.
Llegar a conclusiones infalibles en un tema tan complejo y cruzado por tantas variables es muy arriesgado. En primer lugar se debe reconocer que los regímenes políticos y electorales son solo mecanismos neutros, entendidos como esquemas de racionalización que regulan procedimientos, lo cual implica que son interdependientes de los contextos sociales y culturales en los que se desenvuelven.
Habría entonces que identificar y comprender nuestras características culturales, políticas, sociales y económicas y sobre ellas plantear los correctivos del caso. Colombia es el tercer país más inequitativo del mundo, según el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en una escala de 0 a 1 siendo 1 la mayor desigualdad, se encuentra que el histórico de Colombia ha rodeado el 0,6 y en la ruralidad ha llegado hasta el vergonzoso 0,87. De manera exótica en Colombia tenemos una odiosa escala de pobreza denominada “estrato”, así es que nuestra sociedad tiende más a la segmentación y segregación que a la cohesión. Son innumerables los artículos de periodistas, investigadores y académicos, que desde la sociología, la antropología, la politología, la economía y la cultura han concluido que en Colombia se exacerba el individualismo y la insolidaridad, o en otras palabras, el “sálvese quien pueda”. Textos tan célebres como “El elogio a la dificultad” del maestro Estanislao Zuleta, en el que llama la atención sobre la cultura del facilismo y su dañina influencia en la descomposición social de nuestro país, es tan solo un ejemplo. Y como si fuera poco, somos herederos de ciclos de violencias desde la conquista, la colonia, la independencia, la patria boba, la guerra de los mil días, los radicalismos, la época de la violencia, la exclusión política del frente nacional, la narcopolitica, la parapolítica, en fin… un conflicto social, político, económico, terrateniente y agrario de muy larga duración que ha dejado indelebles huellas en nuestra idiosincrasia.
Dos de nuestros rasgos culturales más pronunciados en la actualidad son, por un lado, el afán por lograr elevados estándares de vida de manera rápida y fácil, esto se explica, en parte, por los altos niveles de exclusión e inequidad ya mencionados y por la cultura traqueta que recluto miles de personas de escasos recursos que en unos pocos meses lograban amasar cantidades de dinero antes inimaginables para ellos; este estilo de vida hizo carrera a nivel nacional y aún padecemos sus estragos.
Por otro lado se encuentra la despolitización programada desde las élites que tuvo su mayor expresión en lo que se conoció como el Frente Nacional, un acuerdo entre las cúpulas de los partidos tradicionales colombianos, en el que acordaron dejarse de matar después de la época de la violencia, signada por el execrable asesinato de Jorge Eliecer Gaitán; para ello decidieron dividirse milimétricamente la burocracia estatal y turnarse por 16 años la presidencia de la república, esto produjo que las diferencias ideológicas o programáticas se desdibujaran, tanto así que algunos historiadores y politólogos no dudan en identificar eso como un solo partido, el partido frentenacionalista. Por ello hoy tenemos una masa social inactiva, pasiva y hasta repulsiva respecto de la política, hacer política o reconocerse como sujeto político es “out”, está mal visto, aburridor o sinónimo de corrupción y clientelismo, esa despolitización también es reproducida por medios de comunicación y por el mismo sistema, “la civilización del espectáculo” es llamada por el reconocido escritor William Ospina.
El cambio del voto preferente hacia la lista cerrada, que entre otras cosas ya ha sido usada en nuestro régimen electoral, no resolverá un problema de tan hondas raíces, solo cambiará un poco el escenario para el clientelismo. Los hechos de corrupción en el organismo electoral, de no transformarse estructuralmente, seguirán siendo los mismos que los denunciados hace algunos años por Gustavo Bolívar en su escrito “Así se roban las elecciones en Colombia”, eso no se alterará ni con lista cerrada, ni abierta.
Lo que si cambiaría un poco con la lista cerrada es el teatro de operaciones, ya no serán tan común ver a los candidatos persiguiendo a los electores con sus descaradas ofertas en dinero o en especie, sino que será la sede de cada partido político la que se convertirá en un sucio “barril de puercos”, en el que primarán las maquinarias, los caudales de dinero y el compadrazgo para la organización interna de cada lista y la entrega de cada aval, serán auténticas microempresas electorales que obstaculizarán el acceso a la democracia a las bases sociales, con efectos más dramáticos en la periferia, pues se centralizará y burocratizará el ejercicio político.
Así las cosas, creer que un simple cambio del método de elección y confección de las listas para corporaciones públicas, logrará superar tales dificultades resulta al menos ingenuo y por lo visto sería peor la cura que la enfermedad.
@Diegohgarzon